Allá, en las añiles agua del Lago Budi, vivía un anciano mapuche de voz suave y mirada profunda que cantaba tiernas canciones en medio de la noche. Lo hacía en mapudungun, su lengua, y lo hacía con tal fuerza telúrica que creaba el más subterráneo de los silencios. Era el silencio que evocaba la muerte de su anciana esposa, el amor de su vida, el mate compartido, el fogón en las largas noches de invierno, el pan humeante y los hijos que alguna vez emigraron en busca de inciertos horizontes. De pronto cesó el canto, vertió una solitaria lágrima y relató pausadamente la lejana madrugada cuando en la ribera del lago se encontró de frente con una mujer pez que lo miró con tal ternura que se enamoró nuevamente, ahí mismo, sin posibilidad alguna de desenamorarse. Sus cabellos eran largos y negros como la noche isleña, su piel suave como el viento y, además, emanaba un olor a humo que desconcertaba a todos. Menos a él, porque supo en ese preciso instante que en el lago había encontrado a su esposa, el amor de su vida, convertida en pez, como a veces vuelven los mapuche después que se ha roto el equilibrio de la naturaleza. Entonces, un par de primaveras después, el anciano no cantó más en las noches de plenilunio y desapareció para siempre convertido en mariposa de agua dulce.
Y fue una noche tibia de tardío otoño, también, cuando desapareció el primer desaparecido, clavado al viento en el centro mismo del espanto. Quien sabe donde estará, acaso convertido en polvo de estrella intentando iluminar la memoria en una garúa de relámpagos. Claro, para que nadie olvide, para que nadie perdone, para que nunca más en Chile desaparezca alguien por pensar distinto. Pero eso es precisamente lo que acontece con los hermanos mapuche que hace más de dos meses se encuentran en huelga de hambre simplemente para que se les escuche. Y ellos desaparecen de a poco, silentes, furiosos, pero con su calma de siglos. Serán los desaparecidos de tu gobierno y la vergüenza de un país que se mira al espejo buscando la blancura, pero que no pude ocultar su morenidad.
Hace un año, cuando se realizó la anterior huelga de hambre, te escribí desde el dolor y la ira que me produce la injusticia para con el pueblo mapuche. Decía que nos habíamos conocido durante la dictadura y que seguramente no te acordabas de mí y que lo entendía; también valoraba la solidaridad que como médico nos entregaste en esa época. Decía, además, que era comprensible que ni siquiera recordaras mi nombre, pero lo que no podías olvidar es que también luchamos contra la dictadura y por la democracia. Sin embargo, esta no es la democracia con la cual soñé, pues en aquella que dibujamos en luengas noche de esperanza no había mapuche perseguidos por el solo hecho de ser diferentes. No había comunidades cercadas y reprimidas por la policía; no había comuneros acusados de terrorismo por luchar por sus derechos, no había empresas forestales arrasando su territorio. No había mapuche en huelga de hambre sin que nadie les escuchara su reclamo de siglos.
Fue una noche tibia de tardío otoño cuando desapareció el primer desaparecido, y hoy hermanos mapuche desaparecen de a poco en una huelga de hambre terrible por sus derechos. Serán los desaparecidos de tu gobierno, por no escuchar, por no atender, por no entender que en este país que llamamos Chile no todos somos chilenos.
Tito Tricot
Sociólogo
Ex preso político
Valparaíso
29 diciembre 2007
Tito Tricot