11 de septiembre, otra vez

¡Ya son 37 años! …desde que Augusto Pinochet Ugarte, comandante en jefe del Ejército, se convirtió en dictador, cuando se tomó el poder junto a sus escuderos: César Mendoza Durán, General Director de Carabineros de Chile; José Toribio Merino Castro, de la Armada Nacional, y el oscuro general Gustavo Leigh, al frente de la Fuerza […]

11 de septiembre, otra vez

Autor: Cesarius

¡Ya son 37 años! …desde que Augusto Pinochet Ugarte, comandante en jefe del Ejército, se convirtió en dictador, cuando se tomó el poder junto a sus escuderos: César Mendoza Durán, General Director de Carabineros de Chile; José Toribio Merino Castro, de la Armada Nacional, y el oscuro general Gustavo Leigh, al frente de la Fuerza Aérea de Chile.

Estos “nombres, valientes soldados” (como versa el himno nacional), se tomaron el Palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973, e hicieron frente con tanques, tanquetas, hombres fuertemente armados de y con cazabombarderos que bombardearon desde el aire a un grupo de resistentes, en su mayoría civiles. Entre ellos estaba el presidente constitucional, Salvador Allende Gossens, armado con una subametralladora, y el resto con escopetas y armas cortas. Sólo faltó un acorazado de la armada para tan temible hazaña y acabar con menos de una cincuentena de personas.

Lo que vino después es ampliamente conocido: Personas desaparecidas, torturadas, asesinadas, exiliadas, etcétera, etcétera, etcétera… Podríamos citar cifras pero no quiero caer en el tema de los números, ni en el debate en el que nos pretenden hacer entrar cuando justifican una debacle como esta en aras del bien de una mayoría versus el sacrificio de una minoría. (Es que ni siquiera está claro que sea una minoría). Ahora, ni siquiera el presidente de derecha que gobierna este país se atreve a defender lo que hicieron estos asesinos con uniforme.

Me esmero en tratar de recordar el Chile del que hablaban las canciones, de los buenos anfitriones, de lo festivos que éramos antes de que mi cerebro pueda recordar y de lo que dejamos de ser y lo sub humanos que somos como país hoy en día, cuando ni siquiera los parientes más cercanos se molestan en comprender que algunos sigamos pensando que el mundo en que habitamos puede cambiar si dejáramos de ser tan tremendamente egoístas, individualistas e intolerantes a miradas que se alejan del modelo de éxito que se ha impuesto en este coloso del sur del mundo.

Quiero imaginar si algunos de mis amigos podrían estar vivos si esto no hubiera pasado, si  me darían ganas de ir a una fonda este dieciocho, o los amigos de mis amigas, o las parejas de tantos y tantas que nublaron el corazón de tantos y tantas más. El 11 de septiembre será siempre una fecha oscura para nosotros, una generación de adolescentes que no lo fuimos, que andábamos pensando en lo que vendría si sacrificábamos tantas cosas de la juventud por algo que no vivimos, y no viviremos. Que jugamos a ser grandes y pensamos que estábamos para grandes cosas aunque éramos conscientes de que quizás nunca las veríamos.

Con la conciencia de que la muerte podía encontrarles, tantos y tantas héroes y heroínas de esas que se ven en las películas, pero que nunca se han reconocido, dejaron su vida, o algo de lo mejor de sus vidas, por restablecer esa alegría que nunca vino. Ahora pululan por los pasillos del Congreso algunos y algunas de quienes nos traicionaron, no como compañeros, sino como país, jugaron con la esperanza de un pueblo y fueron ellos y ellas los que decidieron qué era lo negociable y qué lo que no, pasando por encima de la dignidad y el orgullo de tener la justicia de nuestro lado.

Hoy en día muchas personas que jugaron con nuestros sueños lo que lamentan es haber perdido un puesto de trabajo en el Ejecutivo de la doctora Bachelet. Hoy en día dicen que el Gobierno de ‘izquierda’ de ella estaba construyendo un país más justo pero con calma, y despacito. Tan despacito que ya se les pasaron sus 20 años desde que se fue ese señor y todavía hay hambre, inaccesibilidad a la educación de calidad y largas filas para atender a los ancianos en los consultorios de salud.

Un país rico, el más rico de América Latina, en que se mueren las guaguas (bebés) en los hospitales porque no la famosa salud gratuita sigue siendo mediocre para quienes no tienen cómo pagar las clínicas con las que se ha hecho un negocio millonario.

Éste es el país que heredamos de esa lucha contra la amenaza comunista que emprendieron los señores generales. Esa hazaña de la que, hasta el día de su muerte, cómodo en su cama, se sintió orgulloso el general comandante en jefe de las fuerzas armadas (escribo a propósito con minúsculas), luego de que se comprobó su enriquecimiento ilícito (como un vulgar ladrón) y lo que todos sabíamos -excepto, quizás, los que no querían ver, aunque eso no les excuse-.

Son tantas las cosas que se podrían comentar. Son tantas las etapas que nos saltamos algunos, pero tantas más las que se saltaron otros y otras. Son tan oscuros los episodios y seguimos, como mayoría, volteando la vista sin querer que eso nos toque o nos culpe.

Sí, ya sé que hay quienes desean voltear la página, que no quieren seguir pensando en esto, al fin y al cabo ya son 34 años. ¡Hasta cuándo? Preguntan. “Tenemos que ser la generación que construya los puentes hacia el futuro”, dijo el presidente Piñera en un discurso por la mañana de hoy. Y Lucía Pinochet se permitió hacer declaraciones arengando a sus seguidores, en un acto realizado por militares retirados, que ahora había que luchar por “sus” prisioneros políticos, aludiendo a los torturadores y asesinos encarcelados, para poder sacarlos de la “injusticia” a la que son sometidos por “haber defendido la patria”.

Y se permiten preguntar ¿Hasta cuándo recordaremos este episodio? ¿Hasta que al menos seamos capaces de mirar a la cara a los exiliados de esta democracia ficticia y mojigata que sigue escondiendo su responsabilidad en la validación que le da un sistema electoral impuesto por la dictadura?

¿Hasta que dejen de desconocer el derecho a reclamo que tiene la gente del común cuando el sistema los desconoce sistemáticamente? ¿Hasta que el nuevo Gobierno, al menos, reconozca su incapacidad de dejar atrás el sistema autoritario que heredamos, el que combatieron y que ahora defienden en la práctica en contra de los mapuche, de los anarquistas, de los jóvenes estudiantes cuando salen a protestar a las calles por una educación que no los saca de la ignorancia y les refuerza el exitismo?

Yo no sé hasta cuándo en realidad. Pero me da vergüenza pensar que la democracia chilena distribuye sus riquezas entre una inmensa minoría y la gente del común sigue en las mismas: ¡Cagada!

Sigo pensando que esta es una fecha nefasta. Sigo pensando que es increíble que una de las principales arterias viales de Santiago se llame 11 de septiembre como si fuera un motivo de orgullo y la gente se pasee por ella sin siquiera cuestionarlo. Sigo sintiendo que somos mojigatos, cobardes y rastreros. Y me sigue doliendo esto, tal vez, porque hago parte de los que no fuimos capaces de cambiarlo.

Por César Baeza Hidalgo


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