Desde que partimos con esta aventura llamada El Ciudadano, hemos constatado los estragos que ha causado la llamada guerra contra las drogas en nuestro continente y en el tejido que compone lo social. Hemos realizado sendos reportajes sobre cómo Pinochet y sus hijos en complicidad con el farmacéutico agente de la DINA, Eugenio Berríos, fabricaban cocaína negra y la mandaban dentro de tanques para Argentina, y hemos develado aristas puntuales que trataron de silenciar respecto al caso del asesinato de Matute Johns y su vinculación con el Cartel de Coronel.
Asimismo, publicamos hace once años uno de los primeros reportajes en Chile dedicado al cannabis medicinal. Se trató en ese momento de reunir la evidencia disponible sobre una serie de enfermedades en que la planta era recomendada. En esa época nos costó hallar a algún usuario de cannabis medicinal y los pocos que llegamos a conocer nunca quisieron ver sus nombres publicados. Se entiende perfectamente su pavor. Era una época de consenso casi absoluto entre los medios masivos, el gobierno y gran parte del estamento político para demonizar el cannabis, como pieza importante de la cruzada contra las drogas.
Como ya queda claro, asumimos una línea editorial antiprohibicionista. Las sustancias declaradas ilícitas no son peligrosas en sí, sino porque están prohibidas. En ya más de una década, gran parte de los medios han tenido que revisar sus prejuicios editoriales y políticos y aceptar la evidencia de miles de pacientes. Al mismo tiempo aparecen organizaciones de cultivadores y la Fundación Daya comienza a producir el primer fitofármaco en base a cannabis hecho en el continente. Los pacientes se organizan para compartir preparaciones para males como la epilepsia refractaria y el dolor crónico.
Hoy la sociedad chilena asiste a una controversia científica en torno de las cualidades terapéuticas del cannabis en el contexto de un proyecto de ley que persigue regular el cultivo de la planta para usos medicinales. Si bien el uso está permitido en la actual ley, varios pacientes han sido acosados por la policía, que ha incautado sus plantas y los ha procesado. Para regular de manera efectiva esto, en el parlamento se discute la Ley de Cultivo Seguro, lo que permitiría a los pacientes poder cultivar y producir su medicina con una receta médica, y no sufrir el acoso policial. Además, a través de medios masivos, un sector importante del estamento médico salió al paso del proyecto legal.
A comienzos de los años setenta en Estados Unidos se estableció que la marihuana «mataba neuronas». Ello fue sustentado por un estudio que por décadas alimentó a los prohibicionistas para sustentar los prejuicios a la contracultura. Hoy, en nuestro país, un sector importante del estamento médico chileno -dirigido por la Sociedad de Psiquiatría (Sonepsyn)- se ha preocupado de instalar un discurso cerrado de la medicina científica contrario al uso del cannabis medicinal.
La estrategia se ha desplegado elaborando estudios que ratificarían una supuesta verdad. Se han presentado en el último tiempo estudios que demostrarían un supuesto daño neurológico, comprobado a través de neuroimágenes, y se desarrolló un estudio de medicina basado en la evidencia que, a contrapelo de las investigaciones de avanzada en el mundo, asegura que el cannabis no tiene eficacia terapéutica comprobada. En el primer caso queremos demostrar cómo el uso de procedimientos de visualización cerebral persiguen utilizar la autoridad epistémica que tienen dichas imágenes en la cultura contemporánea para sustentar sus discursos negativos en torno del cannabis. De esta forma, más que perseguir publicar un gran hallazgo neurológico, su objetivo es incidir produciendo supuestos hechos científicos en la discusión sobre el cannabis que se está dando actualmente en la sociedad chilena. Demostramos cómo una de las imágenes reproducidas en dicho estudio fue producida por un psiquiatra considerado un charlatán por sus pares en Estados Unidos.
La discusión sobre el cannabis también nos abrió a revisar la profusión de neuroimágenes en la cultura contemporánea; el papel que tuvieron en otro momento las explicaciones sociales y psicológicas para dar cuenta del malestar y el comportamiento, ha dejado paso a un relato en que cobran importancia factores biológicos y neurotransmisores. De esta forma se reduce la complejidad de lo humano a lo que ocurre al interior del cerebro. Dicho relato que acaba encerrando el malestar como un problema del cerebro, está muy en sintonía con los procesos de individualización y subjetivación producidos por la sociedad neoliberal en las últimas décadas.
En nuestro análisis de la Medicina Basada en Evidencia (MBE) utilizada en la discusión sobre el cannabis en Chile, queremos mostrar cómo la Fundación Epistemonikos apuesta por monopolizar la enunciación científica en el país respecto de las cualidades terapéuticas del cannabis. También discutimos sobre la forma en que se apropian de términos como ‘evidencia científica’, pese a mantener gran distancia con los pacientes reales. Entre las principales críticas formuladas a la MBE, figuran que refuerza un modelo de medicina radicalmente reduccionista de la realidad biopsicosocial del ser humano que lo comprende sólo en su dimensión biológica. Sus metodologías son netamente positivistas y obliteran entendimientos integrados del ser humano.
La discusión sobre el cannabis en Chile está tensionando las relaciones médico-pacientes. Es interesante ver cómo la posibilidad de que los pacientes gestionen su propia medicina es contestado por un estamento terapéutico arrogante en la armonía de sus ilusiones. Asistimos a un momento importante para las relaciones terapéuticas: la lucha entre más empoderamiento de los pacientes o más control de la industria biomédica. Pero somos optimistas de que los pacientes y médicos del futuro serán los principales beneficiados de esta contienda.
Editorial publicada en la edición de junio (nº 233) de la revista El Ciudadano