Es imposible entender la Argentina y su historia reciente sin pensar en Perón. Hace casi 70 años que él comenzó a cambiar el rumbo del país y desde entonces su influencia no ha dejado de estar presente, vigente y actuante en el escenario público, en un sentido u otro, para bien o para mal, a pesar de todos los intentos por excluirlo, por olvidarlo o por diluir su propuesta en el juego de otras opciones políticas.
Perón es la memoria de una ruptura con el pasado de la Argentina oligárquica, es la memoria de la irrupción de las masas trabajadoras en la Plaza de Mayo, con aquellos hechos definitorios que fueron la nacionalización de las empresas extranjeras, la industrialización, el acceso a la vivienda y la salud pública, la seguridad social, la solidaridad concreta de las obras de Evita.
Perón es la memoria de “la fiesta” del Estado justicialista, y el testimonio posterior de un pueblo en la resistencia, que desafió durante años la represión de sus derechos y conquistas, el ultraje a sus símbolos y el martirio de sus luchadores.
Nunca olvidaré el gesto de una mujer humilde frente a un retrato del líder que le decía a su pequeño hijo: “Éste es Perón, el que nos abrió los ojos”. Contra la arrogancia de los intelectuales que cuestionaban y cuestionan la coherencia de sus formulaciones doctrinarias, y ante la soberbia de los voceros del establishment que deploraban y siguen deplorando el “populismo” peronista, los hombres y mujeres del pueblo convirtieron aquel movimiento en un sentimiento ¿¡nada menos!?, una cultura, el sustrato de una conciencia nacional.
Claro que no todo es luminoso en el arduo camino recorrido.
En nuestro país anidan los poderosos intereses del capitalismo internacional, la herencia de las dictaduras reaccionarias, resabios de la vieja y embriones de una nueva oligarquía, proyectando su influjo al interior de los movimientos populares, donde gravitan focos de corrupción y transacción con esas fuerzas.
El peronismo y el sindicalismo nunca estuvieron exentos de abrigar sus propios entregadores. El enemigo está también adentro, de alguna manera está también dentro de cada uno de nosotros. El sabio realismo de Perón lo supo siempre, y él mismo fue víctima de la riesgosa apuesta de contener a todos.
El tercer gobierno de Perón fue una experiencia traumática para el movimiento que emergía de la violenta experiencia de la proscripción, y el conductor desapareció en el momento más crítico de su regeneración como partido democrático popular, cuando impulsaba la reconstrucción del Estado social y la causa de la unión sudamericana. La regresión y la turbia lucha interna que se desató es aún hoy tema de investigación y debate, pero el devenir de aquellas contradicciones terminó saldando los dilemas: el peronismo se afirmó como un partido de masas, que no se engañó con el espejismo del socialismo autoritario y se orienta a producir transformaciones revolucionarias por las vías del sistema político constitucional, tal como hoy lo ensayan otros países hermanos de América.
Claro que, frente a los dilemas de cada etapa histórica, es un dato de la realidad que el movimiento ha vivido y vive sus inevitables desgarramientos internos: ello es parte de su vitalidad, de su ¿para muchos asombrosa? capacidad de permanencia y actualización.
En la época de la ola mundial del neoliberalismo, en las desastrosas condiciones que dejó el repliegue de las dictaduras en nuestro continente, los políticos (no sólo los peronistas) cedieron a la extorsión globalizante. Pero el partido de Perón fue capaz de superar la bochornosa claudicación del menemismo, desde sus propias bases. Nos dio la razón a quienes preferimos quedarnos en sus filas, confiando en la reacción que finalmente se produjo tras el estallido social del 2001, y el gobierno de Kirchner emprendió la gran reparación del proyecto nacional.
Hay, sin embargo, sectores que persisten en el extravío de los años 90, que siguen planteando conciliar con los adversarios históricos y consentir el programa de la entrega neoliberal. Hay quienes creen que pueden seguir invocando a Perón para renegar del sentido profundo de su mensaje. Hay quienes piensan que pueden seguir medrando con la memoria de la extraordinaria revolución pacífica del peronismo para detener el curso de la historia.
Espero, creo, apuesto a que no podrán. Este es un pueblo que ha abierto los ojos.
Por Hugo Chumbita
Publicado en www.telam.com.ar
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