En 1906, el diputado comunistas electo Luis Emilio Recabarren no pudo ocupar su curul porque se negó a jurar por dios, como lo establecía el reglamento de la época. Mirshhhh…
El sábado en la noche, cuando «por amplia mayoría» (¿cuántos contra cuántos? ¿quiénes contra quiénes?) el Pleno del CC del PC decidó apoyar a Michelle Bachelet -sin programa, sin promesas vagas siquiera-, se debe haber notado algún rubor en el retrato de Recabarren: se sentiría ridículo seguramente en esta sala, con semejantes escrúpulos.
Más o menos, la fundamentación de los teóricos políticos del PC para imponer el apoyo incondicional a Bachelet se basa en la idea de que la influencia y organización del PC, junto al movimiento social, puede desequilibrar hacia la izquierda al conglomerado concertacionista y forzarlo a deconstruir la adaptación sistémica al neoliberalismo construida en más de 20 años.
El argumento contingente, para «las bases», es más sencillo: se trata de derrotar a la derecha; una versión light del frente antifascista.
Es una visión casera del concepto gramsciano de hegemonía, que supone una fuerza de clase organizada y resuelta, capaz de imponer una política a grupos sociales diversos. Como fue el caso de la Unidad Popular; con la diferencia de que en ese entonces las fábricas y barrios proletarios eran un mar de banderas rojas. El PC guiaba un sindicalismo fuerte y tenía una organización territorial sólida, disciplinada y extendida. Los militantes tenían fe ciega en la sabiduría de sus dirigentes, y en las informaciones que manejaban.
No hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que nada de lo que ocurre en Chile hoy va por esa vía: ni la fuerza del PC, ni el modo en que el movimiento social mira a sus dirigentes, ni la estructura de clases de 1970, ni en el tinglado cultural del proletariado. Tampoco hay que haber estudiado en el Instituto Gramsciano para comprender que la hegemonía consiste en encabezar el movimiento y no en ponerse a la cola.
El primer examen de la opción escogida el sábado tendrá lugar este 28 de mayo, en la marcha de los estudiantes. ¿Saldrán orgullosos los jóvenes comunistas portando retratos de Bachelet, como lo hacían en 1970 con Salvador Allende? ¿Asistirán los dirigentes estudiantiles a las asambleas a defender las consignas de la candidata? ¿Habrá un himno del tipo «Venceremos» que corearán emocionados miles de jóvenes en las calles de Chile?
Si no es así, si no hay orgullo de ser «bacheletista», si hay vergüenza, quiere decir que el tema real no es la estrategia gramsciana sino los ministerios, las seremías, gobernaciones, direcciones generales, y empleos en general que se abrirían a la sufrida militancia comunista.
La dirección del PC se guía al parecer por la máxima de «júzguenme por lo que digo, no por lo que hago».
Por Alvar I Koke