Si Valvert viviera en nuestros días, es probable que hubiera hecho uso de Twitter para enviar tal agravio. Cyrano, que ha desarrollado una verborrea extraordinaria para compensar el menoscabo social que supone su nariz, le responde de un modo que, sin embargo, no habría cabido en los 140 caracteres que impone un tuit: «¡Vaya! No os parece, joven, que habéis andado un poco corto? Cien cosas habríais podido decir con solo variar el tono. Ahí va algún ejemplo: Agresivo: “Señor, mío, si yo tuviera una nariz así, no dudaría en cortármela al punto”. Amistoso: “Al beber, ¿no os molesta meterla en la taza? Yo me haría fabricar una a medida”. Descriptivo».
Porque, de igual modo que a todos nos gusta un «me gusta», un «like», un «fav» o cualquier input positivo a través de internet, su reverso tenebroso nos produce un efecto contrario igualmente poderoso. Los haters existen y proliferan porque saben que son capaces de hacernos mucho daño. Yo aún me estoy recuperando de la primera crítica negativa que recibí a través de internet (y las que me quedan por torear como un buen fajador).
Yo, yo y yo
Qué duda cabe que un «me gusta» o un «no me gusta» es importante para nosotros en tanto en cuanto influye en nuestra reputación. Y nuestra reputación no solo se ha convertido en la moneda social más relevante en los tiempos que corren, sino que el mundo 2.0 la ha tornado modificable de una forma más profunda y veloz que antes. Solo así se explica la existencia de herramientas como Reputation.com, que emplea técnicas proactivas y reactivas para suprimir o diluir contenido no deseado en Internet, básicamente controlando el SEO, como explican Eric Schmidt y Jared Cohen en su libro El futuro digital:
Durante el crack económico de 2008, se supo que varios banqueros de Wall Street contrataron compañías de reputación online para minimizar sus apariciones en internet, por cuyo servicio pagaban 10.000 dólares al mes. En el futuro esta industria se irá diversificando a medida que aumente la demanda, siendo los gestores de identidad tan comunes como los agentes de bolsa o los gestores financieros.
También parece que hay una explicación psicológica para la afición de las nuevas generaciones por la reputación 2.0. Muchos de los que hemos nacido después de 1970 parece que somos más consentidos, egoístas y egocéntricos que las generaciones anteriores. En su libro Generation Me, Jean M. Twenge recopila doce estudios en los que se ponderan las diferencias generacionales entre 1.5 millones de jóvenes estadounidenses, concluyendo que los nacidos entre 1970 y 1990 son la generación más narcisista de la historia. Ello lo compensamos con una mayor tolerancia y apertura de miras.
La generación del milenio o Generación Y parece más empática que la Generación X, en opinión del investigador Jeremy Rifkin en su libro La civilización empática.No solo busca alimentar el Yo, sino que sean los demás los que lo hagan. Quieren ser importantes pero solo si los demás creen que lo son.
Como en el aquel capítulo de Black Mirror sobre un futuro distópico en el que solo podías dedicarte a trabajar pedaleando o aspirar a ser famoso, uno de cada veinte estudiantes universitarios quiere ser actor, artista o músico. Los castingsde los reality shows y talent shows son infinitos. Y los canales de YouTube, MySpace, Facebook, Instagram o hasta los mismos blogs proliferan también debido, en parte, a la necesidad de ser aceptados por los demás. Según Rifkin, una encuesta Pew revelaba que, por ejemplo:
el 76% de los blogueros afirma que la intención principal de su actividad es la de documentar sus historias personales y compartirlas con los demás, basándose en la suposición de que su vida personal es potencialmente lo suficientemente significativa como para merecer una amplia atención y el escrutinio públicos.
Alcanzar la fama no es en exclusiva una obsesión estadounidense. Benedict Carey, en The Fame Motive, explica que en encuestas realizadas en Alemania o China se obtienen también porcentajes significativos de personas que aspiran a ser famosos. Sobre todo entre los adolescentes. «Una encuesta similar realizada en la década de 1990 preguntaba a los estadounidenses si preferían ser famosos o ser satisfechos. El 29% de los jóvenes eligieron ser famosos». Las cifras no son escandalosas, pero sí que han ido creciendo progresivamente en las últimas décadas. Además, entre ser famoso y ser anónimo hay una gran escala de grises. El deseo de notoriedad en algún grado, pues, probablemente arrojaría resultados muy generalizados. En cualquier caso, que un tercio de la juventud aspire a ser famoso antes que estar satisfecho consigo mismo es, cuando menos, significativo.
Autoestima 2.0
Las raíces de esta tendencia creciente son difíciles de localizar. Tal vez influya el hecho de que tecnológicamente, por primera vez en la historia, todos podemos llegar a una audiencia planetaria.
También puede influir el hecho de que, a nivel pedagógico, se ha fomentado la idea de que todos somos especiales y que todo lo que hacemos es relevante. Es lo que sugiere un estudio realizado por Cynthia Scott, de la Universidad de North Florida, en el que el 60% de los profesores y el 69% de los orientadores en centros educativos sostienen que es importante fomentar la autoestima en los estudiantes. Según Jeffrey Jensen Arnett, alrededor del 96% de los estadounidenses con edades comprendidas entre los 18 y los 29 años está de acuerdo con la afirmación «estoy seguro de que un día llegaré adonde quiero en la vida».
La autoestima parece haberse convertido en la clave de la felicidad, por ello, según un estudio de Jean M. Twenge, el 86% de los estudiantes universitarios de la década de 1990 afirmaba tener un nivel de autoestima superior, a diferencia de estudiantes universitarios de 1968.
Pero también Internet parece haber modificado la actitud de la generación del milenio frente a la generación X y, como se ha dicho, Internet también puede estar cultivando mentes más empáticas y abiertas a los demás. La soledad es una hipótesis que podría explicar la necesidad del apoyo emocional de la fama. Con los chats, skype o los videojuegos online, Internet ha permitido que los niños se sientan menos solos que en la generación anterior, donde ambos padres trabajaban. Ahora la generación del milenio también necesita ser famosa (aunque algunos estudios apuntan tímidamente que en menor medida), pero está más comprometida con la comunidad, incluso a escala global, como explicanMorley Winograd y Michael D. Hais en su libro Millennal Makeover. También son más cosmopolitas y están más preocupados por el medio ambiente. Están más conectados unos con otros.
La autoestima también parece haber crecido en un contexto de paz y prosperidad, lo que favorece la confianza en la consecución de sueños y metas. Sin embargo, la crisis financiera global y las elevadas tasas de paro juvenil podrían estar menoscabándola. En la cuerda floja, pues, la autoestima depende más que nunca de la reputación y, como se ha apuntado, la reputación es más maleable que nunca gracias a las sinergias de internet. Para el autor del libro Gratis, del exeditor de Wired Chris Anderson, la reputación 2.0 ya tiene el peso de una moneda real:
Actualmente disponemos de un mercado real de reputación, y es Google. ¿Qué otra moneda de reputación online hay que no sea el algoritmo de Google PageRank, que mide los enlaces entrantes que definen esa red de opinión que es Internet? ¿Y qué mejor medida de atención que el tráfico de Internet?
La autoestima ya no es netamente egocéntrica, pasa por la aceptación de los demás. Por ello, el «me gusta» se ha convertido no ya en una moneda social, sino incluso en una moneda crematística: muchos «me gusta» en Facebook, muchos seguidores de Twitter, muchos suscriptores en YouTube permiten a los usuarios ganar dinero directamente, o de forma indirecta obteniendo mejores empleos, impartiendo charlas o escribiendo libros. El karma en Menéame o en Slashdot es, en efecto, karma.
Por eso, de hecho, estoy escribiendo este artículo. Para incrementar mi reputación, para recibir alguna palmadita en la espalda, para ser informando al punto de cualquier «me gusta». Escribo esto por dinero, pero sobre todo porque necesito demostrar que mi nariz no es tan fea y grande como parece. Con cadanuevo seguidor en Twitter me siento mejor conmigo mismo, e incluso más guapo. Con cada correo laudatorio mis complejos quedan un poco arrinconados, al menos durante un rato. Aquí vendo mis libros, o muestro mi CV, porque en el fondo me vendo a mí mismo. Todo ello sucedía antes de un modo casi anónimo y solitario, ahora se produce en tiempo real y de forma abierta y visible por todos. Gracias, y genuflexión a lo Cyrano.
via Yorokobu