Se la conoce como misofonía (o síndrome de sensibilidad selectiva al sonido) y consiste en un estado de intensa irritación emocional y hasta agresividad al oír ciertos sonidos que pueden ser muy comunes. Por mucho tiempo se ha pensado que este problema no tenía una base neurológica, pero para quienes sufren este malestar ante ciertos ruidos específicos, la condición no es simplemente una maña.
Ahora, por primera vez, investigadores condujeron un estudio neurológico en esas personas que sufren de misofonía y comprobaron que hay diferencias físicas en la forma en que sus cerebros crean las conexiones. Los científicos expusieron a 22 voluntarios a una serie de ruidos mientras monitorizaban sus cerebros con escáner de resonancia magnética. Los sonidos eran naturales (como de la lluvia), desagradables (como de una guagua llorando) o el sonido particular que gatillaba la molestia en el participante, que podía ser desde el sonido de comer frituras crujientes hasta el de un estornudo.
Lo que encontraron fue que la región del cerebro que relaciona los sentidos con las emociones estaba conectada de manera diferente y que esta con frecuencia se sobreestimulaba al oír el sonido que provocaba la reacción. Esto es que lo que hace que algunas personas no solo se incomoden al oír estos sonidos, sino que les cause verdadero odio o rabia, que se sientan amenazados, con pánico o estresados.
«Yo siento que hay una amenaza y tengo la urgencia de salir huyendo –es la respuesta de lucha o huída«, explica Olana Tansley-Hancock, una de la participantes, a BBC News. «No es una molestia general, es un inmediato ‘Oh Dios mío, ¿qué es ese sonido?’ Necesito salir para que se acabe'».
Otros sujetos describieron una sensación de vergüenza después de lo que consideraron había sido una reacción exagerada, aunque no la pudieran controlar.
«Mayormente la reacción es de rabia, no de disgusto. La emoción dominante es la rabia. Parece una respuesta normal, pero tiende a transformarse en una sobre reacción», explica a BBC News el Dr. Sukhbinder Kumar, quien publicó su estudio en la revista Current Biology.
Mientras las personas que tienen misofonía pueden sentirse revindicadas por los resultados del estudio, el informe no sugiere a los profesionales médicos cómo actuar en caso de que alguien necesitase ayuda. Quienes han vivido por años con misofonía pueden tener sus propias estrategias para soportarla –y no volverse insoportables–, como usar tapones en los oídos o evitar lugares donde ocurren estos sonidos particulares (los que a cada persona le activan la reacción). Pero ahora que se sabe que el problema tiene una base neurológica, tal vez pronto los investigadores ofrezcan una solución más concreta.
Fuente, IFLScience
Versión español, El Ciudadano