Algunos pliegues que hablan del contra-amor

«No quedar adheridos a ninguna persona: aunque sea la más amada – toda persona es una cárcel, y también un rincón

Algunos pliegues que hablan del contra-amor

Autor: Wari

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«No quedar adheridos a ninguna persona: aunque sea la más amada – toda persona es una cárcel, y también un rincón.»
Nietzsche

No quiero comenzar hablando de la “belleza”, de la multiplicidad del amor. No quiero vanagloriar los esquemas imaginarios que ante los momentos enrarecidos que hoy vivimos, claman de modo festivo al modo del New Age y desde el club del optimismo: “Todo lo que necesitamos es amor”. No, no, compañeres, ese “amor” que suena pegajoso y fuerte no será posicionado aquí. Por el contrario, coherente con mi decisión política a partir de saberme bruja, seré apostata y hereje: Cuestiono nuestra idea actual de “Amor” (sí, ese que se escribe con mayúsculas y corazones) ¿Quién más se atreve?

Lo sé, si es como casi hablar de Dios, la libertad, la humanidad, la fe, la esperanza y otras tantos apelmazados metafísicos, además la idea del amor que actualmente sostenemos influye sustancialmente en la socialización como un motor de acción individual y colectiva, es la amalgama perfecta para sostener y contraponer ideologías, para abrazar todas las religiones.

Seré enfática: “el amor” es una categoría política, cultural, de género, clase y etnia.

No diré tampoco que les traigo aquí y ahora la última panacea, que ya para eso está el poliamor y hasta la agamia (¡Uf! confieso que soy pésima para el sarcasmo). No, tampoco. Sencillamente quiero, desde lo radical, sí, sí, con mayúscula desde lo RADICAL, enunciar que el “amor” ha ido una idea sobre estimulada, saturada, que si no lleva apellidos, pluralidades, experiencia desde lo singular, carnita cotidiana de reflexión, tareas de re-definición, re-construcción o destrucción (según el proceso y las decisiones de nuestros contextos, saberes y procederes) entonces sólo lo seguiremos maquillando desde un desierto de palabras que incluso sin saberlo, justifica las violencias que desde ahí se juegan.

Por ello, la compañera Mari Luz Esteban ha trabajado arduamente en la propuesta de una teoría radical del amor:

(…) que debe identificar, describir, explicar y denunciar las injusticias que se cometen en su nombre, debe desenmarcarar el papel que una determinada cultura amorosa, cumple en la perpetuación de un orden social absolutamente jerarquizado. Para ello es preciso revisar críticamente los supuestos, los conceptos, las retóricas, los argumentos utilizados, y proponer otros que nos permitan imaginar y formular las relaciones humanas de maneras alternativas y/o identificar todas aquellas que ya están en marcha. [1]

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En ese sentido antes y/o paralelamente de hablar de multiplicaciones amorosas, propongo reflexionar sobre los vaivenes de este modelo de pensamiento que se ha pretendido normalizar, naturalizar y volver necesario para la vida de todo ser humano, y que lo llamaremos como propone nuestra autora, “un pensamiento amoroso” y que en Occidente se ha sostenido a través de una triada paradigmática: monogamia, heterosexualidad y romanticismo, los cuales se articulan desde una educación donde los sentimientos, ideas y acciones están orientadas a perpetuarse como instituciones políticas en nuestras vidas.

Sí, lo sé, parece que la cuestión se complejiza, dado que si sólo escuchas sin más tales afirmaciones, sin un contexto o referente previo y más aún con algunos parásitos del pensamiento (tal y como lo llama Joseph Muñoz a la construcción de falacias que espolean los sentimientos y bloquean el cerebro tales como prejuicios, estereotipos, dogmas, etc.) entonces te sentirás disgustade y/o atacade, sobre todo si vives relaciones de monogamia sentimental, con vida heterosexual y particularmente este catorce de febrero fuiste a un restaurante caro jugando un poco al capitalismo emocional.

Lo que sí he de aclarar (otra vez) es que –por ejemplo- cuando hablo de heterosexualidad no se trata de una “opción”, “preferencia” y/u orientación sexual, en lo absoluto, sino hablamos de un régimen político que nos construye desde los binarios, donde se nos asignaron rígidos roles, formas de relacionarnos que van más allá de lo erótico, donde los “hombres y las mujeres” deben caminar al deber ser de cumplir con el “atrapa sueño” de ser novia/o, pareja, y después dentro de las filiaciones de la institución matrimonial, construir familia y parentesco, todo ello, tal y como apunta Karina Vergara: (…) “posibilita la división sexual del trabajo y por tanto el sistema de producción capitalista que hoy nos rige”.[2]

Lo mismo sucede con la monogamia, la cual además atenta contra nuestros más primigenios deseos, y contribuye con una represión que agudiza las neurosis personales y colectivas. La propuesta de pareja además deviene de un legado histórico/económico que nada tenía que ver con los afectos y que ahora se ha transformado en un corset social que pretende separar “al par” de la vida colectiva y que fomenta una co-dependencia que limita la autonomía y los actos de libertad.

Ahora bien, ¿De qué romanticismo hablamos cuando lo conjugamos con “amor”?

El romanticismo –lo saben quienes estudian estas áreas- es un movimiento intelectual desarrollado en algunos países europeos a finales del siglo XVIII y XIX, que surge como una importante respuesta al pensamiento ilustrado con razón como estandarte (recuérdese a Emanuel Kant), colocando a los sentimientos en el centro de la acción.

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Las personas románticas desde esta postura –por ejemplo- son rebeldes, mantienen actitud escéptica ante los grandes discursos, apelan a la belleza, irracionalidad creativa, se saben entre la melancolía y la desesperación, es la lírica –por supuesto- su género favorito y se hace de  la libertad una exaltación contra la institución y la legalidad, se habla de la “naturaleza” como un espacio para potenciar las emociones y comunicarse y hace del amor un gran “ideal”, un “principio divino” donde las mujeres no son personas, sino “objetos de amor”, siendo además el símbolo de perdición, fatalidad, desgracia, derrumbe.

¡Caray! ¿Pusiste especial atención en ésta última parte? Se convierte al amor, pero sobre todo se convierte a las mujeres, en vehículos de sufrimiento, celos, desgarro, suicidio, desamor, ambientes sepulcrales, pesimismo.

El amor cortés trovador del siglo XII, que es además la fecha donde comenzamos a nombrar al “amor” en Occidente, se sostiene a través de características que serán reconstruidas en el siglo XIX tales como: a) La no correspondencia amorosa, la vida irrealizable y por tanto sufriente. b) La “conquista” que implica el servicio del héroe mientras la dama sea inalcanzable. c) Divinización de la mujer, amor espiritual e imposibilidad corpórea d) Dolor en la separación de los amantes. e) Renuncia, padecimiento y reducción a las oposiciones pasión/dolor, gloria/infierno, vida/muerte, ideal/realidad; y por supuesto, f) Determinismo.

Puedo seguir en un infinitum ahora hablado de los mitos y modos de cómo se solidifica el amor romántico en nuestra vidas, sin embargo solo diré: En este país (con las más altas cifras feminicidas en el mundo), las mujeres ya no como metáfora sino como patética realidad, “están muriendo por amor”, las están asesinando en el nombre del amor, y evidentemente la violencia de género tiene una conexión intrínseca con el discurso patriarcal, convertido en pensamiento amoroso.

¿Seguir hablando de “ese” amor y convertirlo en poliamor? No, gracias y menos aún con banderita de colores y enarbolándolo como estilo de vida. No hablo desde la fiesta de la diversidad sexual y amorosa, sino mi postura desde la denuncia, la rabia y por supuesto la recuperación de “nuestra alegría”, es la contra amorosa y desde ahí me permito enunciar al poli-contra amor, y al gran caleidoscopio de las afectividades, hablo también desde las disidencias, en particular de las disidencias afectivas.

Defino Contra/amor como una posición y acción ética y política contra cualquier discurso amoroso que violente y controle al ser humano, que cuestiona los mitos, ilusiones y expectativas de los imaginarios monógamos y heterosexuales, fincándose en ejercicios libertarios a través del consenso.

A partir de una posición contra/amorosa se puede entonces pensar desde otros espacios, desde otras marginalidades y preguntar-se, preguntar-nos, qué es lo que queremos vivir afectivamente y de qué modo, comenzando una construcción compartida de la apuesta a la que le entremos.

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Desde hace ya una lluvia de años, en los tiempos del “Colectivo Poliamor en México”, hablábamos de un poliamor a la mexicana, es decir, ya cuestionábamos los parámetros que conocíamos de un poliamor anglosajón nacido en San Francisco a finales de los noventa, donde aún con la novedad del amor entre más de dos personas y con el consentimiento de todes les involucrades, se seguían estableciendo jerarquizaciones (relaciones primarias y relaciones secundarias) y se pensaban –incluso- superados ciertos estadios (se hablaba en algunos grupos de la evolución poliamorosa, la extinción de los celos y la inminencia de la compersión). Buscábamos desde la reflexión colectiva, comprender  que los procesos latinoamericanos colonizados que vivimos, nos colocaban en una realidad distinta y por ende, nuestros procesos afectivos también se construían desde otros lugares, eclécticos, errantes, disonantes, inciertos pero eso sí, desde principios éticos que se sustentan en  el compromiso, la honestidad e igualdad.

Como colectivo en su momento y ahora ya sin éste, tomo postura sobre cómo quiero desarrollar mis vínculos afectivos, ya sean con una sola persona (mono-amorosamente) o con más de una (poli-contra-amorosamente).

Y enuncio de modo general algunas estrategias que constantemente reviso, pero que tienen como base el senti-pensar cotidiano:

1)    Ya casi no nombro “amor” y si lo hago, le coloco apellidos, dado que como todo concepto, necesita ser aterrizable, claro, singular. No quiero universalismos, normalizaciones, necesidades presionando a mi vida y normando cómo debo sentir y/o vivir. Por lo anterior, es necesarísimo ser creativa, inventar, deconstruir, resignificar términos, palabritas y palabrotas. No me gusta enunciarme como pareja, y aunque fonéticamente trieja, me gusta, tal y como aprecio las palabras jengibre o libélula (por ejemplo), ya  tampoco ideológicamente me da sentido. No me interesa la fidelidad pero sí la lealtad. Me encantan los labios cargados de un lenguaje, que a la Heidegger nos habita todo el ser. Construyo historias con las, les y los compañeres de vida, patherner o conchabados, desde las manadas. Comienzo con desde mi cuerpa y corazona.

Nombrar, denunciar, compartir.

2)    Para construir la confianza y los compromisos lo hago por el camino y los caminos complejos de la amistad, prefiero la risa y el llanto del fluir amistoso, chacotero y sin medias tintas ni máscaras que encubren lo que siento y pienso, y aunque cuestiono que la “amistad en sí” sea la pócima perfecta (dado que a veces no  escapa de las dialécticas de amos y esclavos), si la tenemos en constante revisión crítica, desde lo singular y no en absorción con la colectividad, desde la claridad  y no desde los juegos de poder, entonces prefiero mil veces las parladas fuertes y amistosas, que el drama de pareja heterosexual, arraigado a canciones y telenovelas.

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3)    A mis afectos los construyo desde la ternura radical, desde la vitalidad del abrazo, el apapacho, la cercanía, la construcción constante del deseo, los besos y las humedades, por supuesto la cercanía erótica tiene un calor liberador, pero también desde el desapego y la distancia, y para ello me reconozco y trabajo desde la autonomía como una acción consistente y directa de las posibilidades de la libertad, en minúsculas y con elementos concretos de ejercicio ético.

4)    Para desarrollar relaciones consistentes, y que sepan a fuerte presente, me parece importante saberme en el “desencanto desde el enamoramiento”. Probablemente pensarás: «¡Caray!, esto es imposible» si parte importante de la dopamina, endorfina y etcéteras se están jugando como una “psicosis social” aceptable y en medio de tanto químico y construcción de expectativas, en medio de las virtudes que le invento al otre ¿Cómo poder lograrlo? De ningún modo es sencillo, sin embargo, siempre hay un resquicio de reflexión ante la emoción, de juicio crítico entre la limeranza, y en ese momento pequeño, casi imperceptible, se puede parar y pedirle al otre desde la horizontalidad y fuera del cortejo, la seducción y otras patrañas patriarcales, que se hablen de las oscuridades, de “eso” que no queremos escuchar ni ver en las primeras citas. Eso sí, tener cuidado ante los sincericidios o los sincerinatos, por lo que es fundamental trabajar por una comunicación asertiva que permita enunciaciones distintas.

5)    Quiero un abanico de apuestas filosóficas introyectadas en mi quehacer cotidiano, por ejemplo, reivindicar –viviendo- el cinismo y el hedonismo libertario. Modos sencillos comienzan con el reconocimiento y la importancia del placer de estar sola, de estar conmigo y en mí. Cabeza activa todo el tiempo para desmontar ideas, paradigmas, destruir prejuicios y estereotipos arraigados de forma dura y dolorosa. No dejo de involucrarme con movimientos anticapitalistas, pensar sobre mis feminismos, trabajar éticamente sobre el veganismo y el antiespecismo. Hacer zapatismo, conocer e identificarme con algunos anarquisimos. Leer, viajar, masturbarme, saberme en tristeza, construir bienestar y saberme abierta a cuarenta emociones más. Cuidarme, mirar el cielo, ejercer la auto-defensa feminista, trabajar mi autonomía económica, tomar té, comer rico, hacer poesía, dormir más, abrazar a mi madre, a mis hermanas, a mi papá, durante más, y más tiempo. Platicar, escuchar, ver cine, cocinar y después otra vez, masturbarme. Otra vez escribir, leer más, y llorar. ¡Ah! Que delicia es llorar. Que delicia es nombrar a mi vulva.

Me gusta “Mad Max” por la fuerza de sus personajes, delinean muy bien al fanático, al patriota, al poderoso y al desencantado, y por supuesto, lo digo fuerte, me parece indispensable el papel que representa “Imperator Furiosa”, las ancianas “muchas madres” y por supuesto las cinco mujeres que han retomado su cuerpo, ahora su cuerpa y toman decisiones, tienen conflictos, desarrollan acuerdos, y no tienen solo “esperanza” sino construyen a paso doliente, con ambages y de muchos modos la confianza para caminar hacia algo distinto. Ya no desértico, ya sin muerte, y por ello está presente todo el tiempo: la autodefensa feminista.

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Me parece muy importante que los pactos que se establecen entre hombres y mujeres, estén basados en el respeto, la claridad del hacia dónde vamos y por qué, y en la película -concretamente- el camino de Max y ellas, se forma (con todas sus complejidades) como un pacto de respeto y lucha conjunta.

Si la supervivencia ante el capitalismo depredador tendrá que ser, evidentemente será desde el antiespecismo, la solidaridad, la sororidad, la cuidadosa formación de colectividad, el trabajo autogestivo y el apoyo mutuo con todas las redes que ello implique. En la película son las semillas, los proyectos de sobrevivencia, en nuestras afectividades son los acuerdos, los pactos y compromisos renovables.

De ahí que retome la película, para dejar claro que también en la construcción de otras afectividades, es importante darle sustancia a cada uno de los elementos que se nombran, no es nada más situar la importancia de la colectividad, los acuerdos, la honestidad, la lucha contra los privilegios o el trabajo constante por el desapego, sino específicamente darle calor y forma.

Somos nuestra cuerpa, somos nuestros pensares y sentidos. Decido crítica y reflexivamente compartir ideas, besos, humedades, proyectos con quien o quienes así lo deseemos y decidamos.

Sin duda,  prefiero afectividades y contra-amores a la Mad Max y no a la Titanic.

Termino –por ahora- con las ideas de la artista argentina Cecilia Neitor Chmielnicki:

Dejar de seducir.
Dejar de buscar cómo generar situaciones de tensión sexual.
Dejar de seleccionar qué parte de mí te muestro para gustarte más.
Dejar de laburarse lo linda, lo deseable, lo cool, la onda.
Dejar de ser amables solo con las que queremos coger.
Empezar a ser más amiga.
Empezar a cuestionarnos el deseo y por qué nos gustan siempre las mismas.
Empezar a erotizarnos con otros cuerpos. A erogenizar otras partes. A darnos placer por el placer y no para y por el orgasmo.
Empezar a salirnos del protocolo.
Explorar otras maneras de acercarnos, de conocernos.
Empezar a disfrutarnos en el compartir, más allá del sexo.
Recircular las demostraciones de afecto físico. Abrirla a más allá de nuestras amantes. Y más en un ambiente con más gente. Redistribución del cariño!
Mirarnos más a los ojos.
Dejar de catalogar todo como me tira onda o no. Revolearnos onda a lo chancho, no es verdad que quiero coger con todas todo el tiempo.
Gustarnos. Habitar el gustar sin ansias de poseer.
Compartirnos el deseo por otras. Reirnos. Reirnos un montón.
Disfrutar los subidones sabióndolos breves y planear en las bajadas.
Acompañarnos.
Crear lazos. Armar redes. Formar vínculos. Cuidarnos. Tratarnos bien.
Decirnos la verdad.
Agradecer[3].

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Con nuestra lengua de bisturí pero también de cálido arcoiris construimos páramos, puentes, bosques renovables. Somos pasajeras del minuto y del presente de las afectividades, esas son también, nuestras herramientas. Les arrebatamos linealidad y las dotamos de genealogías.

Por Diana Marina Neri Arriaga

NOTAS

[1] Esteban Mari luz, Crítica del pensamiento amoroso, Temas contemporáneos, España, Bellaterra, 2011, p, 56, 58.
[2] Vergara Karina, Sin heterosexualidad obligatoria no hay capitalismo, Retomado de http://ovarimonia.blogspot.mx/2015/09/sin-heterosexualidad-obligatoria-no-hay.html 16 de marzo del 2016.
[3] Neitor Chmielnicki, Cecilia, Dejar de seducir, retomado de  https://www.facebook.com/mecortounachichi/posts/251725225163175 18 de marzo del 2016.

 


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