Luego de la derrota política y electoral de la Concertación en la última presidencial ha surgido el fantasma de la “crisis terminal”. Si bien hay intentos y voluntades por mantener el pacto de “centro-izquierda”, se observan siete debilidades que complican su futuro político y electoral.
a. El vacío de liderazgos
Una de las razones que explican la derrota política y electoral de la Concertación apunta a la poca o nula capacidad que tuvo la coalición de levantar nuevos liderazgos. Este hecho, sólo es relevante por cuánto esos nuevos rostros tendrían una mejor sintonía con los ciudadanos y los cambios ocurridos en Chile durante los últimos veinte años. Serían los rostros de la renovación y el renacer de la Concertación. Los hechos han demostrado que esas visiones eran erradas.
La segunda vuelta presidencial los puso en escena y el actual escenario los ubica como presidenciables; Lagos Weber, Carolina Tohá y Claudio Orrego no sólo son los rostros mejor posicionados de la renovación concertacionista, sino también los herederos de dirigencia opositora tradicional.
En rigor, hay nuevo liderazgos; pero, sus posiciones son todavía débiles a nivel nacional. En efecto, transcurrido un año y medio de la derrota y de su emergencia a posiciones de liderazgo, hay que decir que se trata de figuras que no han logrado re-encantar ni re-posicionar a la Concertación. Son cartas presidenciales muy débiles no sólo frente a la derecha, sino también en relación a Marco Enríquez y a Bachelet. En relación a las encuestas presidenciales el mejor posicionado es Lagos Weber.
b. Una fuerza electoral que llega al 30%
La Concertación es una fuerza política que tiene hoy un piso electoral del treinta por ciento. Lagos obtuvo en primera vuelta en Diciembre del ’99 el 48%. En segunda vuelta el 51,3 por ciento. Bachelet en primera vuelta llegó al 46 por ciento y en segunda vuelta al 53,5 por ciento. Frei en primera vuelta obtuvo el 29,6% de los votos; la mitad de lo que había obtenido en Diciembre de 1993. Es una baja muy significativa en relación a Lagos y Bachelet de 18,4 y 16,4 puntos porcentuales respectivamente. En segunda vuelta la baja fue de tres y cinco puntos porcentuales respectivamente.
Primera alarma: la derecha con Lavín y Piñera le ganan a la Concertación en primera vuelta en Diciembre del 2005. Segunda alarma: las municipales del 2008 marcaron otro hito en la vuelta de la derecha al gobierno. Tercera alarma: Piñera ya ganaba en todas las encuestas -a lo menos- desde el 2008.
Primera consecuencia: en la campaña presidencial la concertación ya estaba derrotada. Lo qué se desconocía era la magnitud de la debacle.
Ese es el piso electoral de la concertación hoy. Con esa cifra no es mucho lo que puede hacer en términos presidenciales. En términos parlamentarios, la debacle no se puedo manifestar por efecto del binominalismo. De lo contrario, la caída hubiese sido brutal y sin retorno.
c. Bajos niveles de aprobación en las encuestas
Las cifras de la encuesta Adimark muestran los muy bajos niveles de aprobación que muestra la Concertación; y al mismo tiempo, el alza en la desaprobación. Las cifras de Mayo muestran que el conglomerado llega a un nivel del 23% en la aprobación y al 65% en la desaprobación ciudadana. Las cifras de Junio sólo ratifican los hechos. También los profundizan.
En relación a la aprobación de la Concertación las cifras de Mayo no son muy distintas de lo que venía ocurriendo desde el 2006. Es más, ese 23% es mejor que las cifras observadas durante muchos meses desde Diciembre del 2006 que es cuando se empieza a medir a la Concertación en la dimensión aprobación-desaprobación. En efecto, entre la primera medición y Mayo del 2011 tenemos un total de 52 mediciones (al no considerar Febrero y Marzo del 2007); de ese total, en 33 ocasiones la cifra fue inferior al 26% (considerando margen de error del estudio); es decir, ese 23% de Mayo es una cifra que se ha dado en el 63,5 por ciento de las mediciones realizadas. Por tanto, es una cifra común para la Concertación. Nada nuevo; y tanta alarma y caos que ha generado.
Es más, para la Alianza esa cifra sube al 66 por ciento. Es decir, los partidos de derecha de un total de 61 mediciones (ya que se realizan desde Marzo del 2006), tienen cifras de aprobación inferiores al 26% en 40 ocasiones.; y de ellas, el 50% de las veces son inferiores al 23%. Cifras, sin duda, peores que las que muestran la actual oposición. Y sin embargo, ganan la municipal del 2008 y la presidencial del 2009.
Al analizar a la Concertación y a la Alianza en la dimensión aprobación-desaprobación hay datos muy interesantes. Entre ellos, a) que la Concertación sólo en Diciembre del 2009 tuvo una cifra de aprobación superior al 30 por ciento, b) los niveles de desaprobación de la Concertación considerando el período de Bachelet y lo que va de Piñera, siempre fueron superiores al 50 por ciento –con la excepción de Febrero del 2007 y Diciembre del 2009- y c) la aprobación promedio de la Concertación durante el gobierno de Piñera es –a la fecha- superior al promedio obtenido durante la gestión Bachelet.
El hecho nuevo es la alta desaprobación que en Mayo llega al 65 por ciento. Es, la cifra más alta desde Diciembre del 2009 que es cuando se comienza a medir al conglomerado. Sin embargo, el umbral del sesenta por ciento ya había sido algo que se había observado. De hecho, en Noviembre del 2008 se llego a un nivel similar de desaprobación.
Por el lado de la derecha, los datos de aprobación-desaprobación durante el período de Bachelet fueron la mayoría de las veces inferiores a los que manifestaba la Concertación. Las cifras se revierten desde la presidenciales del 2009. De hecho, sus niveles de aprobación desde esa fecha son muy superiores a lo que se había conocido hasta ese momento. En mayo del 2010 llego a una aprobación del 53 por ciento y a una desaprobación del 32 por ciento. Sin embargo, un año después la crisis que se comienza a incubar desde finales del 2010 hace que en Mayo del 2011 su aprobación caiga 21 punto porcentuales ubicándose en el 32 por ciento; y su desaprobación aumente 25 punto porcentuales llegando al 57 por ciento.
Por ello, no hay que hacer cálculos políticos y ni sacar conclusiones apresuradas sobre la fuerza, capacidades y sobrevivencia de las coaliciones políticas en general y de la Concertación en particular. Si se sigue esa lógica, n o sólo la derecha hubiese estado en la UTI la mayoría del tiempo durante Bachelet, sino también no hubiese ganado la presidencial del 2009.
Las encuestas de Opinión, sobre todo la de Adimark, hay que leerla en una perspectiva de corto y largo plazo. No obstante, para la Concertación son malas cifras; la esperanza de su élite es que se pueden mejorar y que no se relacionan directamente con las potencialidades de su próximo candidato presidencial ni con su deseo de volver a La Moneda. Eso, sin duda, depende de otras variables.
d. No capitalizar el descontento ciudadano
Las cifras de la encuesta de Mayo que publica Adimark han sido interpretadas en la dirección de que indican una profunda crisis del sistema político en su conjunto. Sin embargo, hay que hacer dos consideraciones; a) que es un diagnóstico que se viene escuchando desde hace a lo menos 15 años y b) que la interpretación de esas cifras forman parte de un análisis mayor que incorpora otras variables socio-políticas.
En efecto, las cifras de la encuesta muestra un descontento con la política en general que se expresa en bajos niveles de aprobación del presidente, del gobierno, de la concertación, del congreso y de los partidos de gobierno –que, no obstante, tienen muy buenas cifras de aprobación-desaprobación; por lo menos desde la perspectiva histórica-. A ello, hay que agregar los bajos niveles de participación política –sobre todo, en los jóvenes-, la actual crisis de representación y las últimas movilizaciones ciudadanas que marcan la emergencia de un conjunto de “oposiciones no institucionales” que manifiestan un malestar social, político y económico.
Político, por cuánto hay una crisis de representación, participación y legitimidad; económico, por cuánto los beneficios del crecimiento no sólo no llegan a todos los sectores, sino también porque cada vez se hace más evidente que es necesario distribuir de manera más equitativas; y social por el conservadurismo de la élites del país (políticas, empresariales y religiosas) y por la debilidad que tenemos como ciudadanos y como consumidores frente al poder de los grandes grupos económicos (colusión de precios, tasa de interés, altas tasas de ganancia, etc.) y a los acuerdos políticos y cupulares de los bloques de poder.
Sin embargo, ese malestar no sólo es local, sino también global. En efecto, el descontento de los ciudadanos con la política –y los banqueros- es un fenómeno que no sólo se viene observando desde los noventa a nivel local y que se prolonga hasta la fecha, sino también es un fenómeno global que se manifiesta en las principales democracias de Occidente. Los casos del Norte de África y de Europa son muestras de lo que se viene manifestando. Chile, no es ajeno a esos movimientos; obviamente, cada uno tiene sus propias dinámicas y objetivos.
En nuestro país se observa una “vacío de poder” que se manifiesta en liderazgos políticos débiles y altamente desprestigiados. La situación es, a la vez, una crisis de confianza. En efecto, podemos hablar de un malestar que se expresa en el “triángulo de la desconfianza”; gobierno, oposición formal y oposición no institucional se miran con recelo y duda.
La Concertación no está en condiciones ni tiene la legitimidad moral ni política para liderar las nuevas expresiones y demandas ciudadanas. Hay un descontento que nadie sabe como capitalizar. Y ello, debido a que las estructuras e instituciones políticas clásicas no sólo no han encontrado como hacerlo, sino también no han sido diseñadas ni pensadas para las nuevas circunstancias del mundo y del país. Urge, por tanto, avanzar hacia una nueva forma de vincular política y ciudadanía.
Hay un vació y un descontento que nadie está capitalizando. Las oposiciones que se conforman desde “los descolgados” tienen una gran oportunidad. Sin embargo, a la fecha, no han sabido capitalizar. Y ello, se debe no sólo a que se trata en su mayoría de actores muy débiles política, social y electoralmente, sino también a que todos forman parte y vienen de la institucionalidad.
Quizás, sea el progresismo de Marco Enríquez la instancia que pueda llenar este vacío y desconfianza. Sin embargo, su personalismo, su ADN institucional y elitista y la fuerza de la crisis socio-política actual, pueden terminar debilitando su proyecto político. Institucionalizar su acción política en un partido le ha restado importantes cuotas de energía para captar, encauzar y movilizar el descontento.
d. No capitalizar debilidad política del gobierno
Desde finales del 2010 el gobierno viene incubando de manera latente una crisis política; que se hace manifiesta en Mayo del 2011. Mientras el gobierno entra en crisis, la Concertación comienza a salir de una crisis que en sus primeros momentos parecía terminal.
Esto no equivale a pensar que la Concertación volverá a ser lo que fue en términos políticos, electorales y legislativos. El pacto de centro-izquierda seguirá unido hasta las presidenciales del 2013. Sólo una derrota en ese escenario marcara su disolución.
El gobierno está en una crisis de conducción, credibilidad y capacidad. Se espera, que mientras la valoración del Presidente, del Gobierno y sus partidos de apoyo baja, la de la Concertación debería subir. Eso, no está ocurriendo. Las oposiciones en general y la Concertación en particular no están capitalizando la crisis política del gobierno.
En un escenario de descontento político, social y económico se ve muy difícil que se pueda revertir esta situación. Las cifras de las encuestas que van a ir apareciendo no mostrarán una alza significativa en la aprobación-desaprobación del gobierno en particular y del sistema político en general.
De hecho, no sólo el gobierno es débil; sino también el sistema institucional actual. Todos están en crisis.
f. No articular un proyecto de país y su expresión en un programa de gobierno
Si bien la concertación ha logrado “sobrevivir” a la derrota político-electoral y ha logrado configurarse como oposición, no ha generado una propuesta programática de gobierno ni un proyecto país. Quizás, exigirle al conglomerado una propuesta en estas fechas del ciclo político es prematuro.
Una de las causas de la derrota de la coalición de centro-izquierda no sólo tiene que ver con la falta de ideas y el agotamiento de su proyecto político, sino también con la incapacidad para impulsar reformas sociales y políticas que estaban en su ADN fundacional; entre ellas, el binominalismo.
Desde la razón de Estado se hace complejo y difícil pensar en el país y su desarrollo a veinte y treinta años como lo exige todo proyecto país. Sin embargo, esa exigencia programática se hace más fácil y urgente desde la oposición.
En esa dirección hay algunos intentos preliminares que tienen como paradigma el “Chile 2030” que Lagos Escobar puso en el debate público a mediados de Marzo del 2011. Es una carta de navegación que sirve como punto de partida para el diseño de un programa de gobierno y un proyecto de país. Junto a esta reflexión han surgido algunas como las de Escalona con su “Unidad para Vencer”, la de Bitar con su “2020” e incluso, Francisco Vidal viene desarrollante una interesante reflexión política y programática. Sin duda, desde la oposición es más fácil pensar el futuro y el proyecto.
El debate de ideas que se ha ido generando en este año y medio de piñerismo ha ido definiendo –de manera espontánea- cuatros nodos temáticos que deben formar parte de un futuro programa de gobierno: a) reformas político-constitucionales, b) reforma tributaria, c) fortalecimiento y ampliación de la “protección social” y d) política nacional de energía.
g. La presencia de los descolgados y su potencial electoral
Durante mucho tiempo en Chile hubo gobierno y oposición. Si bien fuera del sistema político-legal existían fuerzas políticas –conocidas como izquierda extraparlamentaria- que también eran oposición, se trata de sector con muy baja capacidad competitiva. De hecho, su importancia estratégica para la segunda vuelta presidencial para elegir a Lagos en el ’99 y Bachelet en el 2005, termina debilitándose en el sentido de que su opción tenía que ver con optar por el “mal menor” al no tener capacidad para negociar con el conglomerado oficialista. En ambos casos sus electores y militantes quedaron en libertad de acción. Este dato, lo administro la Concertación de muy buena manera.
Sin embargo, en el Chile de hoy ya no podemos hablar de “la oposición” sino de “las oposiciones”. Y ello, en dos sentidos; las formales e institucionales y las sociales y ciudadanas que no canalizan sus demandas a través de los partidos y de las formas clásicas de representación y participación.
La Concertación encuentra su principal debilidad en la fuerza política y electoral de estos sectores. De hecho, ponen en peligro no sólo la hegemonía opositora de la concertación, sino también sus cálculos para volver a La Moneda. En efecto, la presencia de la movilización ciudadana y de “los descolgados” son las principales amenazas para la Concertación y su vocación de poder.