Por Gustavo Burgos
La discusión sobre los indultos resulta interesante en la izquierda, porque por su intermedio resultan develados prejuicios y posiciones de clase. A contrario, no tiene ningún interés prestar atención al chivateo fascista que reclama siempre y en todo lugar que la solución a los problemas sociales es encarcelar y en lo posible fusilar a todo el mundo. Una parte del gobiernismo polemiza con la Derecha en esos términos, pero reitero, tales estupideces no merecen atención.
Sin embargo, dentro de la izquierda aparece ubicado otro problema. La idea ridícula y absurda de que el preso político debe ser un intelectual, no tener antecedentes penales y formar parte de una organización reconocible.
Estos prejuicios resultan tensionados en el caso particular de Luis Castillo, quien aparece emitiendo un encendido discurso político en el video que acompaña esta columna. Los medios oficiales se han encargado de advertirnos que Castillo había sido castigado por delitos comunes, intentó fugarse de una cárcel y que estando preso tuvo problemas con Gendarmería. Se ha añadido que en las manifestaciones era un violentista, que atacó el Registro Civil y participó de el saqueo de una automotora.
Vamos a suponer que estas imputaciones son todas reales. Supongamos que es así para los efectos de este análisis. ¿Significa que para ser preso político hay que tener antecedentes penales intachables? ¿Significa que para ser reconocido como preso político hay que ser pacífico? ¿Es necesario tener un completo manejo de la teoría política y hacerlo en términos formales, reconocibles para la tradición de la izquierda? Bueno, tales concepciones resultan absurdas desde una óptica de clase. Veamos.
Los explotados para alzarse en contra del orden establecido no requieren del beneplácito de la institucionalidad patronal, mucho menos del epítome de la institución burguesa —la Justicia— cuya función social es proteger al rico y encarcelar al pobre. La irreprochable conducta anterior nada dice por lo mismo de la conducta política de un sujeto.
En la misma línea, los reformistas expresan que los explotados tienen el deber de expresar su lucha de forma pacífica, democrática y legal. Sin embargo, el participar del ataque a un edificio público o saquear una automotora en el contexto de un levantamiento popular, no puede ser considerado un delito aún dentro de los parámetros del Derecho Penal burgués, del momento que su motivación no es otra que una expresión de clase. Ello, por tanto, quien se alza contra el orden establecido altera el orden público, destruye los símbolos de ese poder y expone su vida en esa lucha. Es por eso que son los trabajadores los que hacen revoluciones y no los intelectuales, demócratas y toda la ralea de pacifistas que actúan como correa de transmisión ideológica de la represión policial.
Finalmente, hay algo que en el caso de Castillo también contribuye a que muchos izquierdistas arrisquen la nariz. Castillo no habla con el estilo de la militancia de izquierda, su acento parece en extremo popular y hasta carcelario. A más de alguno le dará miedo escuchar a alguien como Castillo. La inveterada razón: el roto nunca se mueve por ideales y puede estar haciéndose pasar por rodriguista para obtener ilícitamente algún beneficio. Debemos ser claros: ni el acento, ni el historial penal, ni las ideas son determinantes en la decisión del régimen para encarcelar a un luchador.
No solo los 13 indultados, la totalidad de los presos políticos, los llamados históricos, subversivos, mapuche y de la revuelta, todos deben ser liberados. La liberación de los luchadores —muy especialmente de los compañeros que formaron la gloriosa Primera Línea— es una condición necesaria no solo de la lucha por los derechos democráticos, sino que además para el desarrollo del movimiento político por una revolución social. La clase obrera construirá sus organizaciones, pondrá en pie su propio partido sin que para ello deba darle explicaciones a la burguesía, ni a sus escribas ni a sus intelectuales. La revolución no tiene por qué ofrecer buenos modales ni espíritu de conciliación, no puede hacerlo porque se expresa insurreccionalmente y se hace presente para acabar con el orden social de la explotación capitalista.
Por Gustavo Burgos
Columna publicada originalmente el 6 de enero de 2023 en El Porteño.