La reciente columna de Agustín Squella titulada “¿Qué hacemos los académicos?” sirve como recurso intertextual a esta columna. Me gustaría mostrar por qué Squella se equivoca. En síntesis, el profesor Squella desarrolla una lectura crítica de las movilizaciones estudiantiles (principalmente universitarias) y del papel que desempeñamos los académicos, los cuales “dejamos simplemente el problema en manos de las autoridades universitarias”.
Su argumento es muy sencillo y directo. Los académicos y las autoridades son responsables en las manifestaciones violentas de los estudiantes. Lo somos por ausencia o indiferencia, podríamos decir. Esta lectura de la complejidad social parece llena de sentido, pero está hecha sobre la base de explicaciones maniqueas y carentes de sentido histórico y social. Sin embargo, más allá del propio Squella, es interesante su columna pues nos permite entender el permanente comportamiento de las autoridades académicas, que intentan colocar a sus profesores como punta de lanza de sus medidas restauradoras del “orden perdido” Esto parece un ritual que no consigue nada (a los hechos hay que atenerse) y que funciona más bien como una forma de presión, muchas veces, indebida hacia quienes tienen más a mano: sus trabajadores.
En una Universidad que cada día parece más un tecnológico que propiamente una Universidad, con sistemas de jerarquización asolados por la vorágine neoliberal, me parece que sus profesores hacen lo mejor que pueden formando a jóvenes que, además, provienen de una famélica educación secundaria. Ya tendremos oportunidad de reflexionar en profundidad sobre algunos problemas de la Universidad, por ahora sólo me gustaría sentenciar que la Universidad está en medio del huracán neoliberal y que en los próximos años veremos el intento de profundizar el vínculo empresa-universidad, lo cual podría convertir el quehacer universitario en una fábrica de empleados para un par de profesiones “rentables”. Es el fin de la Universidad a la cual pertenece el propio Squella.
Dicho esto me gustaría plantear algunas líneas que nos permitan salir del atolladero mental, producto de la desesperación, desde el cual suelen hablar algunos de los intelectuales más lúcidos en estas materias.
Un primer error, el cual me parece grave, es pensar las movilizaciones estudiantiles deshistorizadas. Muy por el contrario son movimientos que vienen desarrollándose desde retornada la democracia y aún antes, durante la dictadura. Cuando se piensa de este modo, los acontecimientos parecen salidos de la nada. Un mes estamos haciendo clases y de pronto caemos en el marasmo rutinario del cual habla Squella. Entonces, para salir de él se invoca al orden como racionalidad y, finalmente, a la policía como última garantía de restauración. Aparecen los desalojos, las re-tomas, desalojos, re-tomas… O sea, este ejercicio muestra ser un acto inútil que satisface a quienes imaginan un mundo ideal, pero totalmente irreal, en el cual los movilizados se asustan y dejan sus propósitos. Nada de esto ocurre, volvamos a los hechos.
Si se revisan los variados puntos de los petitorios estudiantiles, conozco el de mi universidad, se observan elementos de continuidad desde hace más de 20 años. Esto refuerza la idea de que son movimientos con un carácter histórico.
Pensar que los académicos e incluso las autoridades universitarias podrían realizar “algo” para frenar estas movilizaciones es algo ingenuo. Aún peor, traspasar esta responsabilidad a los académicos es no sólo ingenuo sino mal intencionado. Antes bien, los académicos deberíamos estar movilizándonos para aportar en la mejora de una Universidad de la cual solemos quejarnos. No veo como podríamos culpar a los estudiantes de las condiciones en que se encuentran nuestras universidades públicas. Esto es fruto de la aplicación de políticas neoliberales de la postdictadura que, entre otras cosas, asimilaron formación universitaria con formación para el empleo. Es la capitulación de NOSOTROS, universitarios, al mundo de la empresa. La miopía de nuestras autoridades universitarias consiste en que aún estando hoy en el lugar adecuado (formaciones profesionales con buenas perspectivas de empleo) en un país tan precario en su proceso de industrialización como Chile, esto no tardará en convertir la universidad en centros técnicos, con disciplinas auxiliares como la Filosofía, Artes, Ciencias Sociales, Humanidades… Es decir, lo que un día fue el centro de la formación universitaria, hoy es periferia y para algunos unútil palabrería y espacios de reflexión. “Lo que importa es formar buenos profesionales” Quienes asumen este postulado están socavando el sentido de su propio trabajo. La Universidad es mucho más que la búsqueda de un buen empleo. La Universidad no puede ser equiparada a una fábrica que produce salchichas para un mercado. Esto es la tumba de la propia Universidad.
La maniquea idea de Squella de que existen tres grupos de académicos es falaz. Para él estarían: a) los niños (académicos jóvenes) que “practican una mal entendida solidaridad con cualquier causa estudiantil como si todavía no se dieran cuenta de que cambiaron de estamento”; b) los académicos que incitan a sus estudiantes a movilizarse (revolucionarios frustrados); c) aquellos a los que no les importa nada y, finalmente, d) aquellos que hacen lo que
pueden por hacer entender a sus estudiantes. Lógicamente, el columnista de El Mercurio, está en último grupo, el de los buenos, podríamos decir. El resto somos infantes inconscientes o bien revolucionarios frustrados. Esta explicación de la realidad extrema las posiciones de los demás para proponer la suya como la más normal, correcta, un molde de comportamiento, lo que debe ser, etc. Retórica ideológica en estado puro pues con la misma estrategia argumentativa podríamos señalar que los tres grupos descritos al principio son en realidad quienes empujan las pocas mejoras de la Universidad mientras el grupo que Squella dice representar es el de los “conservadores” que se han contentado con administrar la privatización de la educación en Chile, situación que hoy se encuentra en crisis. ¿No sería injusto decir esto?
Las movilizaciones seguirán pues, con aciertos y errores, está hecha por ellos. Por los estudiantes. La incapacidad de asumir la irreductible subjetividad de los estudiantes, es el mayor de los pecados de este tipo de argumentación.
Por último, resulta curioso que Squella señalé que el resultado de las movilizaciones sea “una rendición incondicional ante los grupos estudiantiles” Muy por el contrario, no hemos avanzado en democracia interna, en gratuidad real, en discusiones sobre calidad y formación integral de un profesional universitario. En cambio, hemos avanzado en burocratización, fortalecimiento de la educación privada, menos recursos para investigación, neoliberalización de la Universidad, etc. Sería mejor que un sabio maestro se preocupe de mirar hacia adentro que en crear enemigos internos, como si esto sirviese de algo.
Hay una paradoja que resulta importante de considerar y que Squella parece intuir. Las propias movilizaciones de lo/as estudiantes de la educación pública debilitan a la misma Universidad pública. Pero la debilitan producto de la solitaria lucha de los estudiantes, de la mentalidad privatizada e individualista que logró instalar el neoliberalismo y que nos llevarán al fin de la Universidad como la conocemos y queremos.
Finalmente, hay que repetir a quienes siempre nos acusan de defender a los estudiantes que cometen tropelías, que esto no es así. No hay que tragarse este señuelo facilista. Son adultos que deben responder por sus actos. Pero nosotros también deberemos responder por nuestros silencios, omisiones, ambiguedades, discursos críticos que se borran con el codo. Yo prefiero mirar hacia adentro. Pero no puedo olvidar que fueron eso/as estudiantes que tanto criticamos quienes pusieron los temas sobre la mesa. Como académicos hemos sido incapaces de oponernos a las lógicas de mercantilización de la Universidad y en cambio demonizamos a los estudiantes. Escondemos la cabeza en la arena para no ver la ola que se nos viene encima.