Hoy, a una semana de que las llamas dejaron por fin de envolver Valparaíso y cuando miles de personas lo han perdido todo, creemos oportuno hacer una reflexión sobre el problema de fondo detrás de esta lamentable tragedia.
El incendio de Valparaíso no fue un accidente. Y con esto no queremos decir solo que alguien malintencionadamente prendió fuego. No, esta tragedia no es pura mala suerte y se origina en años y años de malas decisiones, irresponsabilidad e indiferencia de la autoridad frente a un problema latente. El balance que tenemos hoy día, es el resultado lógico de esta acumulación y los perdedores vuelven a ser los mismos de siempre.
En los cerros de Valparaíso existen asentamientos precarios que llevan más de 40 años emplazados en zonas de riesgo, construidos en la absoluta informalidad, con materiales inadecuados, sin muros cortafuego, a metros de basurales y pastizales. La situación en que viven las familias en estos campamentos es de precariedad absoluta: sin agua potable, sin alcantarillado, sin luz, sin accesos adecuados, sin dirección.
De este modo, el pequeño plan urbano que tiene Valparaíso, la falta de una visión a largo plazo en las decisiones políticas, y el modelo que ha mercantilizado los derechos sociales han restringido severamente las posibilidades de elegir de estas familias, a las cuales no les ha quedado otra opción que ir “escalando” los cerros y “colgando” sus casas en las quebradas, para no abandonar su ciudad. Así, el crecimiento de la ciudad ha consistido por décadas en ir “tomándose” los cerros.
Frente a esto, las medidas para regularizar o formalizar esta situación han sido escasas e insuficientes. Muchas veces la opción fue entregarle un título de dominio a esas familias, sin siquiera verificar el estado o emplazamiento de las construcciones. Como resultados, tenemos un Valparaíso con un plano urbano que probablemente no estaría permitido en ningún lugar del mundo.
Ya lo dijo crudamente una vecina entrevistada a una periodista “los pobres no elegimos donde vivir” y es que estas familias han estado por años a la deriva, abandonadas por el sistema público en una situación que constituye claramente una violación absoluta y sistemática a sus derechos humanos. Esas familias representan al Chile que nadie quiere ver, representan el fracaso de un sistema de gobierno y de políticas públicas acotadas e ineficientes que no han podido superar la pobreza en un país con altos índices de crecimiento económico. Las personas que ahí habitan son los más excluidos de los excluidos, son los que no pueden optar.
No es casualidad, entonces, que en este sistema los perdedores sean siempre los mismos y que hoy la tragedia se desate entre quienes han sido olvidados y escondidos en los cerros para no dañar la imagen de una ciudad que ha resultado ser patrimonio solo de algunos.
David Catalán
Javiera Farfán
María Paz Gálvez
Rafael Silva