Tras el debate acontecido este domingo por las pantallas de TVN, en el cual los precandidatos presidenciales de la autodenominada “Nueva Mayoría” se vieron las caras con miras a las elecciones primarias del 30 de junio, se pudo apreciar de manera mucho más notoria la existencia de fuertes diferencias entre las cuatro opciones presidenciables de la ex Concertación.
Ante esto, también han surgido los cuestionamientos respecto de si un conglomerado tan diverso en lo valórico y en sus propuestas es capaz de sostener una identidad común que les facilite gobernar en un próximo gobierno y que tenga cierta coherencia interna respecto de la visión país que buscan desarrollar. No obstante, si bien la pluralidad de la oferta política es uno de los activos más valorados por el electorado – la capacidad de elegir la opción que más me representa- , nada garantiza que dicho atributo tan seductor sea a la vez efectivo a la hora de gobernar. En ese sentido, el hecho de que al interior de una coalición coexistan distintas visiones país puede ser beneficioso si el objetivo de ese conglomerado es conocer y conectar con otros puntos de vistas más minoritarios de la sociedad, pero no necesariamente lo es al momento de “cortar el queque” y consensuar acuerdos difíciles, sobretodo porque la heterogeneidad solo es ejercida cuando es gestionada, mas no cuando se encuentra dentro de la retórica y del diagnóstico de cuatro precandiatos.
De ahí que se torna fundamental el derribar una premisa que está profundamente arraigada en aquellos que creen en el mito de la Nueva Mayoría: no es lo mismo ser heterogéneos que estar plagados de contradicciones. Una buena forma de ilustrar esto es analizando la relación del PC con la DC desde sus orígenes. Durante los años 80 los comunistas muchas veces intentaron consolidar una alianza política formal con la Concertación, la que nunca se consolidó debido al rechazo democratacristiano. Antes de eso, en los años 30, desde sus orígenes como Falange Nacional los democratacristianos apelaron a ser una alternativa reformadora frente a los defensores conservadores y liberales, así como frente a la izquierda marxista que, desde los orígenes del comunismo chileno en el Partido Obrero Socialista (1912) se proponía un cambio revolucionario del orden económico y social. No obstante, fue el respaldo de los parlamentarios de la DC el que hizo posible la ratificación en el Congreso Pleno del triunfo electoral de Salvador Allende en 1970, marcándose en ese entonces el momento de mayor cercanía entre ambos partidos. Una cercanía que cedería paso entre 1972 y 1973 a la convergencia democratacristiana con la derecha en la oposición a la Unidad Popular y a la aprobación al golpe militar expresada entonces por la directiva democratacristiana, tema que hoy en día es una herida profunda para el PC.
No obstante, en la actualidad el tango entre demócratas y comunistas no ha cesado. Hace solo seis meses atrás, en diciembre del 2012, la tensión entre ambos partidos había aumentado notoriamente tras fuertes declaraciones por parte del presidente del PC, Guillermo Teillier, quien en una entrevista realizada en El Mercurio había afirmado que su partido tenía “una posición sobre democracia más avanzada que la DC”, en defensa a los emplazamientos que la DC le había hecho al Partido Comunista debido al apoyo de estos últimos a dictaduras extranjeras . Asimismo, consultado sobre la posición que tenía en ese entonces el PC dentro de la Concertación, Tellier ratificó que ellos como partido no formaban parte de la Concertación sino que únicamente eran parte de “una amplia convergencia de opositores», ratificando una visión bastante utilitarista por parte del PC respecto de los pactos y apoyos políticos que ellos brindaban, algo similar al comportamiento que tuvo su contra radical, la UDI, cuando con calculadora en mano salieron a apoyar a Golborne.
Para ese entonces, un histórico vocero de la DC, Gutenberg Martínez, quien pese a no ocupar cargos formales en la Democracia Cristiana hasta hoy en día mantiene una importante influencia en el partido, señaló en esa misma época que “un acuerdo de coalición política, así definido, no es posible ni conveniente para la DC ni el PC. Sería pasar por encima de diferencias que son parte de nuestras identidades esenciales. Además, se vería como algo fundado sólo en una aspiración coyuntural de poder. Y tendría costos por la izquierda para el PC y por el centro para la DC”, dando testimonio de una de las contradicciones más emblemáticas del conglomerado opositor.
Sin embargo, sería injusto caricaturizar las contradicciones de esta Nueva Mayoría en la relación que ha existido entre demócratas y comunistas en Chile (sí, porque en todos los otros países la DC se encuentra en la vereda contraria al PC) dado que es mucho más transversal de lo que uno se podría imaginar. En efecto, ayer en el debate salieron muchos ejemplos de las contradicciones esenciales que afloran hoy en los distintos discursos que chocan dentro de este conglomerado. Cuando se analizan las opiniones de los precandidatos en materia de cambio de la constitución y una eventual asamblea constituyente, la demanda territorial boliviana, la gratuidad de la educación, la reforma tributaria, el sistema de pensiones, las posturas sobre el aborto, la despenalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y las posturas sobre los pueblos originarios, entre otros temas más, en todos y cada uno de ellos hay visiones y valores esencialmente distintos en cada uno de ellos. Por lo mismo, si la Concertación fuese una organización más tradicional, perfectamente podríamos decir que sufre “esquizofrenia organizacional” (The Neurotic Organization, 1984), que se caracteriza por las profundas disonancias a nivel de identidad política de convicciones ideológicas y de los valores que pretende defender y evangelizar.
Considerando esto, cabe cuestionarse la capacidad de gobernar que posee una ex Concertación que inclusive desde su rol de oposición se le ha hecho difícil converger hacia ciertas decisiones fundamentales para el bienestar de la ciudadanía. En ese sentido, el debate en TVN fue bastante clarificador del mal que los aqueja: un Partido Comunista que no apoyó al Partido Radical pese al fuerte alineamiento ideológico que poseen; un Andrés Velasco que tras la ficción de independiente y un complejo de Edipo con el conglomerado que lo gestó, no se da cuenta que es más cercano a la Alianza que a donde está hoy; un Claudio Orrego que por más que lo intenta y quiere, definitivamente no encaja en el marco valórico de esa “convergencia opositora”; una Michelle Bachelet que tras un ex mandato que se caracterizó por operar bajo una fuerte lógica “de mercado” hoy, con su fiel estilo mesiánico, viene a predicar un recambio con las sagradas escrituras de la reforma tributaria bajo la manga, y finalmente; una “Nueva Mayoría” que hace eco de los movimientos sociales pero que al momento de hacerse cargo de la desconfianza de las bases, terminó por marginar completamente a un claro exponente del recambio generacional chileno: Giorgio Jackson y su Revolución Democrática.
Por Héctor E. Lira