José Saramago, escritor, premio Nóbel e histórico militante comunista, ha dicho que hoy la Izquierda “no piensa ni actúa”. Que le falta coraje para enfrentar los desafíos actuales. No es el primero que realiza una crítica de este tipo, o con similares conclusiones. Desde la caída del muro de Berlín y fragmentación de la Unión Soviética, la Izquierda entró en un período de crisis del cual no ha podido sobreponerse. Los partidos comunistas, que siempre marcaron presencia esencial en los procesos sociales por su capacidad de organización y disciplina interna, hoy prácticamente han desaparecido en muchos países, y en otros tienen una presencia mínima. Por su parte, los partidos socialistas han tomado el rumbo de la social democracia o derechamente se han encaminado hacia la reacción, aunque en su discurso intenten disimularlo.
En mi opinión, me parece que el análisis de Saramago es un enfoque desde un punto de vista más bien europeo, pues en Latinoamérica la Izquierda ha logrado dar una batalla más eficaz que sus pares del viejo mundo. Se han podido levantar propuestas en ese sentido, incipientes e inciertas si se quiere, como el proyecto bolivariano o los procesos en Ecuador, Paraguay, Argentina, Brasil o Bolivia, todos definidos de izquierda, pero por verse en el tiempo si lograrán su consolidación. Sería importante eso sí, definir claramente qué se entiende hoy por Izquierda. De lo contrario se produce una situación de conceptos paralelos que jamás podrán dialogar ni encontrarse, como es necesario que suceda para poder edificar un proyecto realmente unitario.
En el caso de Chile, la Izquierda no se recupera del descalabro que significó la dependencia dogmática de la Unión Soviética. Le ha costado encontrar referentes y el nivel de debate ideológico debe ser el peor de su historia. Siempre me he preguntado si a sus dirigentes les interesa dar ese debate con la amplitud que requiere. Sin censuras y con autocrítica real. Desde sus inicios como república, Chile se ha caracterizado por el caudillismo en política, y los dirigentes de los partidos actúan con esa lógica. Mientras existan dirigentes dogmáticos, faltos de autocrítica y sin comprender los cambios que se han dado en el mundo, la izquierda chilena permanecerá en el marasmo. En los hechos, hoy sólo el partido Comunista mantiene una estructura orgánica capaz de emprender desafíos políticos mayores, pero lamentablemente ha perdido su capacidad de desarrollar políticas de masas y ha preferido los pactos con la Concertación para intentar obtener, en las próximas elecciones parlamentarias, dos o tres cupos. Derecho que no cuestiono en absoluto, pero me causó asombro, por ejemplo, ver en las pasadas elecciones municipales a altos dirigentes comunistas apoyando a candidatos como Álvaro García, ex ministro de economía de la Concertación, un neoliberal de tomo y lomo, que además estuvo cuestionado por manejos poco claros. Es decir, se apoya a personajes que jamás implementarían políticas sociales como las que propone la Izquierda, por el contrario.
Por otro lado, tampoco queda claro las instancias de lucha, y surgen preguntas de sentido común: ¿Son válidas aún todas las formas de lucha? ¿Cuál es hoy la táctica y estrategia revolucionarias? ¿Cómo se integrarán a la lucha social los movimientos marginales, que tienen más adeptos que militantes los partidos políticos de izquierda? En fin, todo eso se debe discutir, son muchas las interrogantes. Para que esto ocurra debe existir voluntad por parte de quienes están en condiciones de generar los espacios necesarios y facilitar la infraestructura. También está el problema de los dirigentes apoltronados que no quieren recambio en las direcciones partidarias o sindicales, a menos que pongan a sus incondicionales en los puestos que dejan. No son pocos a los cuales el libremercado les acondicionó el esfínter.
Pienso que deberíamos comenzar por reescribir el Manifiesto Comunista, obviamente manteniendo las ideas centrales, pero adecuadas a la época. Y no estoy siendo sacrílego, ya Marx y Engels, en el prólogo a la edición alemana de 1872, dejaban una ventana abierta para este proceso. El manifiesto no es la Biblia, sino que debe ser releído y analizado con las herramientas que nos otorga el materialismo dialéctico y las ciencias sociales e históricas más desarrolladas. Un día se lo propuse a un dirigente pero, tras escuchar mi planteamiento, quiso arrebatarme –de muy mala manera- mi carné rojo, así como un obispo habría querido arrebatar el escapulario a un cura que hubiese osado decir que la virgen María se vería mejor con mini falda.
Y si lo pienso bien: deben ser bellas las piernas de María.
Por Alejandro Lavquén