Galo Ghigliotto es un editor chileno que fundó Cuneta, una editorial independiente que no solo ha publicado textos de autores desconocidos, sino que también de escritores como César Aira o Mario Bellatín, ambos ya bastante reconocidos por la crítica y los lectores –el primero recibió hace unos meses el premio Manuel Rojas.
Tras algunos trabajos en libros de cuento y poesía, Ghigliotto ha publicado este año la novela Matar al Mandinga (Lom, 2016).
La historia comienza en 1975, cuando un karateka –que no tiene nombre, porque ese era el primer paso para darle pelea a la dictadura: olvidar el nombre– visita un dojo y se sorprende al ver que su sensei no se encuentra. Desapareció. Luego de unos días de búsqueda, sabemos que el maestro fue secuestrado y asesinado por los servicios de inteligencia.
Desde ese momento el personaje anónimo comienza un viaje de entrenamiento y combate para perseguir al Mandinga, una suerte de mono vestido de milico al que se le responsabiliza de esta y muchas otras muertes. El encargado de mostrarle el camino es Casaus, un monje de barba larga y vestido con arpillera blanca que se le aparece en sueños.
Si es que no había quedado claro con las apariciones de su sensei –que ocurren páginas antes de la aparición del monje–, la presencia de Casaus ratifica que el protagonista sufre de alucinaciones. A medida que avanza la trama, y que las muertes aumentan en su frecuencia, las visiones se vuelven más constantes. Tanto así que la novela pasa de ser un relato real intervenido por pasajes de sueños a un relato de sueños intervenido por pasajes de la realidad.
A primeras todo parece hilarante: eso de que el maestro de karate le diga que su poder solo se le transmitirá si se acuesta con su prima –Me recomendó que para tener toda su fuerza debía acostarme con su prima, porque teniendo sexo con una mujer se absorbe la experiencia de todos los hombres que antes la poseyeron– suena chistoso. Sin embargo, más allá de lo cómico que resultan sus vaivenes mentales, el protagonista de esta historia es alguien que cada vez está más triste. En ese sentido, las alucinaciones son de ayuda para tapar un poco la realidad; también para pensar que está ganando la lucha frente al mono que en verdad es Pinochet.
El desarrollo de lo que pasa al interior de la cabeza llega hasta tal punto que la novela alza la belleza y la lucha como construcciones mentales. Y cuando una ficción dramática y triste y desesperanzada desarrolla esto con el correr de las páginas, se deja ver un halo de esperanza.
Hace unas semanas entrevisté a Sergio Hernández y me contó, luego de una pregunta sobre su participación en Diálogo de exiliados, que Raúl Ruiz armaba sus guiones con las conversaciones que escuchaba en el Bar Nacional. Claro que esa era una forma de decirme que el gran director usaba el oído más que la imaginación a la hora de planear los diálogos. Digo esto porque, en parte, me parece que el personaje principal de Matar al Mandinga es producto de ese mismo oído.
En cuanto a los riesgos, la novela no se queda corta. Hace algo que en este género solo se lo vi –y declaro mi ignorancia– a Pedro Lemebel, en Tengo miedo torero: escribir una escena del atentado contra Pinochet, en 1986.
Un hombre está vestido de karateka. Un frentista que está en el mismo camino le dice que se vaya. El karateka persiste, se prepara. Ve la comitiva de Pinochet. Ve que viene el Mandinga. Los rockets empiezan a volar por el aire. Comienzan las explosiones.
Puedes revisar el capítulo de El Ciudadano LiberaLibro en el que conversamos con el autor en el siguiente link.
Ficha:
Autor: Galo Ghigliotto
Título: Matar al Mandinga
Editorial: Lom Ediciones
Nº de páginas: 144
Precio de referencia: $7.400
Género: Novela