Sin duda los acontecimientos que hemos vivido durante el presente año estarán marcados en su gran mayoría, sino casi en su totalidad, por la crisis sanitaria de escala mundial y los modos múltiples en que afectó a las sociedades. Las medidas de confinamiento y cuarentenas tomadas por los gobiernos de todo el mundo paralizaron y/o redujeron la actividad productiva los primeros meses del año, generando el cierre total de instituciones educativas y la suspensión de actividades sociales presenciales, además de pérdidas económicas y de empleo. De ahí la expresión repetida: “2020 el año perdido”. Pero ¿fue realmente así?
Las condiciones de diseminación y el impacto del Covid-19 nos dicen mucho sobre la relación entre sociedad y naturaleza, y especialmente sobre nuestras sociedades. Este virus ha entrado en contacto con los humanos por el efecto de la deforestación y la pérdida de hábitats para gran cantidad de animales; se ha extendido por el mundo por las conexiones internacionales que demanda la globalización; y ha impactado de forma diferente a los continentes y al interior de cada nación. Esta pandemia nos devuelve la imagen de múltiples crisis, éticas, políticas, ecológicas y sociales.
Es sobre esta relación con la naturaleza donde el Covid-19 nos deja las primeras lecciones y que sin duda debemos tomar como una primera alerta de una crisis planetaria mayor. La concepción de la naturaleza como una materia inerte, que puede ser dominada y usada al servicio de los intereses económicos, debe ser reemplazada por una que reconozca nuestra relación de interdependencia con la naturaleza.
Junto con lo anterior, puede que el 2020, con sus confinamientos y paso ralentizado, nos permitiera finalmente pensar en otros modos posibles y así enfocar nuestros esfuerzos en construir resiliencia. La resiliencia eco-social, toma los aportes del pensamiento sistémico para comprender a los sistemas vivos y humanos como sistemas interdependientes y anidados. Es a partir de una comprensión holística donde podemos encontrar elementos que están a nuestro alcance y que, si actuamos sobre ellos, conseguimos enfrentar cualquier crisis de mejor manera.
Gobiernos y campañas comunicacionales en Chile y a lo largo del planeta han apostado casi exclusivamente a dos variables para hacer frente a la pandemia: la higiene y cuidado personal (lavado de manos, sanitización de espacios, uso de mascarillas, etc.) y el distanciamiento social, estableciendo relaciones causa-efecto entre estas medidas y los impactos de la pandemia para toda la sociedad y sin distinción para los distintos estratos presentes en ella. Tememos que dicho abordaje, si bien ha contribuido principalmente a no colapsar los sistemas de salud, es insuficiente desde una perspectiva ecosocial integral, para que nuestras sociedades desarrollen efectivamente una resiliencia que disminuya su vulnerabilidad.
El abordaje mencionado, con su visión reduccionista y cortoplacista, opaca la necesidad de desarrollo de políticas que contribuyan a la resiliencia de los diferentes grupos y comunidades, mediante la visibilización de diferentes aristas:
- El malvivir de gran parte de la población: trabajos precarios, viviendas inseguras, hacinamiento, falta de espacios verdes y de recreación.
- La sobrepoblación y hacinamiento en las grandes áreas urbanas: la falta de planificación y control del crecimiento del sector inmobiliario, junto con la contaminación de las ciudades por material particulado. Según el Ministerio de Medio Ambiente en Chile, se reconocen tres grandes fuentes de contaminación del aire: los medios de transporte, las actividades industriales y la calefacción de las viviendas. Sin duda, la actividad productiva de algunos sectores ha tenido un rol central en generar problemas de contaminación en todo el país, y de forma exacerbada en las llamadas zonas de sacrificio a lo largo del territorio.
- La vulnerabilidad energética acentúa lo anterior, así las viviendas de muchas familias no cuentan con las condiciones mínimas de aislamiento y ventilación, lo que sumado al uso de combustibles contaminantes aumenta la aparición de enfermedades respiratorias.
- La falta de recursos y tiempo para los cuidados personales como actividad física y alimentación saludable. Los estilos de vida promovidos por el capitalismo son la causa de graves enfermedades presentes en nuestra sociedad, como lo son la diabetes, enfermedades cardiovasculares y obesidad mórbida.
- Finalmente, se visibilizó que gran parte del trabajo no remunerado recae sobre las mujeres, acentuando el impacto de los puntos anteriores. El trabajo no remunerado, incluye tanto el trabajo doméstico como el de cuidado de personas dependientes. Para ser más precisas, según el INE (2005) el trabajo doméstico en el hogar hace mención a “todas las actividades de quehaceres domésticos realizados para el propio hogar, como la preparación y servicios de comidas, limpieza de la vivienda, ropa y calzado, el mantenimiento y reparaciones menores en el hogar, la administración del hogar, el abastecimiento del hogar y el cuidado de mascotas y plantas”
Los ítems anteriores dejaron al descubierto que cada una de esas situaciones y sus intersecciones nos hacen más vulnerables ante el COVID 19.
Por otra parte, en Chile, la crisis sanitaria coincidió con otra oportunidad única, el pueblo decidió que era hora de redactar una nueva constitución.
Desde la Red Ecofeminista por la Transición Energética creemos que esta nueva constitución tiene que recoger las contribuciones que desde la reflexión ecofeminista se han realizado para abordar la crisis socioambiental: necesitamos pensarnos en interdependencia con el medioambiente, aceptar los límites planetarios y desacelerar nuestras sociedades. Para ello es fundamental un Estado que garantice el cuidado de todas y todos, comprendiendo la economía como un subsistema de la naturaleza, y no al contrario.
¿Vamos a dejar que 2020 sea un año perdido? o muy por el contrario, ¿vamos a sacar la enseñanzas que lo conviertan en un hito y punto de inflexión?.
Que nada vuelva a ser como antes, o al menos no en nuestro nombre
Jorgelina Sannazzaro y Daniela Zamorano
Red Ecofeminista por la Transición Energética