“Cumbre Progresista” y crisis del capitalismo

No hay acontecimiento político, social o económico de envergadura que no sea el teatro de un combate de ideas por interpretarlo


Autor: Director

No hay acontecimiento político, social o económico de envergadura que no sea el teatro de un combate de ideas por interpretarlo. Sus efectos y consecuencias concretas no pueden separarse de las diferentes versiones propuestas por los distintos actores políticos, sociales y económicos.  La crisis actual del capitalismo, por ejemplo, sigue siendo narrada por los medios monopólicos dominantes según el prisma de la ideología liberal o neoliberal.

La construcción del  relato busca dirigir la mirada y la atención del ciudadano sobre datos banales que en nada ayudan a comprenderla en su esencia misma, es decir, como una crisis estructural tanto del capitalismo como también de una civilización productivista enceguecida por la búsqueda del lucro máximo a corto plazo.

El discurso urdido por  los poderes dominantes tiende a ocultar la gravedad de la crisis y el impacto en los trabajadores en lo que respecta a empleo, salarios, pensiones y condiciones de vida en general. ¡Para qué hablar de las consecuencias de la explotación sin límites de los recursos naturales que ponen en peligro los equilibrios de los ecosistemas naturales y de la bioesfera! Lo que les interesa a los capitalistas, a sus tecnócratas y propagandistas es relanzar el crecimiento y el productivismo para continuar la loca carrera capitalista por la ganancia máxima.

Es en este contexto que habría que analizar la denominada Cumbre Progresista. Como una tentativa de explicación de la crisis mundial por un puñado de políticos que fueron socialdemócratas, en el pasado; que abandonaron la lucha por la Igualdad social; que adhirieron a los postulados neoliberales de la magia de los mercados y, que hoy,  ya no se plantean un modelo alternativo al capitalismo.

Todo lo contrario, lo quieren salvar.

Menos aún se plantean medidas urgentes y alternativas que realmente ayuden a que la crisis capitalista no se reproduzca. En la nebulosa mediático-neoliberal-progresista se insiste en la codicia de algunos banqueros, en las medidas contradictorias de la administración Obama para salvar el sistema bancario, en la necesidad de aumentar o no las regulaciones de los mercados financieros, en medidas paliativas como el gasto fiscal, o en las ridículas predicciones de gurúes nacionales y extranjeros que afirman que se trata de un “temporal” pasajero.

Pero se omite sistemáticamente nombrar a los responsables directos que durante treinta años, bajo el paraguas del FMI, el Banco Mundial y la OMC, impusieron por la fuerza, o por el consentimiento obligado, el neoliberalismo.  Tampoco aclaran que esto se hizo con  la complicidad tácita o activa  de intelectuales, tecnócratas, partidos políticos o gobiernos cómplices. A lo sumo se denuncia el grotesco Consenso de Washington.

El supuesto simplista del neoliberalismo, que estipula que facilitándole a los agentes económicos la tarea de perseguir sus propios intereses, el mercado produce los mejores resultados y chorrea para todos gracias a la “mano invisible”, llevó a los propietarios del capital, a imitarse unos a otros y a invertir en instrumentos financieros arriesgados e inciertos.  Según el dogma economicista se trataría de cálculos racionales. Pero fue la misma irracionalidad sistémica del capitalismo la que acabó con sus las ilusiones y el sentido común. Hoy se lamentan o manipulan.

Sin embargo, las escuelas de administración, de negocios, de economía y las llamadas de “ingeniería comercial” siguen enseñando los mismos modelos matemáticos irreales, la misma cultura de management y las mismas creencias en las virtudes de los mercados descontrolados.

Se olvida que, al globalizarse, los mercados fueron desregulados y los capitalistas de las economías centrales dejaron de considerar que los salarios eran y son la demanda potencial en un mercado nacional. Los salarios fueron considerados como un mero costo de explotación de la fuerza de trabajo.

Y las ganancias extraordinarias de los capitalistas se fueron a alimentar la inflación bursátil y la especulación con productos derivados sin ninguna regulación.  Esto se hizo con el beneplácito de los gobiernos “progresistas” de Europa y aplicando medidas antisindicales. Blindando al capital y desatendiendo, como lo ha hecho la Concertación, las demandas de los trabajadores en el plano de los derechos colectivos laborales.

Las burguesías capitalistas y las elites políticas en los países como Chile, felices con el modelo exportador de materias primas y sin producir valor agregado, tampoco repartieron, con aumentos salariales, las jugosas ganancias de los capitalistas. Es el crédito fácil y usurero de las tarjetas plásticas el que el suplanta y devora  un magro salario real,  empuja al consumo y endeuda, acogotando, al 80% de las familias.

El sociólogo francés Laurent Bonnelli afirma: “Las derrotas más terribles pueden convertirse en victoria por arte y magia de los comentaristas autorizados. Darle  significación a los hechos, utilizar las palabras apropiadas o las categorías para decirlo constituyen batallas decisivas.  Imputar la cesantía masiva a la rigidez del mercado laboral no tiene las mismas consecuencias que analizarlo como el resultado de la voracidad de los capitalistas”.

Producir representaciones de lo que pasa en el mundo social constituye una dimensión fundamental en la lucha política. Es la tarea de las izquierdas y del movimiento sindical darle una perspectiva política a la crisis defendiendo los intereses de los trabajadores y de las mayorías ciudadanas. Lo que implica emplazar a gobiernos “progresistas” que no han satisfecho las demandas democráticas básicas en el plano de la negociación colectiva.
Por Leopoldo Lavín Mujica
Profesor, Département de philosophie, Collège de Limoilou, Québec, Canadá.


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