Hoy, 16 de enero, cumpliría 100 años Guillermo Kirk, ex Director de la sede Iquique de la Universidad de Chile y ex director de la Escuela Experimental de Niños Salvador Sanfuentes. Ex maestro en Tocopilla, y ex militante también del Partido Comunista de Chile.
Muchos se acuerdan de él, la mayoría, por su trabajo en la legendaria escuela Sanfuentes, en la esquina de Matucana con Catedral. Sigue allí la escuela (aunque dista mucho de ser la misma), en el hermoso edificio construido en 1929 y cuya magnificencia arquitectónica la amplia explanada del Museo de la memoria ha contribuido a destacar.
Otros muchos lo recuerdan en Venezuela, a donde llegó en 1975 como profesor a prueba en el Instituto Pedagógico de Maturín, en una especie de carrera 2.0, a los 60 años de edad.
Kirk murió el 1 de febrero de 2010, bastante enojado con lo que ocurría en Chile desde el fin de la dictadura. Se perdió, por desgracia, el despertar estudiantil de 2011, que lo hubiese llenado de gozo cada jueves de lucha de ese año memorable.
La demanda estudiantil es exactamente lo que él deseaba y a lo que había dedicado su vida entera: la educación pública. Rechazó siempre la tentación de llevar sus prácticas y teoría innovadoras al mundo privado y las peleó en cambio en el ámbito de los bajos salarios de los maestros primarios, del Ministerio de Educación, y en el terreno de la Escuela Sanfuentes, donde quienes tuvimos la suerte de ser alumnos vivimos la experiencia de una vida escolar integradora, participativa, exigente, que nos modeló para siempre.
Este maestro creció en un hogar destruido, de inmigrantes en Punta Arenas, y la Escuela Normal lo eximió de una vida incierta donde, como muchos inmigrantes, pudo haber terminado millonario, como gerente de algún banco o, como gran parte de esta familia, en algún lugar ignoto de las pampas patagónicas.
La pobreza extrema de la crisis de los años 30 le impidió terminar sus estudios de inglés en la Universidad de Chile (a donde pudo entrar sólo porque era gratis y él un alumno aplicado), y lo lanzó a su vida de maestro. Allí aparece Tocopilla como lugar de destino, y sus primeras innovaciones, como la primera Biblioteca de esa ciudad siempre golpeada.
Otra innovación, muy pertinente en estos días, fue la de eliminar el grito «Viva Chile y abajo los cholos», que marcaba el fin de las formaciones mañaneras en las escuelas de Tocopilla.
Fue uno de los pocos maestros sin título universitario que llegaron por la via de la experiencia y la calidad profesional al rango académico en la Universidad de Chile, de cuyo Consejo Superior fue parte y en el que participó del proceso de Reforma de fines de los años 60, que determinó la democratización de los antiguos claustros.
Sin duda, tuvo Kirk muchos defectos, pero sinceramente no los recuerdo, salvo -si es un defecto- su obstinación. Nada lo tumbaba del todo, ni siquiera la muerte de su hijo mayor, tras dos tremendos años de enfermedad a los 21 años. Nada lo alegraba demasiado tampoco, salvo los regresos de su viajero hijo menor.
No votaba, Kirk, desde que regresó a Chile desde Venezuela en 2001. No se reinscribió en los registros electorales, y le parecía que no valía la pena legitimar el fraude institucionalizado. No estaba lejos del futuro, habiendo tenido tanto pasado.
Por Alejandro Kirk