No suelo explayarme mucho por estos lares, pero con el acicate mediático, humano e inhumano, mainstream o como a usted se le ocurra denominar a todo lo relacionado con el incendio de Valparaíso, últimamente he leído mucho acerca de la necesidad de nuestra profesionalización como bomberos, o de lo “justo” que debería ser que nos remuneraran. He leído también opiniones notables de bomberos que no conozco pero con quienes comulgo, un profe, un trabajador de por ahí, y otro de por allá. A riesgo de caer medio a medio en uno de los puntos de mi crítica (opinar sobre el tema de moda), aprovecho la instancia porque a veces las modas abren los ojos y los oídos y hasta las fosas nasales, y también porque sé que hay que estar adentro para entender; no pretendo vestirme con soberbia (“qué saben ustedes, simples mortales”!), sino abrir el naipe y compartirlo. Y una última amenaza previo a la perorata: hablo como individuo, no estoy metiendo a nadie en mi saco de convicciones y pasiones mundanas.
Empiezo con una pizca de rabia. O quizás dos o tres pizcas de rabia. Porque en nuestro Chile querido y no tan querido, hablamos bajito, miramos de soslayo, ojalá no se note, decimos te confirmo en vez de no quiero ir, decimos nos vemos sin tener la más peregrina intención de mirar de nuevo esa cara. Y en ese pantano de inseguridades y de piropos gritados desde la seguridad del piso 10, no hemos sido capaces de ponerle nombres adecuados a las cosas. Porque nombrar implica reconocer, traer a presencia, y –lamentablemente para Chile- afrontar. Pero no; es más fácil digerir las pantomimas y eufemismos de nuestros gobernantes. ¿Qué entendemos por patrimonio? ¿Qué es participación ciudadana? ¿Qué es cultura? ¿Qué entendemos por vocación? ¿Bomberos profesionales? ¿Cuántos de nosotros exigimos un programa de gobierno claro y preciso antes de votar? ¿O es más fácil conformarse con “más seguridad para todos”, o “mejores empleos para todos”, o “ahora sí que sí que sí que de verdad en serio lo juro, viene la igualdad”?
No estoy mezclando peras con cocodrilos. ¿A quién le importa de verdad cómo se financian los bomberos en Chile? ¿Quién se lo va a cuestionar en dos meses más, cuando la euforia haya pasado? ¿Quién se lo va a exigir, como tema, a sus futuros candidatos?
Bomberos pagados. ¿Por qué? ¿Porque durante siglos nos han vendido en occidente la pomada de que algo hecho por un sueldo es mejor que algo hecho con cariño? No, gracias. ¿Porque sería más eficiente tener 2000 pelados con instrucción estándar, que un cuerpo de bomberos con voluntarios que también son vendedores de seguros, ingenieros, estudiantes, médicos y arquitectos? No, gracias. ¿Porque la sociedad nos ha demostrado, con toda la maquinaria posible, que un viejo de 70 años debe esperar como pueda la hora de morirse, ojalá sin joder a nadie, y por favor sin ser un gasto para el Estado? No, gracias. Y si el sueldo es poco, ¿nos vamos a huelga y dejamos que se queme el puerto? No, gracias.
Esos no son nuestros incentivos, sino el camino más directo a emular todos los vicios que, personalmente, detesto de nuestra eficiente sociedad. Prefiero seguir aprendiendo de Alberto Brandán, a quien con más de 50 años de servicio, ningún cuerpo de bomberos pagados del mundo contrataría; porque su gran virtud –despreciable en el mundo laboral- es enseñarnos de la vida y de las relaciones humanas. Y espero seguir compartiendo un techo con zurdos, diestros o ambidextros, y no pretendo que sean despedidos por el próximo gobierno azul, rojo o amarillo, o que sean alineados por sus superiores a que voten de tal o cual modo en las próximas municipales.
Sí, yo sé, a usted no le importa que esa micro sociedad, que es una Compañía de Bomberos, tenga espacio para todos, a usted le importa que alguien le apague la casa, o que lo saquen del auto cuando, manejando curado, se coma un poste de hormigón armado. Eso lo hacemos en Chile, sin esperar nada a cambio, desde hace más de 160 años, sin periodistas, sin cámaras, sin bonos de término de conflicto, sin sacar la vuelta, sin licencias truchas, y por si fuera poco, hasta entregando la vida, pero con la vergüenza brutal de tener que pedir limosnas en la calle, con un tarro en el semáforo o con un formulario de socio en el mall; el formato da igual.
Y eso es lo que espero que cambie: que ningún bombero se queme las piernas por tener que usar uniforme de algodón y botas de jardinero. Y que de una vez por todas, no esperemos el terremoto 8.8, o el incendio en el puerto-patrimonio-de-la-humanidad, para hacernos las preguntas honestas, ponerle nombre a las respuestas y dejar de parchar con chicle o con bonos todos los problemas que se nos cruzan por delante.