Sin buscarlo, los vuelos espaciales consolidaron la conciencia sobre la responsabilidad de las personas con el planeta y consigo mismas. De lejos, la Tierra da la impresión de ser muy vulnerable, dicen los cosmonautas.
El primer ser humano en darle la vuelta a la Tierra desde el espacio tardó exactamente 108 minutos en consumar la hazaña y regresó acuñando una expresión que la humanidad no olvidaría: cuando el pionero de los vuelos espaciales, Yuri Gagarin, aterrizó cerca del pueblo ruso de Smelowka, próximo al río Volga, describió a la Tierra como “el planeta azul”, relegando la jerga científica a un segundo plano para compartir con el mundo la belleza poética de aquello que sus ojos privilegiados habían visto.
LA FRAGILIDAD DE LA TIERRA
Desde aquel 12 de abril de 1961, 521 astronautas han seguido los pasos de Gagarin en el espacio y cabe suponer que la posibilidad de ver a su planeta desde la distancia no ha dejado indiferente a ninguno de ellos. “Uno ve la estructura de los paisajes con todos sus detalles. El horizonte se convierte en una línea curva, rodeada por un finísimo halo azul de aspecto grandioso. Pero, como esa capa es tan delgada, siempre da la impresión de ser muy vulnerable”, comenta uno de los afortunados, el astronauta alemán Ulf Merbold.
Los vuelos espaciales son caros. La construcción de la maquinaria, las ciencia que permiten analizar los materiales, las técnicas aplicadas para el manejo de la energía y la información… todo eso y mucho más debe desarrollarse bajo fuertes presiones. Los Estados invierten cantidades astronómicas en este campo por razones que van desde las científicas hasta las militares, pasando, por las políticas. Considerando el uso propagandístico que se le dio a los vuelos espaciales durante la Guerra Fría, parece una ironía de la historia que esas aventuras hayan consolidado, sin buscarlo, una suerte de conciencia sobre la responsabilidad de las personas, con el planeta que habitan y consigo mismas.
UN PLANETA SIN FRONTERAS
Una expresión de esa conciencia es el estudio Los límites del crecimiento, publicado en 1972 por el Club de Roma, una organización integrada por prominentes científicos, economistas, políticos de treinta países diferentes para debatir sobre los cambios que las actividades humanas estaban generando en el planeta. El documento en cuestión constituye una de las críticas al crecimiento más exitosas de todos los tiempos. Y, a los ojos del economista germano Peter Milling, la enorme resonancia de ese estudio tuvo que ver con el poder de persuasión de una imagen ubicua: la del pequeño “planeta azul”, rodeado por la negra inmensidad de la nada.
“Uno podía ver lo frágil que es la Tierra y recordar que no hay diferencias reales entre un país y otro, que los límites fronterizos no jugaban un rol importante en la discusión general sobre el crecimiento”, acota Milling. De ahí que los autores de Los límites del crecimiento no hayan hecho diferencias entre los países con gran desarrollo industrial y los no industrializados, entre Occidente y Oriente, o entre los países de los bloques capitalista y comunista.
UNIDOS EN EL ESPACIO
También Johann-Dietrich Wörner, director ejecutivo del Centro Aeroespacial Alemán –en cuyas instalaciones se entrenan los astronautas europeos–, cree que los vuelos espaciales ayudan a trascender las fronteras. Él fundamenta su convicción en un suceso memorable ocurrido en 1975: en plena Guerra Fría, los estadounidenses y los soviéticos sostuvieron una cita en el espacio. Ver a los astronautas de países enemistados saludándose cordialmente cuando la nave espacial Soyuz se acopló con la Apollo impactó profundamente a Wörner cuando tenía 21 años.
“En ese momento me dije: ‘el universo se encargará de unirnos’ ”, recuerda Wörner, sentado en su oficina de Colonia. De hecho, Wörner ve su impresión juvenil confirmada por la existencia de la estación espacial internacional. “Yo espero que en el futuro podamos trascender las fronteras que parecen ser tan importantes en la Tierra. Por ejemplo, en relación con China”, agrega el director ejecutivo del Centro Aeroespacial Alemán.
Ulf Merbold lo secunda: “Los cosmonautas ven a la Tierra como una gran nave espacial con seis mil millones de pasajeros. Una nave que nadie puede abandonar”.
Es por eso que para Alfred Normann, filósofo de la economía nacido en Darmstadt, “la imagen del planeta azul, flotando solo, brillando en el negro universo, pidiendo ser tratado con cuidado”, es el regalo más hermoso que los vuelos espaciales le hayan hecho a la humanidad. Yuri Gagarin estaría de acuerdo con él.
Por Matthias von Hein / Evan Romero-Castillo
Editor: Pablo Kummetz
Tomado de www.dw-world.de/dw
Relacionado:
Los 108 minutos que abrieron la era de Cosmos a la Humanidad