Señor Director:
Nuevamente llega a nuestro país el Dakar. Lo único que se destaca son los 40 millones de dólares que supuestamente quedarían como ganancia para los chilenos, aunque no se sepa quienes son los que verdaderamente ganan. Como siempre, deben ser unos pocos que se benefician.
De lo que no se habla es de la estela de destrucción que queda detrás de esta horda de más de cuatrocientos vehículos de todo tipo que se lanzan sin control alguno por el norte de nuestro territorio, en un medioambiente extremadamente frágil, cuya recuperación es virtualmente imposible. La destrucción de la vegetación implica la desestabilización del suelo, lo que es especialmente grave cuando se trata de dunas. Recordemos la defensa que se ha hecho de las dunas de Concón y pensemos que en el caso del Dakar, se trata de miles de hectáreas que son afectadas. Claro, estas dunas no están a la vista de todos, en un balneario de la Quinta Región, sino que están en el “inútil” desierto de Atacama.
El paso de estas máquinas no está sujeto a ninguna regulación. Jamás se ha exigido un Estudio de Impacto Ambiental, que es lo mínimo ante una intervención de la magnitud de esta competencia, que abarca varias regiones a lo largo de sus 1.500 km. de recorrido. Como los daños al medioambiente y al patrimonio arqueológico y cultural ocurren lejos, en lugares inhóspitos y poco frecuentados, pareciera que a nadie le importa, más preocupados por la danza de millones y la supuesta “notoriedad internacional” que esto le daría al país. Es destacable el silencio de parlamentarios y autoridades que deberían actuar en defensa de los intereses nacionales y regionales y que, con su silencio ignorante, se hacen cómplices del negocio. Sólo se han levantado algunas voces aisladas, pero han sido rápidamente acalladas. Incluso los recursos de protección que se han interpuesto se han desechado aceleradamente sin mayor estudio por parte de los jueces.
Atentamente
Arturo Ellis Monreal
Geógrafo