En el modo de producción capitalista hay sólo tres clases sociales: asalariados, capitalistas y rentistas. Con palabras parecidas, Carlos Marx deja inconcluso el último capítulo de El Capital, «Las clases sociales.» Hoy en día ha aparecido un híbrido: el capitalista-rentista. En Chile abunda, especialmente en las alturas. Es el lastre principal de la economía chilena. El Estado debe impedir que continúe su malsana reproducción. El remedio es conocido y sencillo: cobrar un royalty sustancial por el uso de todos los recursos naturales sobre los cuales han aposentado sus monumentales traseros.
La afirmación de Marx no contenía novedad ninguna. Era parte del sentido común de la sociedad de su época que esas tres clases sociales eran muy distintas entre sí. Dejando de lado a los obreros, cuyas diferencias con los otros nunca han sido muy sutiles, a nadie le cabía duda alguna entonces que los capitalistas eran muy, muy diferentes a los rentistas. Por cierto, en beneficio de los que gustan de las citas truncas, hay que mencionar que el párrafo recordado no se refiere a la variadas clases y condiciones sociales de otros modos de producción que conviven con el capitalismo en la compleja sociología de cualquier país concreto, especialmente los todavía más retrasados, las que analiza en detalle en muchos otros pasajes de su obra.
En el mundo de hoy estas diferencias se han borrado bastante. Ha aparecido una especie de mula o macho, es decir, un híbrido estéril: el capitalista-rentista. De las diez empresas más grandes del mundo según sus ventas, según Fortune, hay una distribuidora eléctrica y cinco petroleras, rubro al que se dedican ocho de las veinte mayores. En cambio, entre la lista de las diez mayores hay una sola industria de verdad, Toyota, a la que se agregan General Electric y Volkswagen para completar tres entre las veinte más grandes.
Entre las restantes hay un comerciante minorista, Wall Mart y el resto son bancos o aseguradoras. Los rasgos distorsionados de esta última especie de capitalistas han quedado más claros a raiz de la hegemonía alcanzada en el último ciclo secular y las aberraciones que los Neoliberales que ellos promovieron impusieron al mundo entero.
Al menos hay un consuelo, la gran distribuidora eléctrica mencionada y la mitad de las petroleras gigantes no son ni capitalistas ni rentistas, sino empresas del Estado.
El capitalista puro es por esencia un revolucionario en el campo de los negocios. Para multiplicar sus ganancias debe estar innovando continuamente, a riesgo que lo dejen fuera del mercado competidores aún más avanzados. Movido por su creatividad y capacidad de organización de la fuerza de trabajo, de cuyas manos y cerebros surge todo lo valioso, el capitalismo se ha convertido en el régimen más transformador que haya existido hasta el momento en la historia.
Quizás el mejor ejemplo contemporáneo de esta raza especial es Steve Jobs, el admirado fundador de Apple, pero varios de sus competidores no le van en zaga. Los miles de millones de usuarios cotidianos de sus productos pueden dar testimonio del inmenso beneficio que han traído a la humanidad. Lamentablemente, por añadidura, el carácter anárquico de la producción y la despiadada competencia capitalista han generado sus recurrentes crisis, menores y más grandes y toda la espantosa secuela de depredación, invasiones, guerras y genocidios, de la era capitalista.
Precisamente por este motivo, este régimen va a ser reemplazado algún día por otro todavía superior, que permita a la humanidad disfrutar de sus ventajas sin poner en riesgo su propia existencia.
Al rentista puro todo lo anterior le tiene mayormente sin cuidado. Debe preocuparse sólo de dos cosas: cobrar la renta más elevada posible por los recursos escasos de los que se ha apropiado e intentar conservarlos y acrecentarlos cuanto le sea posible. No crea valor alguno, puesto que como bien demostraron los economistas clásicos, la renta no es sino una transferencia de valor creado en otro lado por el trabajo humano. El monopolista, por su parte, como mostró Paul Samuelson, es asimismo un cuasi-rentista o rentista transitorio. En cuanto a tales, son en esencia parásitos de los capitalistas.
De este modo, no todas las empresas privadas son iguales. La gente lo sabe bien. Estima a algunas y desprecia a otras. No es lo mismo Apple, Google o Zara, que Exxon Mobile, BHP Billiton o XStrata. Los primeros derivan todas sus ganancias de la creatividad de sus trabajadores, a los que explotan más o menos. Los últimos, de la renta de los recursos de los cuales se han apropiado. Los primeros deben ante todo innovar constantemente. Los segundos apropiarse continuamente de recursos valiosos, dondequiera se encuentren. Aunque para ello sea necesario coimear, derrocar gobiernos, invadir o conquistar. Como cantaba Quevedo, solo ante la muerte son iguales los que viven por sus manos y los ricos. En vida, también estos últimos resultan bien diferentes unos de otros.
En Chile la cosa es aún peor. De los grupos económicos de esta nacionalidad, los dos mayores están sentados encima de medio millón de hectáreas de bosques. Uno de ellos se ha apropiado además de inmensos recursos hídricos, los que quiere explotar produciendo electricidad. En este rubro es socio menor de la eléctrica extranjera que se apropió de casi todo el resto del agua. El tercero explota un yacimiento de la Gran Minería, donde es el pescado chico entre los tiburones extranjeros que se han apropiado de los minerales chilenos y que constituyen de muy lejos el grupo de empresas más grandes en el país. Felizmente subsiste todavía en ese rubro la estatal Codelco, que sigue siendo el mayor de todos los emprendimientos de todo tipo en el territorio nacional.
No es muy diferente la situación de los grandes grupos que se han apoderado de las licencias de pesca o los que a través de las grandes exportadoras de fruta extraen a los pequeños y medianos agricultores la mayor parte de la renta de sus tierras. Otros de los grandes grupos se dedican principalmente a los Mall y otras formas de renta inmobiliaria urbana, que en esencia es exactamente lo mismo. Finalmente, están los que se dedican a las finanzas, que gozan de semi monopolios garantizados por el Estado. Los peores son sin duda los que controlan las AFP, Isapres y compañías de seguros relacionadas. A partir del control de un monopolio establecido por el Estado, se apropian de poco menos de un quinto de todos los sueldos y salarios, de los cual se embolsan directamente un peso de cada tres y prestan el grueso del resto a sus compinches para que busquen renta en otros sectores.
En una palabra, Chile se ha convertido en un gran coto privado de caza, cuya renta es apropiada en su mayor parte por un grupo ridículamente reducido de grupos empresariales gigantescos, donde la parte del león se la llevan las mineras extranjeras. Esto tiene muy poco que ver con el mundo de los capitalistas. Se parece mucho a un paraíso de los rentistas.
Indudablemente no se trata de rentistas puros. Si así fuese, el país se paraliza en menos que canta un gallo. Tienen su alma dividida. Las grandes empresas mineras, por ejemplo, tienen o subcontratan una industria de exploración y extracción de minerales -no se dan el trabajo de refinarlo. Lo mismo ocurre con la industria de la madera y celulosa y la agricultura en general, la industria pesquera, la industria de la construcción o el comercio. Esas son industrias modernas que agregan valor de verdad. Quienes allí trabajan cumplen con todas mejores las características de las empresas capitalistas hechas y derechas. El problema es que las ganancias principales de los grandes grupos no provienen de estas industrias que albergan en su interior, sino de la renta de los recursos de los que se han apropiado.
Tampoco se trata de un problema genético, aunque es verdad que el núcleo de este empresariado híbrido desciende de los antiguos latifundistas, cuyo negocio se asemejaba bastante al de los modernos rentistas. Sin embargo, la base principal de la riqueza y el poder de aquellos era el pago en trabajo que extraían a su inquilinos, lo cual les obligaba a mantener y dirigir un complejo sistema de dependencias mutuas. Los rentistas de ahora cobran la suya en dinero constante y sonante, así no más, sin rodeos de ninguna especie, sin moverse de su sillón, por así decirlo. Mucho más cómodo.
Felizmente, como ocurre a menudo, tampoco en este caso la culpa es del chancho. El origen del problema radica en el modelo Neoliberal, que ha venido subsidiando generosamente a lo largo de cuatro décadas la transformación de la economía chilena en exportadora de materias primas y al mismo tiempo fomentando que su clase capitalista degenere en un híbrido rentista.
En el caso chileno, nada menos que la mitad de todas las inversiones a lo largo de cuarenta años han ido destinadas a un solo sector, la minería, que ocupa a menos del uno por ciento de la fuerza de trabajo ¡vaya manera de basar la riqueza del país en el trabajo y creatividad de sus habitantes!
El problema tiene una solución clara y tajante: como decía David Ricardo, para terminar con el lastre de los rentistas, el Estado tiene que nacionalizar todas las tierras y luego cobrar una renta por su uso. Samuelson dice lo mismo, solo que no recomienda la expropiación lisa y llana como Ricardo, sino el cobro por parte del Estado de toda la renta de los recursos escasos, por la vía de royalty e impuestos específicos. De ese modo, se restablecen las condiciones de competencia entre las industrias que se basan en recursos con renta con aquellas que sólo se basan en la creatividad del trabajo humano. Al capturar el Estado la renta de los recursos, evita la sobreinversión en las primeras en perjuicio de las segundas.
El Financial Times 1 de junio del 2010 lo ha descrito de un modo magistral en un reciente editorial escrito en apoyo del Primer Ministro de Australia Kevin Rudd:
«Las ganancias de las empresas basadas en recursos naturales son bien diferentes a las utilidades del resto de las industrias. Debido a las restricciones de la oferta, la extracción de recursos sigue la economía de los buscadores de tesoros: una vez que se saca de la tierra, el valor de un tesoro no guarda ninguna relación con el costo de desenterrarlo. Su valor adicional, potencialmente enorme, debe pertenecer al país donde fue hallado. Los gobiernos están en lo correcto al aplicar mayores cobros a la extracción de recursos naturales que a las demás actividades.»
De este modo, la actual discusión acerca del royalty a la minería apunta directamente al corazón de uno de los principales problemas de la moderna sociología chilena: la educación de su propia clase capitalista.
¿Cachai Willy?
Por Manuel Riesco
Economista del Cenda
Jueves 9 de septiembre de 2010