A propósito de la Muerte de Alfonso Cano.
Con la muerte de Alfonso Cano, se llega a la desoladora conclusión de que no sólo nos hemos acostumbrado a la tragedia de la violencia, la guerra y la muerte sino que hemos llegado a extremos increíbles de brutalidad y desprecio por los sentimientos tradicionales de la humanidad. Hay tratados enteros sobre los usos y costumbres de la guerra que establecen las dignidades humanas en el marco de la tragedia que ella representa, en relación con los muertos, los prisioneros, los heridos y la población civil, en países y zonas en conflicto armado. Pero eso parece haberse perdido, ya no se reconoce la grandeza del adversario y se construye la victoria sobre el envilecimiento del enemigo. No tiene gran valor reconocerse vencedor frente a un adversario al que lo hemos desprovisto de todo mérito.
No tengo la menor duda que Guillermo León Sáenz Vargas [verdadero nombre de Alfonso Cano] es uno de los muchos colombianos que, desde las motivaciones de sus inconformidades y rebeldías juveniles, en el estudio juicioso y el conocimiento detallado de la realidad y la historia de su país abrazaron ideas políticas altruistas, se formaron como revolucionarios y se comprometieron en la lucha por transformar las causas estructurales de nuestros conflictos.
No veo en Cano, ni un delincuente, ni un terrorista, ni un criminal de ninguna naturaleza, veo un hombre comprometido con su país, envuelto en las encrucijadas de la guerra y obligado por las circunstancias y propias convicciones a asumir responsabilidades mayores de un conflicto que se pudo resolver con una reforma agraria y un programa nacional agrario democrático y que ya cumple casi un siglo de vida. No veo en la historia de vida de Cano ni el bandido, ni el narcoterrorista, ni el intransigente como se le quiere presentar, ni siquiera veo en él un hombre de armas a la manera de Jorge Briceño [Mono Jojoy], lo que veo es un hombre de ideas y de compromisos políticos buscando colocarse de manera favorable frente a una lógica perversa que piensa que un proceso de paz se da según la situación de la correlación de fuerzas en el campo militar, lo que no hace más que alimentar la confrontación. Creo que la reactivación de las Farc obedece a enfrentar la lógica del gobierno de que a la guerrilla hay que llevarla derrotada a una mesa de negociación y eso no va a ocurrir.
Un ejército se llena de gloria sólo cuando reconoce la grandeza de su enemigo y le da el tratamiento que corresponde a sus dignidades militares, ¿qué héroes pueden ser quien ejecutan a un bandido?… En eso las Farc, que son mucho menos formados en las tradiciones, usos y costumbres de la guerra, al momento de entregar los restos del coronel Julián Ernesto Guevara, le rindieron homenaje militar y lo despidieron como Héroe de la Patria, eso es respeto por el enemigo, por su valor y por su grandeza.
No puede seguir siendo cierto que se reconozca el conflicto armado para concederle los derechos solo a las fuerzas institucionales y desconocer las condiciones del enemigo y sus derechos y, que ahora, se quiera sostener con una historia de connivencia criminal con el paramilitarismo y centenares de miembros de las fuerzas militares y de policías investigados y condenados por operaciones criminales, el fuero militar, que ha sido utilizado a través de la historia, no para salvaguardar la dignidad de la institución, sino, para dejar en la impunidad los crímenes que se cometen.
Alfonso Cano es a la Farc lo que el general Alejandro Navas es a la Fuerzas Militares, si éste hubiese muerto en manos de la Farc, seguramente sus comandantes tendrían para él el máximo de sus reconocimientos como enemigo digno. Pero el general Navas que sabe de la guerra, también debe saber lo que significa conducir un ejército en una guerra degradada y perder todos los días hombres y oficiales. La guerrilla también llora sus muertos que son tan campesinos como los miembros de las fuerzas militares, carga sus mutilados y da razón a sus familias.
Las Farc tiene muchos prisioneros, pero de todos ellos tres son los que reclamaría con mayor énfasis la organización, los que el gobierno nacional entregó como bandidos a tribunales norteamericanos. Las Farc tienen 22 prisioneros del gobierno, alguno de ellos cumplió 15 años en manos de la organización. Abandonados a su suerte y en medio del fragor de los combates que son cada vez más intensos, por la dinámica de los operativos de las fuerzas militares centrados en bombardeos, ametrallamientos y desembarcos operativos. Me gustaría saber en cuánto pondera el gobierno el valor de sus prisioneros, de sus hombres, de sus héroes…, porque hace poco en uno de los conflictos más largos de la historia de la Humanidad, el Estado israelí, concedió por uno solo de sus prisioneros la libertad de algo más de mil palestinos.
La figura de la Llave de la Paz no la tiene el presidente Santos, él tiene por ahora la Cerradura de la Guerra combatiendo con la misma intransigencia a los “intransigentes” que critica. Comparto con algunos amigos la idea que si hay alguien que tenga la Llave de las paz de este país son las Farc y el ELN; es cuando ellos decidan en definitiva abandonar la guerra en un proceso de negociación discreta, donde la victoria no sea de uno o de los otros sino de la nación colombiana y de su esperanza de futuro que la paz será posible.
Ha muerto Cano, la estrategia ha funcionado y lo ha hecho también que dejó gravemente herido el proceso de paz y taponado el camino de la solución política negociada. Quienes hemos estado empujando desde la sociedad civil la salida negociada al conflicto armado, con obstinación si se quiere, nos sentimos profundamente tristes, no por la muerte de Cano que desde luego nos consterna, sino por el futuro de esta Colombia que amamos y está en manos de quienes consideran que los problemas se arreglan por la vía de la guerra y no en los escenarios de una democracia que se profundiza en el bienestar de la población y en su convivencia solidaria.
Los analistas especulan sobre quién será el sucesor, las Farc ya saben quién es… pero independientemente de uno o de otro, si las cosas no se modifican, si las actitudes de las partes no cambian, el sucesor será la guerra. No hay que buscar que la correlación de fuerzas sea favorable para avanzar en el camino de la solución política, lo que hay que buscar es el equilibrio dinámico de opiniones que hagan coincidir en propósitos muy claros la voluntad de las partes en un proceso de paz sin vencedores.
Coletilla: Esta generación de niños indignados que está marchando por las calles no se puede seguir educando en la intransigencia de sus gobernantes y encontrar como única salida la violencia. El presidente Santos, que critica con tanto fervor la intransigencia, debe retirar la propuesta de reforma a la Ley 30 y dejar que la comunidad universitaria, el gobierno nacional y la sociedad colombiana se abra a un gran debate nacional sobre un proyecto construido social y políticamente por todos y para el bienestar de la nación.
Por Carlos Medina Gallego
Docente – Investigador
Universidad Nacional de Colombia
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