En el curso de esta semana se realiza en Francia un encuentro preliminar a la reunión de los países más ricos del planeta, con el propósito de discutir sobre Internet, la red de redes. El interés de estos gobiernos para este “e-G8” no es, en absoluto, inocente y desinteresado. Los poderosos de la Tierra –gobiernos y multimillonarias corporaciones- han advertido que Internet no es sólo un espacio comunicacional para la enseñanza, los negocios y el entretenimiento sino que cumple una importante función social y política en todas partes del mundo.
Los recientes eventos en el norte de África, donde millones de ciudadanos fueron convocados a través de redes sociales contra las tiranías de sus países, así como la filtración de material clasificado en los llamados “Wikileaks” han llevado a los gobiernos del G-8 a intentar poner límites a la libertad de expresión de los usuarios que ha caracterizado al ciberespacio. De este modo, Nicolás Sarkozy, el actual presidente francés, anfitrión de este importante encuentro, ya ha comenzado a utilizar términos como “regulación” y “responsabilidad”, reeditando aquella vetusta “mission civilisatrice” bajo el nombre de una “Internet civilizada”. Estos eufemismos ocultan, no obstante, otros viejos conceptos asociados históricamente al poder como son: censura, control y vigilancia; en suma, represión.
Las nuevas políticas que se están gestando en el G-8 resultan inquietantes para América Latina donde el porcentaje de penetración de Internet oscila entre el 22,6% para América Central y el Caribe y un 36,5% para la región sudamericana, muy especialmente Chile y Argentina que bordean el 50%. Es de esperar que la asistencia del señor presidente Sebastian Piñera a este encuentro en Deauville no signifique la adopción de políticas restrictivas para los millones de usuarios de la red en nuestro país bajo el pretexto de la amenaza del “ciberterrorismo” o del “uso civilizado y responsable” de Internet.
Los pueblos de diversas latitudes han encontrado en el espacio virtual de Internet un espacio social que les ha sido negado por sus respectivos gobiernos. Esta nueva herramienta comunicacional no se ha convertido solamente en una extensión del mercado sino que, como lo está demostrando la historia reciente, es también un decisivo vector cultural y político. Muchos fenómenos contemporáneos, como el “periodismo ciudadano”, la difusión de libros electrónicos, o la infinidad de “blogs”, para no hablar de las redes sociales, se han transformado en parte de la vida cotidiana, creando nuevas formas de ciudadanía y participación que, a esta altura del siglo XXI, son entendidos como derechos básicos.
Hasta hoy, las sociedades latinoamericanas han encontrado en esta herramienta un espacio de expresión de nuestra rica diversidad. Las redes sociales se han convertido en una extensión del espacio público y en una nueva forma de ejercer la ciudadanía, cualquier forma de censura o control de Internet por parte de un gobierno es, en rigor, un atentado contra la libertad de expresión y los derechos democráticos elementales en una democracia. La pretensión de anular la expresión libre es propia de estados totalitarios que buscan el pensamiento único, convirtiendo todo disenso en anormalidad, amenaza o terrorismo. La “ciudad virtual” que está emergiendo en el mundo entero solo es concebible como “ciudad democrática”, pues de otro modo, estaríamos reeditando aquella distopía que soñó Orwell en su novela 1984.
Por Álvaro Cuadra
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Elap. Universidad Arcis