Algunos años atrás y en la ciudad de Los Angeles en Estados Unidos, la hija de una querida amiga mía se suicidó.
Esta chica se había recién titulado de médico en la Universidad de Chile y se encontraba haciendo un postgrado en la UCLA.
Como producto de esta trágica situación, mi amiga viajó a Estados Unidos para traer los restos mortales de su hija; estando ya de regreso en Santiago contactó varias parroquias e iglesias católicas en el sector oriente de la ciudad con el fin de poder despedir a su hija con una misa de difuntos.
Se encontró con el rechazo absoluto o la indiferencia total de esas parroquias e iglesias aduciendo que como su hija se había suicidado, no había forma de que la Iglesia Católica pudiera despedirla con una misa de difuntos. Mi amiga terminó efectuando esa despedida religiosa en una capilla de la Iglesia Ortodoxa.
Qué distinto esto en relación a lo que acaba de hacer la Iglesia Católica con Odlanier Mena, otro suicidado. Es más, la hija de mi amiga jamás fue acusada de cometer algún crimen, delito, o falta en toda su vida. Ella vivió la mayor parte de su relativamente corta existencia en Estados Unidos, donde llegó pequeña como producto del exilio de sus padres después del golpe de estado.
Qué distinta ha sido la actitud de la Iglesia Católica en relación a un alto oficial de ejército ya condenado por los tribunales de justicia, como fue Odlanier Mena, y además estando procesado por otros crímenes de lesa humanidad al momento de su deceso.
Por Pedro Alejandro Matta