Por Eduardo Gutiérrez González
En medio de la debacle política, ideológica y electoral de la derecha, ultraderecha y de la ex Concertación, la farandulización de la política y el presidencialismo rampante han enmascarado esta pegunta esencial de una política seria hoy en día y también de su obvia contraparte: si esto es así, entonces, ¿cuál es la opción alternativa?.
Partamos por responder afirmativamente la primera pregunta y, para decirlo en pocas palabras: la Rebelión Popular del 18 de octubre del 2019 fue la voz multitudinaria que ayudó a enterrar el exitismo del modelo neoliberal, aun cuando hay que reconocerlo solo dio inicio concreto a tal batalla. Siendo objetivo, la consecuencia más importante hasta ahora de ese proceso estuvo en la llamada rebelión electoral de 25 de octubre del 2020 y las recientes elecciones del 15 y 16 de mayo recién pasado que eligió a los convencionales constituyentes; todas las demás bases del modelo neoliberal están incólumes: sigue el sistema perverso de las AFPs, continúa la crisis de la salud y de la educación de mercado, agudizada por la pandemia; continua el agua en poder de privados y el setenta por ciento de nuestra riqueza minera profita en manos extranjeras, sigue el nefasto CAE, continua el tipo de Estado subsidiario que destruyó la feble industria nacional y el sistema político representativo volverá a elegir diputados y senadores como si nada hubiese pasado. Efectivamente es así, pero, habría que agregar que, ideológicamente –lo que no deja de ser importante- el neoliberalismo ya perdió esa batalla; en otras palabras el modelo depredador es ampliamente cuestionado y perdió toda credibilidad. No obstante como en toda batalla ideológica, los moribundos pueden resucitar y ese es precisamente uno de los riesgos al no definir una opción alternativa. Y este es el principal desafío de cualquier oposición creíble al sistema.
Una buena parte de lo que podríamos llamar alternativas al neoliberalismo, están representadas en las opiniones de los recientemente electos y electas convencionales; mucha menos claridad se observa en los pre candidatos presidenciales que se dicen anti neoliberales; éstos están más preocupados de las posibles negociaciones en segundas vueltas y dispuestos a olvidar con cualquier argumento las promesas de campaña: de eso en Chile tenemos verdaderos doctorados…doctorados en cocinas, escondidas y no en cocinerías populares con las ollas y utensilios a la vista.
Una política seria anti neoliberal debiera partir por definir no sólo los aspectos de la política nacional sino también de la internacional. Siempre que se parta del diagnóstico de que la gran burguesía nacional se ubicó hoy en un nicho, pequeño, pero nicho al fin, del capitalismo neoliberal mundial y que le asignó a Chile ser exportador de minerales no procesados, productos agrícolas, celulosa, salmones y capital financiero (a través de los fondos de pensiones) y también de mecanismo derivados de la privatización de la salud, educación y del agua y de las concesiones de carreteras y hospitales.
Romper con esa ubicación en la división internacional del capitalismo, al cual se supedita la política económica nacional, es esencial para generar un nuevo tipo de país, terminar con los salarios precarios, el no pago del trabajo doméstico de las mujeres, la cesantía crónica, el extractivismo falaz y la crisis del agua. Para ello se requiere un plan de más largo aliento de recomposición de las alianzas latinoamericanas que haga viable esta verdadera lucha por la soberanía nacional y continental. Hasta ahora nada de estos se habla en los debates entre comillas de los diversos candidatos y candidatas.
Por otro lado una política nacional consistente requiere definir un tema básico: para construir un país desarrollado, pero sustentable y sano es preciso delinear cual será el modelo económico a implementar: no basta con decir que hay que industrializar el país,- que la verdad casi nadie lo dice-, con lo cual las promesas de mejoramiento, etc. etc…quedan en el limbo. Hay que decir cuáles industrias vamos a conservar, cuáles vamos a desarrollar y que tipo de propiedad se establecerán. Y, lo más importante: de donde provendrán los recursos para tales inversiones. Tampoco nada de esto se dice, ni siquiera se balbucea.
En el ámbito del sistema político y el tipo de Estado es donde aparece más locuacidad: hay reflexión sobre construir un Estado solidario (sin profundizar sobre el particular) también sobre uno plurinacional: bien, pero no se dice como esto va a ayudar a resolver la crisis del Estado con el Pueblo Nación Mapuche, con lo cual se cae en una suerte de moda o se recurre a generalidades que ya quedaron cortas en el actual escenario político, como decir que eso significa rescatar su lenguaje y religiosidad ; la misma moda que se observa en la definición de feministas de todas las candidatas, al no darse alternativas reales a la violencia de género, al machismo y al patriarcado. En cuanto al sistema o régimen político las alternativas van desde terminar con el Senado y establecer mecanismos de participación directa o en el cuestionamiento al presidencialismo extremo donde las dos derechas ponen el acento reformador.
Dicho todo esto, hay dos temas de suma importancia que no se tocan: las FFAA y cómo se va a resolver la contradicción de las instituciones que surjan de la nueva constitución, con las anquilosadas que se elegirán en Noviembre, es decir cómo se resolverá esa anacronía si por ejemplo- la Convención establece el fin del senado, con la elección en noviembre de uno electo de acuerdo a la fenecida constitución de Pinochet- Lagos. Y sobre las FFAA un eje central sería terminar con la doctrina de la seguridad nacional y refundar la institución de carabineros o seguir tal cual, como si nada hubiese ocurrido.
Todas estas reflexiones apuntan a que estamos en medio de una larga coyuntura que se inició con la rebelión del 18 de octubre, pero que aún dista mucho por saber cómo terminará.
Eduardo Gutiérrez González/ Junio de 2021.