Por Claudio Ojeda, miembro del equipo de Coordinación Nacional del Partido Humanista / Durante la última semana no he parado de recriminarme por no haber impulsado entre mis amigos y amigas del Frente Amplio, con toda la convicción que requería, el rechazo al “acuerdo por la paz”. Estuve ahí ese día, medio encerrado en esa cocina de la que no queríamos participar.
Todavía veo a Gabriel Boric comunicando con orgullo lo que él creía sería el fin de la Constitución del 80. Veo a Javiera Toro ansiosa de que llegara el documento oficial para firmarlo de inmediato. Veo a Giorgio Jackson caminando por los pasillos y monitoreando que todo saliera bien. Veo a Gael Yeomans tan ingenuamente desconcertada como mi presidenta, Catalina Valenzuela, o como yo.
Todavía escucho a un puñado de abogados casi recién egresados opinando sobre los dos tercios o la “hoja en blanco”. Para mis adentros me preguntaba, una y otra vez, por qué estaban tan apurados en aceptar la propuesta. ¿Nadie va a consultar a sus bases? No. ¿Están entonces mandatados por sus bases para firmar el acuerdo? Tampoco.
Veo a Catalina Pérez pegada al teléfono y a Luis Felipe Ramos hablando de “triunfo”. Si eso era así, nosotros, los humanistas, estábamos muy equivocados. Mientras la derecha preparaba la propuesta oficial, por whatsapp nos coordinábamos con nuestros militantes, pedíamos opiniones a los más viejos –que habían estado antes en circunstancias parecidas– y puntos de vista a los más jóvenes –que desde la imaginación y la desconfianza con la clase política nos aterrizaban. Se podía escuchar el silbido del vapor saliendo por la válvula de esa olla a presión que se calentaba. Aun así, no advertimos lo que era previsible que sucedería, y si lo advertimos, nos autocensuramos frente al entusiasmo de nuestros compañeros de ruta. Teníamos la experiencia y no supimos transmitirla.
Los viejos zorros, los que veían en el Frente Amplio la posibilidad de blanquear su conducta de los últimos 30 años, se afilaban los dientes. Les estábamos dando gratuitamente un tanque de oxígeno al mismo tiempo que sacábamos de la UTI a un presidente al borde del abismo.
Y la derecha no aparecía con su famosa propuesta.
Mientras ellos se imaginaban el mejor ángulo con el que aparecerían en la foto al firmar, nosotros discutíamos el mejor mecanismo para dilatar la decisión y así consultarla a nuestros militantes.
Hasta que aparecieron. Von Baer, Van Rysselberghe, Kast.
Recién había llegado desde Valparaíso nuestro secretario general, Marcelo Rioseco, y los tres recordamos la foto de los brazos en alto. No podíamos hacer algo así. Casi sin intercambiar palabras, decidimos irnos sin firmar.
Se lo dijimos a Gael y a Cata Pérez. Luego se acercó Boric, Jackson y un par más que no recuerdo. Repetimos lo mismo. Que los humanistas no actuamos sin consultar a la militancia; que los dos tercios nos recuerdan al binominal; que la hoja en blanco es una quimera; que no querían hablar de Asamblea Constituyente.
Nos miraban en silencio cuando dimos nuestro último argumento. Que nosotros no somos representantes de los movimientos sociales ni, mucho menos, de la gente que está protestando en la calle; que no podemos llegar a un acuerdo, a nombre de ellos, con los responsables de esta crisis, la élite que gobernó el país durante los últimos 30 años.
Pasaron del silencio al reproche, y nosotros, que debimos haber avanzado con resolución, construimos un muro infranqueable a sus argumentos. No les recordamos del costo que habían tenido los almuerzos en la Moneda, la participación de nuestros parlamentarios en las comisiones de Piñera, la distancia infinita entre ese club privado y la gente. Debimos haberlo hecho y me arrepiento de no haber podido advertirles que esa noche el Frente Amplio que con tanto esfuerzo habíamos construido, estaba a un par de firmas de su suicidio. Se pactó con la derecha y fue la derecha la que ganó.
Este pasado miércoles voté con mucha tristeza para que el Partido Humanista se saliera del FA, porque quienes creyeron por nuestra naciente alianza vieron una esperanza que poco a poco se fue convirtiendo en decepción; pero abrigo la esperanza de encontrarnos con todos aquellos compañeros y compañeras que lo soñaron y se la jugaron para que pasáramos de ser una idea a ser un proyecto.
Una cosa, eso sí. Nos volveremos a encontrar, pero no en la cocina del club de los políticos. Nos volveremos a encontrar en la calle, en la plaza, en las alamedas, en los espacios donde se construye la libertad.