Hay en marcha un proceso constituyente de cooperativas locales, de base social real, distinta del establishment cooperativo que ha organizado el congreso nacional cooperativo en el Congreso Nacional para enero de 2013. Esta situación representa la dialéctica que existe en la sociedad chilena, para el caso cooperativo, entre el poder constituido y su legalidad y este proceso constituyente y su legitimidad. Para ver este proceso se requiere sinceridad histórica de modo que lo cooperativo sea propuesto como una práctica de democracia directa, autogestión comunitaria y economía participativa, bajo cuyo rol no se encubran dobles intenciones ni que en su nombre se atente contra los intereses de los pobres del campo y la ciudad.
Documentos escritos y enarbolados por cooperativistas anclados más en la declamación cooperativa que en el hacer cooperativo, señalan de manera reiterada que habría en Chile cinco etapas cronológicas del “cooperativismo” criollo. Para entrar a la discusión hay que brindar particular atención a dos etapas, la “Etapa de desarrollo desde el Estado (1964-1970)” y la de la “Etapa de ambigüedad (1971-1974)”. Porque es ahí donde se inscribe y donde se despliega lo que en Chile conocemos como “cooperativismo” y es desde ahí donde comienza la bifurcación que hace que el proceso constituyente de cooperativas actual no se reconozca en ese período ni en esa práctica cooperativa.
En la etapa de desarrollo desde el Estado (1964-1970) es la que tiene al Partido Demócrata Cristiano como promotor del cooperativismo, luego de su creación financiada por el Pentágono norteamericano para detener el avance del proyecto de socialismo republicano de la izquierda de aquel entonces y junto con financiar su organización, que contaba con una estructura dada por la Iglesia Católica, con párrocos y sacerdotes catequizadores a lo largo del país, EE.UU. también prometió a sus líderes apoyos desde la Alianza para el Progreso, en 1961 cuando buscaba que América Latina no siguiera el camino de Cuba.
La reforma agraria, la Alianza para el Progreso y el cooperativismo fueron instrumentos para crear la “sensación térmica” de una sociedad latinoamericana emergente. Pero el cooperativismo chileno desarrollado (y en buena parte el latinoamericano) era uno consumista, de cooperativas de consumo y ahorro y crédito.
A diferencia de la experiencia de Mondragón en el País Vasco, que se hizo contra el franquismo, como una respuesta de autonomía económica, organizacional y social de la sociedad vasca, el cooperativismo chileno desde el gobierno democristiano se hizo para detener o contrarrestar el proyecto de socialismo republicano chileno. Los trabajadores y sus dirigentes, incorruptibles según los informes de la CIA de la época, no podían encontrarse con las cooperativas como instrumento de poder popular, porque entonces todo intento de detener un proceso revolucionario sería complejo y tal vez imposible.
De ahí entonces que la “Etapa de ambigüedad (1971-1974)”, se refiere a la actitud de la Unidad Popular, particularmente del Presidente Salvador Allende que veía en el cooperativismo chileno un “capitalismo disfrazado”. Es necesario recordar que la Confecoop, máximo órgano de representación del cooperativismo chileno, avalaría el golpe de Estado. Esto, que es sabido y que ha sido dicho no ha sido asumido por lo que queda de aquel cooperativismo, lo que lo coloca ante las nuevas generaciones y ante quienes quieran informarse, a lo cooperativo como un instrumento de dudosos fines, ¿entidades adláteres del modelo capitalista que buscan un espacio en el modelo neoliberal chileno? ¿Qué rol pueden jugar en un próximo gobierno que debiendo enfrentar reformas de fondo necesite de suvenires menores, para jugar al gatopardismo? Porque lo que se ha hecho en cooperativismo desde las instituciones y el Estado es poco y malo: ¿Quiénes participaron de la mala ley general de cooperativas vigente, aprobada tras diez años de desidia parlamentaria y sin la participación ciudadana, de trabajadores por cuenta propia, pescadores, campesinos, pobladores o pueblos originarios?
La Concertación en sus 20 años ignoró lo cooperativo y desarrollé el concepto de “microempresa” para seguir formando seres islas, seres solos compitiendo para sobrevivir o perder en el cruel mercado.
¿Quiénes participaron como expositores de este congreso cooperativo? ¿Nos hablaron de la imperiosa necesidad de reformar el Estado y de Asamblea Constituyente, para un Estado multi étnico, federado, donde la economía sea participativa, y la cooperación un acto humano central en el devenir social y económico? No, por cierto, porque no corresponde; ese congreso se trató de un gallito de fuerza entre la Concertación y el Gobierno que promueve una reforma que, dicho sea de paso, haría de lo cooperativo un imposible en Chile.
Los representantes del “sector cooperativo” afortunadamente no representan ni conocen el proceso constituyente cooperativo en marcha, porque están para sentarse preparándose para las elecciones 2013, no para el desarrollo de un sistema económico social alternativo al modelo, porque ahí no hay luchadores sociales ni constructores de historia. Cosa que sí hubo en el mundo obrero y campesino de los 70, quienes crearon los Cordones Industriales, alianzas obrero campesina, que no cerraron sus talleres, sus sastrerías, zapaterías, reparadoras de electrodomésticos, almacenes, sus pequeñas industrias manufactureras; ahí sí hubo los que sembraron, cultivaron, cosecharon y distribuyeron. Los que coordinaron los territorios, los sectores de la economía, al tiempo que hicieron acción política. Los que rebasaron a los partidos políticos y a sus burócratas para mantener Chile funcionando.
Estos, después del golpe reaparecerían en la sociedad nacional en los años 1980 haciendo autogestión y economía popular. Los mismos expulsados y perseguidos que crearon empresas de trabajadores y muchas otras experiencias de producción, distribución y consumo, que permitieron que familias enteras sobrevivieran en esa década de lucha.
El proceso constituyente de cooperativas de este siglo surge para re tomar espacios donde iguales en deberes y derechos, practiquen mandatos revocatorios y control directo, con la conciencia de que sus organizaciones son entes vivos, formados por personas (vivas) y conectadas con un mundo de organizaciones vivas.
La era en la que nace se caracteriza por contar con instrumentos antes desconocidos para la creatividad universalizada: redes de información y comunicación que eran ciencia-ficción hace sólo medio siglo, proveen a cualquier persona –por cierto con accesos y capacidad de comprensión– de un contexto donde casi todo se vuelve posible. Pero la creatividad, con su enorme impulso transformador, tiene también características destructivas. Entramos en una fase paradójica de la historia donde la creación y la destrucción irán parejas, como dos caras de la misma moneda con mayor evidencia; en ella nuestras cooperativas necesitarán imperiosamente crear sus propias identidades a la luz de nuevas ideas y conceptos que les capaciten para existir en el siglo XXI.
Nuestra herencia es el poder popular, las mancomunales, las sociedades de resistencia y la reciprocidad con los mejores haceres y saberes de las culturas originarias. Pero nuestro desafío es de una proporción inmensa dado que parafraseando a Enrique Left “La reintegración de la economía al sistema más amplio de la ecología se daría por el reconocimiento de su idéntica raíz etimológica: oikos. Pero en esta operación hermenéutica se desconocen los paradigmas diferenciados de conocimiento en los cuales se ha desarrollado el saber sobre la vida y la producción. De esta forma, los potenciales de la naturaleza adoptan la forma de un capital natural. La fuerza de trabajo, los valores culturales, las potencialidades del hombre y su capacidad inventiva se convierten en capital humano. Todo es reducible a un valor de mercado y representable en los códigos del capital. Todo es “capital y capitalizable”.
Estas estrategias de capitalización de la naturaleza han penetrado al discurso oficial de las instituciones de los Estados, sus políticas ambientales y de sus instrumentos legales y normativos. Es ante todo la conceptualización de instrumento de interface de y para el cambio cultural desde la racionalidad económica hacia una racionalidad ambiental donde este proceso constituyente de cooperativas pretende jugar un rol constructor de inteligencia cooperativa, desarrollo local y nueva institucionalidad social para nuevas prácticas de colaboración humana donde la explotación del hombre por el hombre y de la naturaleza por el hombre puedan ser superadas.
Por Antonio Fernández Rivas
Cooperativa de Trabajo Kutral Puelle
Araucanía, enero 7 de 2013
***
Texto -de origen externo- incorporado a este medio por (no es el autor):