Carta abierta por Zamudio

Leí por primera vez la noticia sobre el brutal ataque de Daniel, en el avión de vuelta de unas vacaciones deliciosas junto a mi pareja

Carta abierta por Zamudio

Autor: Sebastian Saá
Leí por primera vez la noticia sobre el brutal ataque de Daniel, en el avión de vuelta de unas vacaciones deliciosas junto a mi pareja. Las lágrimas comenzaron inmediatamente a brotar por mis ojos mientras me imaginaba el calvario por el cual lo hicieron pasar. Veníamos de un país donde su gente nos recibió con cariño, con pétalos de rosa en la habitación, y donde nunca se nos cuestionó respecto de nuestro vínculo afectivo, era algo completamente natural y fluido, sensación extraña incluso para nosotros, que vivimos nuestro amor hace años sin mentiras ni oscuridades. Fue dicha noticia un aterrizaje forzoso a nuestra realidad, a mi realidad.

Una vez asimilado el shock inicial, comencé a vivenciar un sin número de emociones, pena por cierto, pero también rabia e impotencia, y poco a poco se fue apoderando en mí el miedo, miedo que nunca, debo reconocer, había sentido con anterioridad. Me imagine todas aquellas veces saliendo de algún boliche de Bellavista o caminando por las calles de Valparaíso, y surgía en mi con más fuerza el cuestionamiento de cuantas veces podría haber sido yo o mi pareja los elegidos. Daniel era un chico normal, nada lo distinguía más por el sobre el resto, no andaba con un cartel que señalaba su orientación, pero éste tipo de gente, al parecer logran agudizar su radar a un punto insospechado.

En los primeros años de mi carrera de origen, nos enseñaron que el miedo genera dos grandes acciones conductuales, el ataque o la huida. Ambas siempre en pos de la supervivencia. Creo que el tiempo de correr ya terminó, no podemos seguir huyendo, escondiéndonos, sintiéndonos avergonzados en algún mínimo nivel. La vida de un gay en muchos aspectos en una vida de lucha, primero con su naturaleza, luego con su familia, con su entorno más inmediato y finalmente con la sociedad completa.

Me agotaba ese solo pensamiento, sentía que bastaba con haberles compartido a mi familia y cercanos, dicha parte de mi vida que tiene que ver con mi afectividad, con eso  sentía que ya había hecho mi aporte.

Con Daniel, me di cuenta que no era suficiente, es hora de luchar nuevamente. Esta es una batalla principalmente nuestra, está claro que muchos nos acompañaran en este proceso, sin embargo, en lo medular, en nuestra, y debemos hacerla propia, tenemos que empoderarnos no sólo por él, para que su muerte no caiga en el sin sentido de la vida, sino por nosotros mismo, por aquellos que ya lucharon en épocas más oscuras que las de ahora, y por los que vendrán, especialmente por ellos. Tenemos un  deber moral de instalar el respeto por la diversidad y la diferencia como un valor necesario en nuestra sociedad, para que nunca más haya ningún Daniel, para que nunca más alguien tenga miedo de ser quien es, para que nunca más tengamos que llorar la partida de uno de los nuestros.

Elías Pérez Ibarra

Psicólogo UGM

Estudiante Derecho Unab


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