La criónica es la tecnología de congelación de personas que acaban de fallecer y de preservación de sus cuerpos en nitrógeno líquido. Sus adeptos esperan que en el futuro se desarrollen métodos que permitan reavivar a los difuntos. KrioRus, una empresa rusa que trabaja en este campo, ha revelado a la revista ‘The Village‘ los detalles sobre las especificidades de su negocio.
Los representantes de la clínica han contado que entre sus clientes hay personas religiosas y ateas, y procedentes de países y culturas muy diferentes. La mitad de los clientes padecen cáncer. Según ha explicado la clínica, algunas de estas personas no están dispuestas a rendirse ni siquiera cuando la medicia los desahucia. Para ellos, la criónica es su última esperanza, ya que quizás dentro de cientos de años los puedan reavivar y curar.
En lo que se refiere a los precios, la preservación del cerebro cuesta 12.000 dólares; cuerpo y cabeza, 36.000 dólares. Al mismo tiempo, el precio de la conservación de un animal también varía entre 12.000 y 15.000 dólares, dado que requiere los mismos recursos que en el caso de los humanos. Curiosamente, la clínica ha registrado que los clientes rusos suelen conservar gatos, y los extranjeros, perros.
Asimismo, los representantes de la clínica han subrayado que aunque lo más importante en este proceso es preservar el cerebro, muchas personas insisten en preservar también su cuerpo, lo cual posiblemente no tenga sentido en el futuro dado que actualmente ya hay empresas que trabajan en la trasplantación del cerebro y la creación de órganos.
En cuanto al procedimiento, es bastante complejo. Lo primero que se hace cuando muere una persona es bajar la temperatura del cuerpo a cero grados. Si la muerte es esperada, se aconseja al cliente preparar bolsas de hielo.
La siguiente etapa consiste en acceder quirúrgicamente al sistema circulatorio a través de la carótida o la vena yugular. Luego, en las venas y las arterias se introducen tubos para extraer la sangre y sustituirla por una solución preparada previamente. La operación dura unas cuatro horas.
A continuación, el cuerpo se guarda en un ‘duar’, a menos 196 grados en nitrógeno líquido. Los científicos han determinado que esta temperatura no permite que las moléculas entren en ningún tipo de reacción.