No espere aquí encontrar palabras demasiado bonitas. Ésas las podrá encontrar en otros lugares. Sólo escribo desde la posición de un simple cristiano que está convencido que debemos tomar partido por las luchas contra la injusticia, la discriminación y la marginación social presente en nuestra sociedad y que, en ese camino, se siente cada vez más solitario en su propia Iglesia.
Soy de los que, de una u otra manera, nos esperanzamos en que la llegada del Papa Francisco trajera consigo importantes cambios en la Iglesia Católica chilena, misma institución que tiene tras de sí notables referentes que entregaron su vida en el amor de Cristo y por la emancipación de los oprimidos del mundo, pero que desde hace por lo menos 20 años pervive en una brutal indiferencia para con la consolidación de estructuras que en poco contribuyen a hacer desde este mundo –el mismo que tanto amó Jesús- un lugar mejor.
Hoy me informo a partir de la sección de Reportajes de La Tercera del 12 de octubre del presente año, que usted en su calidad de pastor de la Arquidiócesis de Santiago envió antecedentes para que tres emblemáticos sacerdotes de nuestra Iglesia: Felipe Berríos, Mariano Puga y José Aldunate, sean procesados por la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano.
Por supuesto, la decepción e incomprensión nuevamente golpearon mi puerta, como la de tantos otros cristianos que se sienten representados por la manera de hacer Iglesia que tienen los curas mencionados. Es decir, se pretende penalizar a aquellos referentes que a muchos nos acercan a una Iglesia cada vez menos creíble a partir de métodos oscurantistas y poco tolerantes, que nos recuerdan a la peor Iglesia de la historia y que tan vagamente trasvasija la Buena Nueva de Jesús.
Podría decirle muchas cosas en cuanto a métodos y objetivos pastorales de su gestión desde mi experiencia en pastorales universitarias, voluntariados, parroquias y en la Vicaría de la Educación (instancias que, por lo demás, se veían dichosas con la existencia de testimonios como los de los sacerdotes procesados). Pero mi intención es mucho más estrecha. Quisiera pedirle a modo personal –aunque no dudo que muchos me acompañarán en ello- que aclare públicamente las razones concretas que fundamentan, a juicio de la cúpula de la Iglesia en Chile, el envío de estos antecedentes a Roma.
Desde mi humilde opinión, no veo motivo racional ni eclesial alguno. Sé que entre ellos y una buena parte de la facción que controla la institución en nuestro país existen diferencias tanto de fondo como de forma. No obstante, apelo al carácter de universalidad del que tanto se jactan en sus sermones (y nos jactamos todos).
La universalidad precisamente se basa en una aceptación de las diferencias y en un real trabajo con ellas para lograr mejorar desde distintas perspectivas nuestra misión cristiana. Sin esta tolerancia, no sólo nos transformamos de manera lenta en una secta muy poco eficiente en su discurso (debido a nuestra inconsecuencia) sino que sencillamente estaríamos echando por la borda el proyecto siempre transformador de Jesús y que, al parecer, quiere recoger nuestro Papa Francisco .
La posible sanción a los sacerdotes involucrados sólo hace un flaco favor a la Iglesia, identificada cada vez más –como el mismo Berríos señaló en televisión hace pocos meses- por reducir el mensaje de Jesús a un par de consignas moralistas (no al aborto, no al matrimonio homosexual, no a las pastillas anticonceptivas, etc.) escindidas totalmente de la realidad de su gente, en lugar de dar todo para conocer sus problemáticas más profundas e intentar que esa realidad sea sustancialmente mejor.
Menos o más explícitamente, la Iglesia es y será un espacio de disputa del poder. Por lo mismo toman importancia sus declaraciones al respecto, Monseñor. Somos bastantes los que nos sentimos bendecidos del grueso testimonio de servicio que nos han otorgado Berríos, Puga y Aldunate.
Somos bastantes los que día a día intentamos mirar la realidad desde los oprimidos de toda índole, como lo hizo Jesús y como creemos que lo hacen estos sacerdotes. Somos bastantes, por lo tanto, los que no nos sentimos conformes con mantener el status quo de esta sociedad excluyente y que queremos trabajar hacia un país distinto desde el amor de Dios, que no está despegado de este mundo.
Así entonces, sincerémonos, ayudémonos a aclarar el rumbo. ¿Dónde quiere estar la cúpula de la Iglesia Chilena? ¿Preferentemente con los excluidos y su historia, como lo plantea el Papa y la Conferencia de Aparecida? No lo sé. Muchos estamos aquí y no tenemos ni el más mínimo reconocimiento de la oficialidad eclesiástica. Todo lo contrario. La posible sanción a estos curas es un balde de agua fría para los que creemos que no se nos permite callar frente a las injusticias (Hechos 4, 19-20) o simplemente discrepar con la línea de la Iglesia.
¿Y dónde está entonces? No lo sé, pero veo a obispos de todo Chile más en mesas de trabajo con connotados poderosos del país en lugar de estar en los pesebres modernos del Chile actual. Ayúdenos a aclararnos, Monseñor. Ayúdenos a saber si aún existe la Iglesia de los marginados de Jesús, esa que tanto se reconoció a nivel mundial durante la dictadura, o si sencillamente ya mutó de forma definitiva hacia otras figuras.
Ayúdenos, porque si se nos va a penalizar por disentir o luchar, por arriesgar o denunciar, entonces seremos varios los que vayamos a defender el mensaje salvífico de Jesús en otras calles, lejos de las anquilosadas y aparentemente fariseas paredes del Arzobispado de Santiago.
Esperando su respuesta,
Bastian Muñoz
Licenciado en Historia y en Educación y Pedagogía