La colonización del planeta más cercano y parecido a la Tierra, con dos pequeñas lunas y ni un solo marciano descubierto, es el paso próximo en el cálculo de las agencias espaciales y los científicos impacientes. Pese a que Marte posee reservas de agua en sus casquetes polares, los 56 millones de kilómetros de la travesía desde la Tierra, una atmósfera reducida, una gravedad equivalente a un tercio de la terrestre y una temperatura que alcanza los 80 grados bajo cero, son los obstáculos para la misión. Pero el sueño ya tiene sus fans en la web, un desastre en una isla polar y a un grupo de promesas de astronautas conviviendo en el desierto de Utah.
La conquista del planeta rojo está en las agendas de Estados Unidos, Rusia, Europa y China. Da igual que se tarde medio siglo o que cueste medio billón de dólares. Muchos creyeron que George W. Bush iba de farol cuando anunció en 2004 que Estados Unidos llevaría una misión tripulada a Marte. Pero cuando el Congreso aprobó los primeros 104 mil millones de dólares para financiar los preparativos durante los próximos quince años las agencias espaciales que compiten con la NASA apretaron el paso.
Es la expedición más ambiciosa de la historia. Épica y ciencia de la mano. Pero colocar a seres humanos en ese planeta inhóspito requerirá que la industria y la tecnología den un salto de fe. Las dificultades técnicas son tan abrumadoras que algunos expertos dudan que la empresa sea factible. “Por el momento no somos lo bastante inteligentes para conseguirlo”, reconoce Gentry Lee, ingeniero jefe del laboratorio de motores de la NASA. “América no tiene suficientes cerebros. Nos faltan ingenieros brillantes. Los estudiantes chinos e indios que cursaron sus carreras aquí están volviendo a sus países”.
Todo está en contra. Empezando por la economía. Destinar 423.000 millones de euros a una quimera que, según los más optimistas, dejaría de serlo en 2040 no es fácil de justificar. ¿Por qué resulta tan caro? Por la distancia. En el punto de su órbita más cercano a nosotros, Marte está a unos 56 millones de kilómetros. El viaje de ida duraría seis meses. Además, la gravedad de Marte, aunque es casi tres veces menor que la terrestre, obligaría a emplear gran cantidad de combustible para escapar de su atracción en el vuelo de regreso.
UN AÑO DE VIAJE EN LA INGRAVIDEZ
Poéticamente, los americanos han bautizado su proyecto con el nombre de Visión. El programa de los europeos se llama Aurora. ¿Por qué, en vez de competir, las grandes potencias no colaboran? Falta que los gobernantes se den por aludidos.
Quizá no sea tan descabellada esa cooperación. De momento, la NASA y la Agencia Espacial Europea colaboran con la Mars Society, una organización sin ánimo de lucro con sede en Chicago, que en sus comienzos fue vista como un grupo friki de astrónomos obsesionados con Marte, y que poco a poco se ha ganado el respeto de la comunidad científica. Su líder es Bob Zubrin, un genio malhumorado que en su adolescencia inventó un ajedrez para tres jugadores. Este ingeniero aeronáutico publicó un libro en 1996, “The Case for Mars”, donde detallaba los planes para civilizar el planeta rojo. Se convirtió en un texto de culto, un éxito de ventas que sirvió a Zubrin para fundar la Mars Society en 1998.
Zubrin decidió que había que buscar un lugar donde los futuros colonizadores del espacio pudieran vivir durante meses en un ambiente hostil pretendiendo que estaban en Marte. Recaudó un millón de dólares de sus seguidores. El primer lugar escogido fue la Isla Devon, en el Ártico canadiense, donde el clima y la topografía tienen bastante de marcianos. En 2000, lanzaron en paracaídas el material necesario para el ensamblaje de la base, pero fue un desastre. La mayoría del equipo se rompió y los obreros desertaron. A la desesperada, contrataron a un grupo de esquimales de una aldea cercana como albañiles.
El proyecto ha tenido tanto éxito que la NASA está enviando astronautas y científicos a la Estación Marte. Zubrin es ahora un científico respetado que incluso ha testificado ante el Congreso de los Estados Unidos. “Hay millones de hogares potenciales para la vida en el universo. Uno de ellos es Marte y está a nuestro alcance”, declara. A la estación ártica siguió otra en el desierto de Utah. Y en la actualidad, la delegación de la Mars Society en España, junto con sus colegas europeos, está trabajando en una nueva base en Islandia.
Las condiciones que hay que simular son extremas. Una superficie desértica y estéril, aire irrespirable, con altas concentraciones de dióxido de carbono. Una temperatura nocturna que ronda los 80 grados bajo cero y máximas diurnas, en verano, de 20 grados. Hoy día no hay traje espacial que resista esas diferencias térmicas. Sin contar los tornados y huracanes que barren el polvo, enturbian la atmósfera y bloquean la luz solar durante meses.
No es el mejor lugar para irse de picnic. Si los astronautas consiguen sobrevivir al aterrizaje, se encontrarán en un planeta que no proporciona nada que sostenga la vida. Tendrán que llevarse todo lo que necesiten. Un módulo donde vivir, vehículos todoterreno, comida y aparatos para extraer agua helada del subsuelo, si es que hay, como parece a la vista de los últimos datos aportados por la sonda Mars Spirit. También los materiales para construir una base permanente, pintura y paneles anticorrosivos para cubrirlo todo y protegerlo de las altas radiaciones solares.
Los astronautas deberán ser autosuficientes durante los dos años y medio que duraría la misión: un año entre ir y volver, y 18 meses de estancia en Marte. La NASA ha diseñado un dispositivo que recoge orina evaporada y la convierte en agua potable. No es muy deliciosa.
Más problemas. Los seis meses de ingravidez durante el viaje de ida causarían a los astronautas una severa atrofia muscular, incluido el corazón. No tendrían fuerzas para mover un dedo sometidos de pronto a la gravedad marciana. Para trabajar la musculatura se está perfeccionando un ingenioso sistema de pesas y bicicletas estáticas que crean resistencia al pedaleo mediante campos electromagnéticos. También se están desarrollando fármacos para evitar las piedras en el riñón, una afección muy común durante los viajes espaciales. Otro temor es que la prolongada exposición a las radiaciones produzca cáncer entre los tripulantes, por lo que se están haciendo pruebas con distintos materiales para forrar la nave.
NECESIDAD DE UNA TENIENTE RIPLEY
Lo peor son los problemas psicológicos. La tripulación experimentará soledad y aislamiento extremos. Perderán de vista el planeta Tierra. Una comunicación por radio demorará 40 minutos. Y verle la cara a la misma gente durante dos años y medio puede acabar con los elegidos a cornetes. El récord de tiempo pasado en el espacio es de 379 días (la misión a Marte duraría más de 900). Existen pruebas del deterioro psicológico sufrido por los cosmonautas rusos en la estación Mir que, desesperados y aburridos, ignoraban las órdenes del control en Tierra.
¿Y el sexo? No es sencillo mantener relaciones sexuales en condiciones de gravedad cero. Las simulaciones por ordenador evidencian que existen muy pocas posturas practicables y que es necesario mucho empeño y habilidades acrobáticas.
¿A quién enviamos a Marte? ¿Tres hombres y tres mujeres? ¿El amor puede desestabilizar la misión? ¿Sólo hombres? Demasiada testosterona. ¿Sólo mujeres? Colaboran mejor. De hecho, en el desierto de UTA, el Proyecto Mona Lisa, de la Mars Society, ha servido para comprobar que una tripulación enteramente femenina tendría más posibilidades de éxito que una masculina.
Además de las limitaciones humanas, el viaje plantea enormes quebraderos de cabeza tecnológicos. La nave no se parecería a los actuales transbordadores que planean como un avión. En realidad, se asemejaría más a las viejas cápsulas Apolo que conquistaron la Luna, aunque tres veces más grandes y diseñadas para seis tripulantes. El combustible convencional probablemente no sea suficiente y haya que utilizar energía nuclear, lo cual levantaría ampollas en la opinión pública. Eso, o paneles que capten los vientos solares, una tecnología aún en mantillas que convertiría a la nave en una especie de velero cósmico.
Luego hay que volver, aunque algunos científicos ya sugieren que sería más sencillo y lógico que la misión fuera sin retorno y que los astronautas fundasen una colonia permanente.
Finalmente, hay que vender la moto. Y hará falta una gran operación de marketing para convencer al mundo de que la supervivencia de la raza humana, amenazada por el impacto de asteroides o el calentamiento global, dependerá de nuestra habilidad para establecer colonias en otros planetas.
Quizá valga la pena aunque sólo sea por la razón que apunta Carl Sagan: “Somos la clase de especie que precisa de una frontera. Cada vez que la Humanidad se despereza y da la vuelta a una nueva esquina, recibe una sacudida de vitalidad productiva que puede impulsarla durante siglos”.
por Carlos Manuel Sánchez