Por Sergio Arancibia.
La Constitución actual define al Banco Central como un “organismo autónomo de carácter técnico”. La Dirección de Presupuesto, Dipres, del Ministerio de Hacienda se define también como un “organismo técnico”. El Instituto Nacional de Estadísticas, INE, se califica como “un organismo técnico e independiente”. Quizás si siguiéramos buscando en la estructura organizacional del Estado, seguiríamos encontrando otros organismos que se definen, legal o incluso constitucionalmente, como organismos “técnicos”.
A eso hay que agregar que existen diferentes personajes de la vida nacional que emiten habitualmente opiniones sobre variados temas de la política o de la economía nacional y que se definen como “técnicos”, o como profesionales que emiten opiniones técnicas.
Esta calificación de técnicos se emplea casi como un sello de calidad – que otorgan los medios de comunicación y los voceros oficialistas – a personas o instituciones a quienes se quiere hacer aparecer como neutrales en materia de opciones políticas, o como voceros de una suerte de ciencia asexuada desde el punto de vista valórico, o como elementos incontaminados con la política, que se presenta como un elemento perturbador de la buena capacidad de raciocinio.
Se supone que las personas o los organismos “técnicos” se limitan a aplicar el conocimiento científico existente para solucionar algún problema de carácter práctico o empírico. Se supone también que la ciencia genera una sola forma posible de ser aplicada. El técnico sería, por lo tanto, aquella persona que domina las respuestas que la ciencia tiene a disposición para solucionar los diferentes problemas.
Se tiende a pensar a los técnicos como instancias o personas que no determinan ni optan entre políticas, sino que se limitan a llevar adelante, en la mejor forma posible, las políticas definidas por otros. Ese sería el caso de la Dipres, por ejemplo, que no define que impuestos cobrar ni que gastos llevar adelante, sino que acoge esas decisiones tomadas en los niveles superiores de tipo político, y opera con esas definiciones tratando que se lleven a la práctica en la mejor forma posible. Pero el caso del Banco Central es diferente. Este organismo define sus propios objetivos, sus metas, y las forma de llevarlas adelante. Tienen capacidad resolutiva y operativa en el campo de la política monetaria. Definen altas y trascendentes decisiones políticas, relacionadas con la tasa de inflación, con las tasas de interés, y con las tasas de cambio, entre otras cosas, y al optar entre diferentes opciones, que siempre existen, toman decisiones políticas, que afectan la marcha del país y el destino de millones de personas.
La verdad es que la ciencia no genera una sola opción respecto a cómo solucionar los problemas concretos de la vida, sino que hay una gama de opciones siempre abiertas, sobre todo en el campo de las ciencias sociales, y cada una de esas opciones es tan política como las otras. En última instancia, las personas o las instituciones supuestamente neutrales o técnicas no son apolíticas, sino que sirven – en forma activa o pasiva – a una política que, por pudor o por deseo consciente de engaño, no se atreve a presentarse en sociedad con su nombre y con su cara.
*Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de El Clarín (Chile) el día 14 de octubre de 2020.