El formato globalizador y de libremercado aumenta presiones humanas
Las tasas de suicidio en el mundo crecen a pasos agigantados. En Chile, la realidad no es ajena. Más de un 100 por ciento se incrementaron los casos en 20 años. Los especialistas, condicionan lo anterior al sistema de vida, el modelo económico descarnado en el que estamos insertos, la competitividad y el individualismo.
Media tarde del lunes 15 de agosto. La jornada comenzó de forma normal en Casablanca, Región de Valparaíso. El pueblo no es tan grande, mucho gira en torno a la Plaza de Armas, la que se transforma en el principal punto de orientación para recorrer sus cortas arterias. A un par de cuadras de allí, Carlos Retamales Basualto (19) se alistaba a tomar la decisión más difícil de su vida. Y por cierto, la última: Ahorcarse. Un familiar lo encontró colgando de una soga en su casa. Se había suicidado.
Apenas una semana después, a las 10 de la noche del domingo 21 de agosto, en Villa Magallanes, también en Casablanca, Constanza Ubilla Heck (15), polola de Retamales, yacía ahorcada de una sábana en su pieza. La encontró su padrastro. Como coordinados, ambos se suicidaron casi en la misma fecha. Formaban parte de las cuatro muertes auto impuestas que el pequeño pueblo de Casablanca tenía en menos de 20 días. “Estamos como autoridad preocupados por cuál es la situación que nuestros jóvenes están pasando”, declaró el alcalde de la comuna, Manuel Jesús Vera. Claro que la situación no paraba allí. El grupo de amigas de Constanza mantenía un pacto que preocupaba a sus madres. Pacto, que nunca, afortunadamente, se cumplió.
Lo anterior es tal vez la radiografía acotada de una situación que mantiene en alerta a varios sociólogos en Chile. Un fenómeno peligroso, que sobre todo en culturas más “civilizadas”, con mayor globalización y capitalización de mercado, se da con frecuencia. El suicidio, que crece a tasas preocupantes, y frente al cual no hay políticas claras para encararlo como tema social.
CAPITAL, INDIVIDUALISMO, SUICIDIO
Uno de los pioneros en el estudio del tema a nivel global (al menos uno de los más clásicos) fue el sociólogo francés Émile Durkheim, quien en 1897 planteó una revolución en torno a cómo analizar el suicidio. Le quitó el rasgo individual al flagelo y le entregó una connotación social. Dicha práctica, dijo, era condicionada precisamente por el funcionamiento social, por el entorno, es decir, el suicidio refleja la sociedad en la cual se produce. Lo anterior, aplicable hoy, tiene sentido si se entiende que, a nivel planetario, las cifras durante los últimos 40 años se incrementaron por lo menos en un 60 por ciento.
Sólo en Estados Unidos, emblema del libremercado y gestores de la globalización, con sus pro y sus contras, entre 1957 y 1987 la tasa de muertes auto-provocadas entre personas de 15 y 19 años, se cuadruplicó. Leyó bien, se incrementó cuatro veces. Se estima además que a nivel planetario, por cada persona que se suicida, hay 20 que fallan en su intento.
“Existe la tendencia al aumento de decisiones suicidas en las sociedades con mayor éxito económico”, comentó el sociólogo chileno Humberto Lagos, quien conoce a profundidad este tema.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó en un millón los muertos por suicidio en el planeta. Por eso, varios concuerdan en que el modelo económico, el crecimiento económico entendido bajo la lógica del capitalismo, orientado a la mayor inclusión de mercados, lo que conlleva la competitividad, individualismo, intercambios culturales, provoca crisis sociales que impactan en las personas y que derivan en decisiones drásticas, como la que Carlos Retamales y Constanza Ubilla realizaron en Casablanca. No es casualidad que en el mundo el suicidio sea la segunda causa de muerte entre personas entre 10 y 24 años, después de los accidentes de tránsito, cifra impensable hace siglos.
“Cuanto menos posee uno, menos intenta extender el círculo de sus necesidades. La riqueza al contrario por los poderes que confiere, nos da la ilusión de que nos engrandecemos por nosotros mismos. Al disminuir la resistencia que nos oponen las cosas, nos induce a creer que pueden ser indefinidamente vencidas, ahora bien, cuanto menos limitado se siente uno, más insoportable le parece toda limitación”, describió Durkheim. Aquella apreciación parece clave para comprender justamente la condicionante social en el suicidio.
VÍCTIMA DEL SISTEMA
En Japón, país industrializado por excelencia, las cifran son más que alarmantes, lo que llevó a generar políticas de salud pública para atender el tema, como repartir volantes de guía para evitar que existan más muertes auto-impuestas.
Durante los últimos años se hicieron populares los suicidios colectivos, realizando especies de pactos para concretar el acto mortal. Alentados por sectas, muchos ejercicios se concretaron con resultados similares. Lo anterior, apoyado paradójicamente por las redes sociales, parte del formato de globalización.
Son cerca de 30 mil muertes por año de este tipo lo que mantienen atenta a las autoridades del país del Sol Naciente. China, India y Rusia, también destacan en los números.
Y es que las condiciones que entrega el sistema, permiten mayores cuestionamientos mentales de cada persona, en relación a lo que está viviendo el otro. La ideología del éxito, la presión del éxito, fomenta la competencia que, por ejemplo, en países expuestos a esta forma de vida, como el propio Japón, Estados Unidos, Canadá, terminan en dichas consecuencias.
“Es posible que un individuo, que se siente marginado, trate de quitarse la vida para conquistar un reconocimiento social (es decir, la muerte externa es expresión interna de un deseo de vivir). La muerte física del individuo es expresión de la muerte social que padece y, en el fondo, es expresión de su profundo deseo de vivir mediante un acto radical de protesta que reclama el reconocimiento social”, expuso el informe “Suicidio: Una Reflexión”, elaborado por la Universidad Alberto Hurtado.
Si bien las causas reales que pueden llevar a una persona a quitarse la vida son variables, desde trastornos depresivos, alcohol o drogas ilícitas, e incluso la mentalidad seudo-filosófica que puede entregar el propio suicidio como signo de la libertad al momento de elegir el instante de la muerte, la mayor conclusión es que aquello se ve condicionado por el entorno social donde se está inserto.
LA REALIDAD CHILENA
Chile no está ajeno a esa realidad. Se estima que hasta el 2008 la tasa de muertes auto inducidas llegaba casi a los 11 por 100 mil habitantes. 18 años antes, en 1990, dicha realidad alcanzaba 5,7 personas por 100 mil habitantes. Los números son alarmantes. El incremento asciende a prácticamente un cien por ciento en los últimos 20 años, siendo las regiones undécima y duodécima las que promedian la mayor cantidad de suicidios en el país.
“Entre las hipótesis explicativas de este incremento del suicidio en Chile se alude al crecimiento económico globalizado de los últimos 20 años. El trabajo tendría hoy características más tensionantes y sería más inestable que otrora, absorbe la mayor parte del tiempo de las personas y éstas tienden a aislarse y a hacer menos vida familiar a causa de aquel. Las redes sociales de apoyo se han reducido: no hay vida de barrio, hay desconocimiento entre vecinos, no hay actividades comunes, hay menor asociatividad (sindical, gremial, política), y se vive más años, lo que en numerosos casos va acompañado de enfermedades y de soledad”, explicaron los académicos Emilio Moyano y Rodolfo Barría, en su estudio “Suicidio y Producto Interno Bruto (PIB) en Chile: Hacia un modelo predictivo”.
En el documento se precisó que “el modelo globalizado de economía social de mercado en Chile produce crecimiento económico pero no mejora las condiciones de salud mental de la población al considerar el suicidio como indicador de ésta”, una conclusión que ya Durkheim predijo cien años atrás.
“La instalación hace más de 25 años en Chile de un modelo de crecimiento económico de mercado cada vez más globalizado, trae una cultura caracterizada por el predominio del libre mercado, el consumismo, el individualismo y la democracia, afectando y generando colisión de valores entre los propios de las comunidades locales y los ‘importados’ o transnacionales”, se agregó en el estudio.
Lo anterior tiene sentido si se entienden las formas de vida impuestas en el país y en las que están insertas las personas, sobre todo los jóvenes. Un reflejo y un diagnóstico preocupante. Por dicha causa, incluso, el Gobierno anunció que en la próxima encuesta Casen incluirán una forma para medir la felicidad de los chilenos, pre-asumiendo que en el contexto global los resultados no serían muy alentadores.
¿A qué se debe aquello? El agotamiento del modelo industrial, que cambia la felicidad por dinero, es una opción de respuesta. Además de la condición impuesta por los medios de comunicación, la superficialidad social que aquello conlleva, entregando contenidos banales a las mentalidades vulnerables por dicho contexto de estrés y cansancio mental, sobre todo con el fracaso constante de las personas ante la competitividad escandalizada, la pérdida del sentido humano, ya sea con el alejamiento a los credos religiosos, espiritualidad, etc. Todos son factores que hoy inciden en esta cada vez más habitual conclusión abrupta y cruda que personas están dándole a su propia vida: el suicidio.
Por Julio Sánchez Agurto
Foto: PRI flickr
El Ciudadano Nº113, primera quincena noviembre 2011