1989

Hace exactamente 20 años caía el muro de Berlín


Autor: Mauricio Becerra

Hace exactamente 20 años caía el muro de Berlín. Meses después, del socialismo real no quedaba nada, o casi nada.

Nadie podía imaginar en ese momento lo que deparaban las dos décadas siguientes. La idea que la humanidad tenía acerca de la época que vivía simplemente no era capaz de comprender lo que estaba por ocurrir. Los cambios han sido tan increíbles que todavía resulta difícil asumirlos. Ha sido necesario reconstruir por completo la idea acerca del mundo de hoy, de modo coherente con la visión anterior pero que al mismo tiempo de cuenta de lo ocurrido. Nada de fácil.

De 1989 no ha escapado nadie. El comunismo ha vuelto a ser el fantasma de antes de la Gran Revolución Rusa. Sus partidarios han debido resignarse a continuar su lucha en condiciones parecidas a las que existían en tiempos de Marx y Recabarren. Es decir, sin la luminosa esperanza que el socialismo era ya una realidad y la revolución mundial se encontraba al alcance de la mano.

Sin embargo, pueden enorgullecerse de haber sido la fuerza progresista más relevante del siglo 20. No sólo por su papel decisivo en la victoriosa lucha antifascista, que salvó a la humanidad de la aniquilación.

Después de 1989, deben sentirse orgullosos también por haber inspirado y encabezado varias de las mayores revoluciones y los Estados desarrollistas más avanzados del siglo. Unas y otros prohijaron las más potentes emergencias de hoy.

Sus adversarios en las grandes potencias occidentales vivieron su minuto de euforia. Visualizaron el fin de la historia ¡Capitalismo forever!

Tardaron más de una década en caer en cuenta. Tras el velo del fantasma emergieron competidores capitalistas de carne y hueso. Tan formidables que, junto a otros que emergen por doquier, les acaban de dar alcance el 2009. Hoy se dan cuenta que, en el mejor de los casos, les espera una larga y melancólica decadencia hacia su inevitable destino de potencias de segundo orden. Algo así como lo que sucedió a la arrogante Albión decimonónica, reducida a la modesta Gran Bretaña de fines del siglo 20. No resulta fácil hacerse a la idea.

Para más remate se les viene encima la crisis mundial. La Grande, como la llamó Krugman. Lleva diez años y nadie sabe cuanto le falta. Sus consecuencias se extenderán a lo largo de medio siglo, igual que tras la otra Grande.

Algunas ya están claras
. Afectarán a todos.

Los banqueros mundiales se creen a salvo y tratan de volver por sus fueros. Se equivocan medio a medio. Se encuentran muy debilitados. La factura de sus excesos tarda pero llega.

Muerta la perra se acaba la leva ¡Le Laissez faire cést fini! El perverso anarquismo burgués floreció durante treinta años guarecido en sus faldones. Ahora les espera una larga travesía del desierto.

El Estado vuelve por sus fueros. Ha rescatado a los amos del universo que promovían su desaparición. Bajo su regulación y protección la industria y el trabajo honrado recuperan el sitial que nunca debieron perder. Los de arriba deberán vivir un poco menos escandalosamente. Los de abajo podrán pasarla un poco menos mal.

Todos recuerdan ahora que los modernos mercados fueron creados por los modernos Estados, que barrieron las viejas aduanas feudales cuando ambos nacieron juntos durante el siglo 19. El mercado mundial es una utopía antes que se conforme un Estado mundial. La globalización solo funcionó para los banqueros. La libre circulación estable de dinero, mercancías y personas solo es posible en espacios protegidos y regulados por los Estados. O en espacios más amplios de soberanía compartida entre varios Estados.

Esta gran lección de la crisis ayuda a aclarar a todo el mundo la conclusión más asombrosa de 1989: Alrededor de todo el mundo subdesarrollado del siglo 20, fueron los Estados desarrollistas, de muchas formas e inspirados en las más diversas ideologías, quienes crearon allí las bases más esenciales del mercado. Las mismas que en la vieja Europa habían surgido más espontáneamente un siglo antes.
Principalmente, la transformación de los campesinos en una fuerza de trabajo predominantemente urbana y en cualquier caso liberada de las ataduras agrarias tradicionales, razonablemente sana y educada; aparte de construir la infraestructura económica e institucional.

Lo que demostró 1989 es que una vez creadas estas bases y sólo entonces, resultó imposible impedir el surgimiento potente de las relaciones capitalistas de producción. Por más empeño que se le puso. Flamantes burguesías emergieron incluso allí donde no existían, en parte de las mafias, pero principalmente de la burocracia, es decir, del partido.

Al final, 1989 fue esencialmente eso: la capitulación de parte de las elites de los países socialistas frente a la inminencia de dicho giro inevitable. Estos regímenes simplemente se disolvieron. Fueron revoluciones por arriba, desde adentro. En las celebraciones de aniversario los han pretendido presentar como el fruto de la lucha popular y la sagacidad de los EE.UU.. Poco de eso es cierto. Más verdadero es que se debe a lo que el propio Walesa ha denominado «la debilidad de Gorbachev.»

Mientras más ordenado el giro del Estado desarrollista al mercado, mejor. Se celebran asimismo 20 años de los luctuosos sucesos de la Plaza Tian’anmen, en China. Sin embargo, hoy día pocos dudan que la conducción del giro al mercado por parte del Partido Comunista de China ha resultado hasta el momento el ejemplo más exitoso y en definitiva el menos doloroso y destructivo. No resulta fácil conducir un proceso en el cual, entre otras cosas, cada año llegan a las ciudades de China doce millones de inmigrantes del interior. Ocho veces más que todos los que llegan del exterior a la Comunidad Europea. Por el mismo motivo, los Estados desarrollistas no se distinguieron por sus métodos democráticos, salvo contadas excepciones como la chilena.

Todo lo anterior es un excelente ejemplo para la mitad de la humanidad que continúa siendo campesina y todavía tiene por delante todo este doloroso tránsito. Lo cual nos lleva a la lección definitiva de 1989: Lejos de estar en su fase terminal, el capitalismo está recién en su adolescencia a nivel global. Vivimos todavía el proceso de acumulación originaria del capital, que a nivel global se encuentra exactamente a medio camino.

Ello resulta de miedo. Todos sabemos los horrores que fue capaz la vieja Europa en esta precisa fase de su desarrollo. Con la diferencia que ahora los protagonistas son diez veces más grandes.

De todos nosotros depende que logremos inocularnos la vacuna de la razón y la sensatez política, que son la única vacuna contra el virus maldito que nos conduce al suicidio colectivo. A raiz de la crisis, nuevamente está mostrando las orejas.

Manuel Riesco

Economista CENDA


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