¿Sabrán celebrar?

Recuerdo que en una oportunidad Marta Tejedor hizo una afirmación que me paró los pelos de punta

¿Sabrán celebrar?

Autor: Wari

Recuerdo que en una oportunidad Marta Tejedor hizo una afirmación que me paró los pelos de punta. Refiriéndose a sus jóvenes dirigidas del equipo de fútbol femenino nacional, y ante la euforia de las niñas por sus triunfos deportivos, Marta, con sabiduría hispana se preguntó: ¿Sabrán celebrar?

¡Menuda reflexión!

Me asustó esa pregunta de la notable entrenadora española porque era una mirada sobre nosotros y nuestra ignorancia en la celebración. Lo relacioné con una imagen que alguna vez me regaló la poeta Elvira Hernández. Colo-Colo había resultado campeón de América y la poeta miraba desde una de las veredas de la Avenida Bernardo O¨Higgins el jolgorio de los hinchas. De pronto un colocolino que estaba a su costado gritó algo así como:¡Por Colo-Colo doy la vida! O tal vez dijo:¡Por Colo-Colo, todo! Y se lanzó con la cabeza gacha corriendo contra los vehículos que venían a toda velocidad con las banderas albi-negras desplegadas. Creo que fue uno de los muertos de esa noche de triunfo del fútbol chileno. Obviamente, ese hincha no sabía celebrar.

Pero, ¿no sabemos celebrar los chilenos? Y ¿por qué no deberíamos saber celebrar?

Pienso esto a propósito de la más reciente Fiesta del Roto Chileno, llevada a cabo en la Plaza Yungay, el 19 de enero pasado. Me tocó participar a eso de las 19:00 horas, con algunas canciones. La gente estaba feliz. Pero había demasiado alcohol en las jóvenes venas de los y las jóvenes. Eso se apreciaba a simple vista. Y si está bien tomarse una cerveza o dos, acá eran mucho más que una o dos. Y eso, en un ambiente de celebración, debería llevar a la buena onda, a la hermandad de los que allí estaban. Al respeto por el otro, a verlo.

Pero cuando tocó Juanito Ayala con su Juana Fé, ya no había escenario que valiera como escenario. La gente invadió todo. No sabían celebrar, escuchando música. Tenían que estar encima de todo. Y no hablo de los niños, que es natural que por su fragilidad los padres los protejan subiéndolos al escenario. Tampoco hablo acá ni de fotógrafos ni camarógrafos, ni asistentes de escenario. Hablo del muchachote borracho y prepotente o la minoca que jurándose original se plantan en el escenario para con su sola presencia en éste demostrar ¡Que cuarquiera eh artista y qué tanto, y qué huá!, empañando el espectáculo, impidiendo la labor de los artistas, no dejando ver ni escuchar al resto del público, pisando guaguas, etcétera, etcétera. O sea no sabiendo celebrar.

Además, como estamos en una ciudad increíblemente neurotizada, en que como diría don Nicanor Parra ni siquiera la Ley de la Selva es respetada, entonces bastó una mirada de más, una palabra de menos entre dos giles, para que se agarraran a combos en un dos por tres, lo que llevó a que sus ami-jotes embrutecidos por el alcohol, y llenos de prepotencia y frustración se metieran a dar patadas a como tuviera lugar, para que luego entrara Carabineros que, con el tino que los caracteriza, comenzaran a tirar bombas lacrimógenas a diestra y siniestra.

Y alguien me contaba de las madres llorando y llenas de moco y saliva, casi ciegas, corriendo a tientas, despavoridas hacia calle Rosas con sus guaguas semi-ahogadas en sus coches de paseo, mientras llovían bombas y botellas. Y los originales de la celebración quebraban vidrios de los vehículos estacionados frente a la plaza, incluido el auto de un artista que había ido a tocar gratis para la celebración.

Dicen que por razones similares se suspendieron los Festivales Culturales de Valparaíso y las fiestas de Los Mil Tambores, remplazándolas por anodinos juegos de luces frente a un vetusto edificio de Plaza Sotomayor para beneplácito de Matías del Río, locutor de Chilevisión, quien sin sonrojarse siquiera nos dice que ahora sí que hay orden, pos cabritos…

El no saber celebrar es el río revuelto. La ganancia es de los Pescadores del Poder que no quieren al pueblo en las calles. Todo gracias a un grupo de avispaos ignorantes en su celebración.

Por Mauricio Redolés

El Ciudadano Nº96, febrero 2011


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