Tendemos a pensar en nuestros huesos como simples andamios de nuestra estructura corporal, con el rol de sostener a una masa de carne que sin ellos se desplomaría. Pero al contrario de lo que generalmente creemos, las células que constituyen a nuestros huesos juegan un papel mucho más activo en nuestros organismos.
En un estudio publicado en The Journal of Clinical Investigation, unos científicos descubrieron mucho más sobre la manera en que nuestros huesos afectan nuestro metabolismo, especialmente con el azúcar y la grasa.
En muchos aspectos nuestros huesos dependen de las hormonas, pero más específicamente tienen una incidencia en su fuerza. Cuando los huesos de un adolescente están creciendo, los bajos niveles de estrógeno o testosterona pueden hacer que sus huesos se vuelvan más débiles. En otra etapa de la vida, cuando las mujeres pasan por la menopausia, su producción de estrógenos disminuye y se vuelven más propensas a la osteoporosis. Pero esta comunicación entre hormonas y fuerza va en ambos sentidos.
Cuando los investigadores descubrieron la hormona osteocalcina, vieron que el hueso en sí puede afectar a otros tejidos. Se cree que esta hormona juega un rol importante en la descomposición del azúcar y la grasa. «Una de las funciones de la osteocalcina es aumentar la producción de insulina, lo que a su vez reduce los niveles de glucosa en la sangre», explica el coautor del estudio, Mathieu Ferron. «También puede protegernos de la obesidad al aumentar el gasto de energía», agrega.
Aunque se sabía que las células productoras de tejido óseo, conocidas como osteocitos, constituían un precursor de la hormona, todavía no estaba claro cómo estas se transformaban en la hormona activa, cuando se secretaban desde el hueso al torrente sanguíneo.
Ahora los investigadores han logrado identificar una enzima presente en el hueso, llamada furina, que en realidad corta una parte del precursor inactivo para convertirlo en la hormona activa.
Lo que intriga a los investigadores es que también descubrieron que cuando inactivaban esta enzima, reducían el apetito de los ratones del estudio. Pero una investigación posterior precisó que no se debía a que la osteocalcina ya no se producía adecuadamente, ya que el equipo llegó a demostrar que la hormona en sí misma no afecta el apetito.
«Nuestros resultados sugieren la existencia de una nueva hormona ósea que controla la ingesta de alimentos», dice Ferron. «En futuros trabajos esperamos determinar si la furina interactúa con otra proteína involucrada en la regulación del apetito».
Por IFLScience
EC