Los agujeros negros son los objetos cósmicos más misteriosos del universo. Como ocurre con la divinidad en la teología, utilizar el lenguaje para describir lo que es insondable, inconmensurable y radicalmente extraño, es solamente una convención humana, una forma de entendernos entre nosotros pero no de conocer lo que realmente es aquello que describimos (por ejemplo el término “objeto” para referirnos a un agujero negro). De cualquier forma, más allá de su elusividad y de su resistencia a definiciones precisas, no tenemos por qué dejar de investigar, maravillarnos y teorizar sobre su naturaleza. El asombro y la perplejidad son las madres de la filosofía. Recientes teorías sobre los agujeros negros nos acercan a esta mezcla de fascinación, asombro, enrarecimiento y humildad epistemológica que tiene un ilustre linaje en el pensamiento humano.
Hace algunos años el físico Samir Mathur de la Universidad de Ohio State desarrolló una teoría en la que los agujeros negros son considerados una especie de bola de estambre, un fardo de cuerdas cósmicas fluctuantes sin una superficie definida. Recientemente un grupo de investigadores había determinado que la teoría del fuzzball de Mathur en realidad era un firewall(cortafuegos); los agujeros negros literalmente destruían todo lo que los toca, como una muralla de fuego.
Sin embargo, Mathur y su equipo respondieron a esta teoría con su propia investigación. Sus resultados son aún más intrigantes. Ven a los agujeros negros no como máquinas asesinas en los límites del espacio, sino como máquinas Xerox cósmicas que generan copias de todo lo que se acerca. Según explica Science Daily: “Creen que cuando un material toca la superficie de un agujero negro, se convierte en un holograma, una copia casi perfecta de sí misma que continua existiendo de la misma manera que lo hacía antes”. Así que, hipotéticamente, si fuéramos a caer en un agujero negro, podríamos vivir como copias de nosotros mismos, sin saber quizás que somos una copia. ¿Y cómo saber que no lo somos?
La teoría holográfica no es nueva en la física, como hemos venido reportando aquí, existe una seria investigación en marcha que busca determinar si nuestro universo no es más que una proyección holográfica 3D de una imagen bidimensional al límite de un agujero negro. La diferencia en el trabajo de Mathur estriba en que ha encontrado una solución matemática que admite que los hologramas creados por el agujero negro no sean exactamente idénticos al original, como mantiene la hipótesis de la complementariedad de Leonard Susskind.
La propuesta de Mathur ofrece una solución a la paradoja descubierta por Stephen Hawking, quien descubrió que los agujeros negros emiten una radiación constante, lo cual, sin embargo, supondría que pierden masa y que eventualmente se evaporan. Esto incurre en el predicamento de que viola las las leyes deterministas de la física y se opone al axioma de que la información de un estado no se crea ni se destruye. Mathur resuelve esto sugiriendo que las fluctuaciones cuánticas alrededor de la región del horizonte de sucesos del agujero negro registran la información de la historia del agujero negro. Los imperfectos hologramas son los testamentos inmortales de la historia del agujero negro. Nosotros podríamos estar viviendo agazapados en torno a las fluctuaciones cuánticas del horizonte holográfico de un agujero negro, enredados la bola de estambre cósmica, sin nunca saberlo. A un paso, perpetuamente, del oscuro abismo radiante. Copias de algún ser más perfecto.
Ciertamente no existe consenso sobre esta teoría, pero es una de las más debatidas en la actualidad. Para concluir, como suelo hacer en estos casos en los que escribo de ciencia, notando que no tengo una formación científica académica, pero que encuentro en la ciencia un fecundo estímulo filosófico, y no encuentro división que merezca el recato imaginativo, quisiera especular un poco sobre posibles resonancias entre esta teoría y la filosofía platónica.
Cuando se habla en cosmología del principio holográfico es natural pensar en Platón y en su cosmogonía (de la misma manera que cuando se habla de la Matrix o de la Teoría de la Simulación de Bostrom se piensa en la alegoría de la cueva ). En el Timeo, Platón habla de la creación del mundo por parte de un Demiurgo (que es a su vez una especie de copia de Dios, con la función de ser el artífice de los aspectos menos sutiles de la obra divina) y se refiere al tiempo como la imagen en movimiento de la eternidad, como si el mundo fuera una proyección, una imitación de lo eterno y perfecto. También dice ahí Timeo que Dios creó el universo contemplando las Formas o arquetipos. La teoría de las Formas platónicas sugiere que nuestro mundo es una copia de ideas o imágenes suspendidas en la eternidad. Como en la teoría de Mathur, las formas del mundo sublunar en el que vivimos son copias menos perfectas que las formas de la mente divina. Platón habla habla de un misterioso cráter –o copa– en el que el creador mezcló los elementos y las almas para crear el mundo en semejanza a sí mismo y también de un espacio que nutre las formas, el chora; tal vez esto sea algo similar a los agujeros negros que ahora estudiamos, solo descrito bajo otro paradigma. La copa, el horizonte de sucesos y las fluctuaciones cuánticas, el filo del infinito donde se generan los hologramas; la eternidad, el interior del agujero negro. Sé que es aventurado pensar que la filosofía de Platón está hablando de lo mismo pero, si es que, como creían los neoplatónicos, la inteligencia humana participa en la inteligencia cósmica y el universo se conoce a sí mismo a través de nosotros, entonces quizás es posible que existan diferentes formas para descubrir un mismo principio: mirando hacia adentro o mirando hacia afuera. Tal vez podemos conocer la naturaleza de un agujero negro con un telescopio y también cerrando los ojos y haciendo silencio.
Twitter del autor: @alepholo