Carta abierta a los astrónomos de ALMA

Fue así como dejé de confundir al tiempo con el reloj.

Carta abierta a los astrónomos de ALMA

Autor: Sebastian Saá

cosmos

Estimad@ señor/a astrónom@ de ALMA:

Ya sospechaba yo de lo relojes, sospechaba de esa manía de estar atrapando a los punteros, de apisonarlos en esa ruta circular que los condena a repetir esos 12 números, como si un número fuera el tiempo, como si un círculo fuera su inevitable recorrido. Cuando supe que en ALMA estarían los telescopios más grandes del mundo, que podrían presenciar vestigios de la radiación del big-bang, los planetas naciendo en nubes de gas o las galaxias en formación tal como eran hace unos diez mil millones de años, entonces supe que el tiempo del reloj es solo una excusa para separar nuestras pobres experiencias como seres humanos, porque allá arriba, en las edades ciegas, en los siglos estelares, el tiempo, tal como lo conocemos, se derrumba en precariedad.

Fue así como dejé de confundir al tiempo con el reloj.

Y así como sospechaba del tiempo, señor/a astrónom@, también sospecho de esa cosa que llaman orgullo patrio, supongo que es una animadversión personal con las banderas, los ejércitos, el nacionalismo y todas esas cosas. Sin embargo, debo reconocer que me agrada saber que los telescopios más grandes del mundo estén en el norte de Chile, que los tengamos tan cerquita, que en cualquier momento puedo dejarme llevar por un impulso misterioso que me llevará a conocerlos, por que están acá, en esta culebra marítima que cuelga del mapa. En esta tierra de poetas, la que mejor mira el universo, su bastedad, su perfección, su misterio…

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Pero permítame un ejercicio, señor/a astrónom@, permítamelo como juego de la imaginación o simple libertad poética, permítame pensar en un telescopio como los de ALMA, pero este ubicado a unos 15 millones de años luz de la Tierra, permítame imaginar que ese telescopio apuntara hacia este planeta que habitamos. Tan solo imagine lo que pensarían sus colegas imaginados, todos aquellos astrónomos que manipulasen aquel telescopio.

Probablemente les impresionaría que en un ínfimo rincón del universo, en una de las 100 mil millones de galaxias, en la Vía Láctea, en el sistema solar, ni tan lejos ni tan cerca del sol, en un pequeño grano de arena flotando en un haz de luz, especialmente acondicionado para generar vida, naciera una especie única, con las facultades para imaginar y reimaginar la vida, para inventar y reinventar el futuro. También vería que todos los habitantes de este grano de arena esparcido en el universo son parte de la misma especie, habitando el mismo puntito de arena, y que cualquier daño que hagan sobre otros, lo hacen sobre sí mismos. Porque todos somos ecos de esa primitiva explosión; todos somos uno. Supongamos que ese telescopio indagase alrededor, entonces vería que no hay peligros provenientes del espacio, que no hay armas “de destrucción masiva” escondidas en el Sol, ni en la Luna, ni en ningún lado. Entonces sus colegas pensarían que todos los males nacen y mueren en el mismo punto de arena, y que no hay nadie haya afuera que pueda salvarnos de nosotros mismos.

Permítame imaginar que ese telescopio se acercara aún más, señor/a astrónom@, tan cerca como para presenciar nuestra civilización. Así como les impresionaría el milagro de la vida en la inmensidad del universo, probablemente también les impresionaría lo que hacemos con ella. Porque el telescopio vería el descalabro, vería la ostentación, pero por sobre todo el despilfarro de recursos: vería, pues, como vamos dejando calva a la tierra, cortando unos 16 millones de hectáreas de bosque cada año, vería los 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono que le arrojamos a los cielos, vería los 6,4 millones de toneladas de residuos que cada año le arrojamos al mar. Pero también vería que los arboles siguen creciendo y regalando sus frutos a cambio de un poco de agua, vería que el mar continua con su danza infinita, y el aire, como la música y los sueños, sigue corriendo invisible, despeinando las ramas de los árboles, dibujando el rostro de las piedras y tejiendo la ruta del polen. Vería, por tanto, que la Tierra se empecina por mantener las condiciones exactas para que nazca y renazca la vida, para continuar siendo el milagro que es.

Con tantas evidencias del desastre, quizás sus colegas que manipulasen aquel telescopio citarían a una urgente comisión de expertos (ya sabe que cosas hacemos acá) para examinar las causas de esta catástrofe. Quizás, el informe diría algo así:

Mirando desde lejos, comprendimos que el ser humano no se ubica por afuera, ni menos encima de las demás especies y la Tierra. El ser humano está incluido en el mismo trascurrir del organismo vivo que es la Tierra, y no puede continuar la vida sin ese planeta, aunque la Tierra si puede continuar girando sin ellos. Los seres humanos dependen de la Tierra para vivir, y la Tierra depende de ellos para sobrevivir. Sin los seres humanos, la tierra no podría apreciar su belleza. Son el ojo en que la Tierra se mira. Son una nada delante del Todo y un Todo delante de la nada.

Pero permítame ir más allá, señor/a astrónom@, permítame pensar que ese informe llega hasta las manos de los líderes políticos más importantes de este planeta. Que se analiza en las asambleas de la ONU, que abandona los razonamientos circulares de este tipo:
“Concluimos que la comisión ha concluido con éxito y preocupación que todos los estudios han sido estudiados por la comisión que concluye que los estudios son importantes por que la comisión ha concluido que los informes concluyen…”

Supongamos, señor/a astrónom@, que de una vez por todas dejamos este tipo de razonamientos y nos tomamos en serio el informe venido del espacio. Imaginemos que genera preocupación el daño que le estamos haciendo a nuestra madre tierra, nuestro único hogar conocido. Pero también el daño que nos hacemos a nosotros mismos, pensando, por ejemplo, que sólo en Estados Unidos se desperdician 40 millones de toneladas de comida al día, lo necesario para alimentar a los 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo. O que 60 millones de personas podrían alimentarse con la comida que Gran Bretaña arroja a diario al tacho de basura. Se analizan entonces los pormenores de la civilización que se promete con luces y petardos al final de la telenovela de la historia. Nace una incomoda pregunta: ¿A que planetas tendríamos que mudarnos si todos los chinos repitieran el mismo despilfarro?…

Continúan con el análisis del informe, por aquí y por allá, por el costado y por debajo. Y de tanto analizar, los líderes del mundo concluyen algo elemental, que se dice con fuerza a todas las naciones del mundo:

¡Seres humanos: la Tierra está viva, gira, respira, se mueve! Y, al parecer, este milagro no sucede en ningún rincón más del universo. Y así, viviendo, nos concede las condiciones exactas para que nosotros, los seres humanos, la habitemos. Y dentro de todas las especies que adornar y recrean la vida, a nosotros, los seres humanos, nos fue asignada una tarea esencial: organizar los recursos sobre la Tierra. Tenemos una vida a cargo. A nosotros nos toca vivir y rehacer continuamente el contrato natural entre Tierra y humanidad pues su cumplimiento garantizará la sostenibilidad del todo. Debemos ser más humildes tras esta comprensión…

Supongamos que el informe avanza, y que termina con otra conclusión elemental, olvidada por economistas y políticos:

“Todos nuestros sistemas económicos se basan en un error: están hechos en base a un planeta con recursos ilimitados, pero en un planeta con recursos limitados”…

¡Pero por favor, señor/a astrónom@, no vaya a creer que soy un pesimista sin remedio! Eso si que no. De hecho, confío en el hombre, en contra de todas las evidencias. Es más, creo que el ser humano alguna vez tomará en serio su papel de sujeto histórico y revertirá este proceso. Por una razón elemental: tenemos la maravillosa capacidad de sentir amor. Yo no sé qué pasa con los animales o las plantas, habría que preguntárselo a Humberto Maturana en otra carta, pero cuando veo a mi hijita sonreír, cuando me abraza con esos abrazos de fuego, cuando me abre la ventana del profundo azul de sus ojitos, entonces yo me arrimo a esa ventana y escapo de este mundo, y me adentro en otro mundo, un mundo de colores, de viento que acaricia. En fin, otro mundo. Más aún, cuando ella echa a volar cinco letritas, tan solo cinco letras, cuando esas cinco letras vuelan por el viento hasta caer derrumbadas en mi cuerpo, cuando caen en mi esas cinco letras que conformar un TE AMO, entonces se apagan todos los ruidos de mi alma, se esfuman las ansiedades y los deseos inútiles, el verde es más verde y la piedra es más piedra y el fuego más fuego, y todo siendo todo hace que el universo se equilibre para que cada cosa funcione en armonía con cada cosa, es ahí, precisamente ahí, cuando comprendo que no es la ley de gravedad la que mantiene a los planetas en su orbita, es una fuerza que se manifiesta mucho antes de Newton, que está más allá de las formulas y los libros, comprendo que la fuerza que mantiene a los planetas en su orbita es la fuerza del amor.

Crea en este secreto que le estoy confiando, amig@ astrónom@, recuérdelo la próxima vez que tome su telescopio y apunte hacia el universo.

Un abrazo con alas,
Aldo Torres Baeza


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