Por Victoria Viñals
Soy hija del último desaparecido político de la dictadura. Mi padre, Luis Eduardo Arriagada Toro, fue asesinado y hecho desaparecer por sus propios compañeros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, organización a la que ayudó a fundar, en nombre de la cual realizó numerosas proezas revolucionarias y consagró su vida.
Estoy aquí para decir que “Bigote”, el comandante Aureliano, mi padre, es inocente. Que no es el traidor del Frente como se han empeñado en mostrarlo. Asumo, por cierto, este gesto reivindicatorio como una forma de lucha. Y es que vengo aquí a disputar la historia que han contado del FPMR.
Para octubre del 88 mi padre era comandante y segundo al mando del Frente. Tras el asalto a un retén de policía en Los Queñes fue acusado de “traicionar” a Raúl Pellegrín y Cecilia Magni, conocidos públicamente como José Miguel y Tamara. Después de una investigación realizada por los mismos que lo acusaron y que concluyó sin pruebas, fue convocado a un punto con quien consideraba su hermano, Mauricio Hernández.
A fines del 93, estando preso, Ramiro reconoció ante mi madre que lo asesinaron sin tener evidencias que respaldaran estas acusaciones y le dijo que “ante la duda, la Dirección Nacional del Frente decidió ‘ajusticiarlo’, ya que era mejor perder una persona que arriesgar a toda la organización, porque él manejaba demasiada información”.
Y no sólo eso. También aseguró que nunca le entregarían su cuerpo.
A medida que han pasado los años, ha existido un interés creciente por investigar al Frente y se han hecho esfuerzos por investigar y contar esa historia. En muchos de esos relatos, el nombre de Bigote se ha convertido en un lugar común al que se recurre con facilidad cuando se trata de explicar por qué las cosas no funcionaron. También se ha pasado por alto su preparación y trabajo revolucionario, minimizado o ignorando su rol en acciones clave del FPMR como el secuestro a Carlos Carreño y el atentado a Fernando Torres Silva.
Por estos días se estrenó una película “inspirada en hechos reales” sobre el atentado a Pinochet donde nuevamente se explota la idea del fracaso “por una traición”. No bastando con eso, la película termina con Ramiro disparándole a mi padre y lanzando – junto a la imagen de Tamara- su cuerpo al mar.
Desde el día que supe cómo había muerto mi padre, hace 15 años, he investigado cuidadosamente los hechos, las historias y las versiones. Me fui a vivir a la ciudad en la que se le perdió el rastro y he buscado en archivos, fotos y rincones cualquier pista que me permitiera acercarme a la verdad. Me formé en derecho y periodismo para tener más herramientas para juzgar por mí misma los hechos.
En todos estos años nunca he dado con ninguna prueba de que mi padre fuera un infiltrado, ni de que delató a sus compañeros, ni de que entregó a nadie. Tampoco he encontrado consistencia en los relatos que lo acusan y nunca nadie ha sido capaz de relatar un acto o hecho concreto que lo inculpe. Durante años, sólo han aparecido públicamente declaraciones ambiguas, elucubraciones y dudosas interpretaciones. Tampoco, hasta hoy, ninguna persona se ha atrevido a decirme a la cara cómo lo mataron y qué hicieron con su cuerpo.
Estoy aquí para alzar la voz por Bigote, mi padre desaparecido y asesinado y decir que es inocente. Asimismo, insto a todos quienes han afirmado públicamente lo contrario a exhibir las contundentes pruebas en las que se basaron para asesinarlo y hacer desaparecer su cuerpo.
También como acto de justicia y respeto a la memoria de mi padre, y del país entero, hago un llamado público a los ex combatientes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez a dejar de guardar silencio y revelar las circunstancias en que se dio la muerte de mi padre; a decir quiénes son los responsables intelectuales y materiales de su asesinato; cómo, cuándo y dónde lo mataron, y dónde están sus restos.
Hago este llamado con determinación y esperanza. Creo firmemente que los ex frentistas involucrados tendrán la valentía y la dignidad para reconocer que se equivocaron, que mataron a un hombre “bajo sospecha” sin pruebas que lo inculparan. He aquí la oportunidad de pasar a la historia como personas que cometieron y reconocieron un error, o como asesinos que terminaron convirtiéndose en lo mismo que juraron derrocar.
El 18 de octubre del 2019 recuperamos la voz, las calles y la esperanza. Como pueblo hicimos un movimiento completo hacia la lucha por nuestra libertad. En este proceso y en estas calles está vivo el espíritu rebelde del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que mi padre ayudó a construir.
Por esa razón me resulta imposible seguir guardando silencio. El país que soñamos no puede hacerse sobre mentiras, usando chivos expiatorios, jugando el juego del general después de la batalla, negando los errores, culpando a los que ya no están. No puede hacerse sobre desaparecidos de nosotros mismos.
Hace 32 años mi padre escapó de las garras de la dictadura y depositó toda su voluntad y esperanza en mi existencia. Hoy exijo saber la verdad. Por mi abuela que murió buscando los restos de su hijo, por mis tías, mis hermanas y mi madre, que lo han buscado hasta el cansancio. Todas ellas, mujeres incansables de las que me siento profundamente orgullosa, han hecho silenciosamente todo lo que han podido para esclarecer la verdad, para limpiar su nombre, para encontrar lo que quede de su cuerpo y sepultarlo. Lo hago para recuperar mi apellido y lo hago, sobre todo, para que mi hijo pueda crecer libre de la injuria que ha pesado sobre nosotras.
Este 15 de noviembre mi papá hubiese cumplido 70 años. Es tiempo de que el fuego de nuestras calles ilumine con su fuerza todos los rincones de nuestra historia.
*Carta originalmente publicada en Ciper.