A pocos días de conmemorarse un mes más desde la masacre, hacemos un llamado a quienes no quieran ser cómplices del olvido, a solidarizar con la memoria y la lucha, a acercarse a las afueras del recinto penal (calle Ureta Cox, metro lo vial) este 8 de septiembre a eso de las 19 horas.
El 8 de diciembre del 2010 en la televisión titilaban escenas tenebrosas que remecían los sentidos. A una fracción de segundo, de no comprender ni diferenciar, de nuevo, la realidad de la ficción, las imágenes expuestas sin escrúpulos por los inversionistas del espectáculo o periodistas, se imponían como un hecho real: era verdad esta catástrofe, 81 personas habían muerto calcinadas en la cárcel de San Miguel.
En días como este, afuera de la cana, se nos vinieron de inmediato a la mente otros muertos, o desapariciones forzadas en tiempos de “democracia”, como la del menor José Huenante, a manos de “las fuerzas del orden”, tan “necesarias” en “tiempos de paz” y capitalismo brutal. Las cárceles, donde por cierto muere diariamente gente, son necesarias para la seguridad y continuidad de un régimen de desigualdad, explotación, y tortura, más o menos sutil, y, sobre todo, cotidiana.
No es casual que en la cárcel muera gente, ni que la policía reprima siempre a un mismo grupo de personas, los torture y los elimine. Este grupo de indeseables, excluidos para el sistema y para el poder, es al que pertenecen los muertos del 8 de diciembre. Excluidos desde el lugar donde nacieron, el lugar donde estudiaron, el tiempo que estudiaron, el barrio donde viven, el mercado laboral (el mercado en general); fueron finalmente condenados a muerte por una “justicia” que no puede pagar. El CPP (centro de prisión preventiva) albergaba esa noche en la hoguera a hijos del pueblo, jóvenes, primerizos, que habían sido condenados a penas de 5 a 10 años por delitos contra la propiedad (en casi todos los casos); más de uno era padre; en general fueron condenados recién cumplidos los 18 o 19 años (es decir la mayoría de edad); vivían en esas zonas que los aparatos de Gobierno pintan de rojo: por sus colegios, por su alta taza de delincuencia, por el déficit habitacional, etc. Y no es un chiste eso de decir que en la cárcel se mata a la gente pobre (por reducirlo de alguna forma): se puede ver en la estadísticas del Instituto de Derechos Humanos, y en casos como el de el sobrino del senador Hernán Larraín; “condenado” (el 19 de Junio de este año) a 5 años de “Libertad vigilada” y una multa por los más de 2 kilos de cocaína con los que andaba. Lo de la “libertad vigilada” es también gracioso, porque es una régimen global-total (al que estamos sometidos casi todos en la cotidianidad) y en el cual los sujetos sometidos a vigilancia más estricta no son precisamente l@s hij@s, ni sobrin@s, de los senadores (aunque hayan sido “condenados” a ella), de hecho parece que éstos son invisibles para el ojo del poder (de las leyes, la policía, y hasta la cárcel).
¿Quiénes eran cada uno de los muertos? ¿Cómo murieron? Quemados, asfixiados, viendo a sus compañeros morir ahí con ellos, aullando de dolor, gritando por horas, que alguien los ayudase. ¿Qué vidas dejaron atrás? Habría que reconstruirlos como personas, como a los detenidos desaparecidos, habría que hacer el mismo esfuerzo para saber si los restos que entregaron a sus familias son efectivamente los que correspondía. No es tan distinta a la tortura que sufrieron los asesinados por la dictadura que el 11 recordamos. Igual de imperativo es recordar a los muertos de esta masacre, más porque aún no se cumplen dos años y la sociedad los ha olvidado. Cierto que nunca se habló de quiénes eran, no se los hizo famosos (no se hizo lo que con Camiroaga; la vida de ninguno de ellos se retrató en ninguna parte), lo que sí se hizo fue vaciar la cárcel de memoria, pintarla de otro color, remodelarla, vaciarla de todo testimonio vivo de esa masacre. Ahora es cárcel de mujeres, y los sobrevivientes fueron confinados y silenciados por distintas burocracias a favor del olvido.
Pero sus cercanos, madres, hij@s, familiares, herman@s, amig@s se resisten; están ahí, afuera de la cárcel, cada 8, de cada mes, luchando contra la política del olvido, contra la amnesia social promovida por el Estado. Y es de vital importancia hacer cuerpo, hacer frente al silencio, al olvido, estar ahí codo a codo con quienes exigen hoy justicia por los masacrados de ayer. Sólo así, seremos también nosotr@s la continuación de las incontables resistencias que han luchado contra la dominación capitalista, heredera explicita de la dictadura.
Siglos de historia oscura, de opresiones brutales, coloniales y dictatoriales, nos han dejado como un “tesoro arqueológico” (y también antropológico) el nefasto sistema carcelario; un espejo sombrío de las relaciones sociales, un tajo quirúrgico (la cárcel) que mantiene a “los individuos virulentos” aplastados por el filo de la muerte; y sin haber estado pres@s tampoco podemos decir, ni menos asegurar que estamos libres. De la escritura canera (que siempre es importante leer para romper el aislamiento e invisibilización de l@s pres@s) comprendemos que allí la soledad es más intensa, las jerarquías son más brutales, los días más tortuosos, la disciplina total y totalitaria, el castigo es incuantificable, y las muertes son normalizadas, cotidianas, terribles, dolorosas y silenciadas.
Por lo mismo es que septiembre no pasa inadvertido. El disparate mercantil de las fiestas nazionalistas disloca cada vez más el cuerpo social heredado por la dictadura militar y resguardado con recelos por el gobierno-agente del golpe. A la par que l@s ciudadan@s excitados de fiestas dieciocheras se comen la propia carne –dedos, uñas, cerebro, orejas, entrañas y ojos – para degustar con mayor sazón la perdida que ha significado el olvido. La dictadura/El capitalismo neoliberal, se impone a sangre por el asesinato masivo de miles de personas pero también, reiteramos, por el olvido de un número de personas incalculables, que no pueden ser representadas en acta alguna de reconcilio (Informe Valech, Rettig, etc.), como las que han escrito para seguir silenciando las condiciones de injusticia social por los que muchos sectores y agrupaciones políticas se movilizan hoy. Esas vidas que fueron borradas brutalmente no son cifrables en “número de muertes”, ni en grandes lápidas, ni memoriales, con un listado de nombres.
A pocos días de conmemorarse un mes más desde la masacre, hacemos un llamado a quienes no quieran ser cómplices del olvido, a solidarizar con la memoria y la lucha, a acercarse a las afueras del recinto penal (calle Ureta Cox, metro lo vial) a eso de las 19 horas. Porque sólo en la medida en que haya un cuestionamiento real y un rechazo a los espacios de aniquilamiento, como este, seremos capaces de poner fin a los centros de tortura y exterminio, que se han repetido como eco de la historia sangrienta.
Desde nuestro espacio de comunicación antagónica al sistema capitalista neoliberal y dictatorial, enviamos un saludo afectuoso y fraternal a todos los hombres, mujeres y adolescentes pres@s; a las familias de l@s detenid@s, torturad@s y masacrad@s por el régimen dictatorial que hoy toma el nombre de «democracia”.
¡Porque tod@ pres@ es pres@ politic@!
¡No más centros de tortura!
¡Fin al sistema carcelario!
Texto de autoría externa. Recibido y publicado por