4 mil kilómetros de soberbia: Paradigma de la inequidad

Los intereses económicos y esa maldita visión cortoplacista que caracteriza a la llegada de la modernidad, nos ha hecho actuar como naciones individualistas y advenedizas en nuestra propia región


Autor: Sebastian Saá

Los intereses económicos y esa maldita visión cortoplacista que caracteriza a la llegada de la modernidad, nos ha hecho actuar como naciones individualistas y advenedizas en nuestra propia región.
Bolívar, con su afán emancipador, guerrero, ecuánime, heroico y, por cierto, jerárquico de Simón manda -de ahí seguramente viene el juego– otorgó mar a Bolivia en 1825, pasando por alto que esos territorios eran reclamados como posesión chilena por la elite dominante. No le importó porque estaba dando vida al sueño mayor: la integración  latinoamericana. Bolivianos, chilenos y peruanos habitaban estas regiones sin mayor problema.
Pero no fue más que descubrir el guano y el salitre en estos terrenos para que el capitalismo hiciera su trabajo. Separar naciones, construir ejércitos, asentar chovinismos ¿para qué? Para que los ingleses se quedaran con los recursos naturales sean de quién sean, como sucede con los terrenos expropiados en La Araucanía o La Patagonia chilena para que extranjeros usufructúen, no solo de la tierra, sino de sus habitantes en forestales y pesqueras.
Y así devino una guerra que traía consigo el despojo de grandes extensiones de costa a nuestros hermanos bolivianos, hecha por un cúmulo de rotos esperanzados con la patria próspera que nunca llegará. Pues luego esos mismos rotos fueron explotados y ultimados a causa de su trofeo de guerra: el salitre. El mismo Sotomayor, prócer y héroe en las dos campañas del Pacífico y que reivindicara el puerto de Antofagasta en 1879, siendo flamante ministro en 1907 dio órdenes para efectuar la matanza en la escuela Santa María de Iquique. Miles de mineros salitreros y sus familias fueron masacrados por el delito de  luchar por  sus derechos.
¿Y de qué nos sirvió el mar? No había en ningún caso un compromiso con el bienestar del pueblo, y como es la costumbre, las fuerzas armadas y el gobierno nada más fueron perro guardián de la oligarquía.
Ahora, esto de tener cuatro mil kilómetros de costa ¿de que nos sirve? si hay un centenar de playas privadas, otro millar de contaminadas por los ya tristemente célebres ductos de Celco,  sus recursos explotados por pesqueras, propiedad de la elite política Demócrata Cristiana que ha liquidado la pesca artesanal,  o de extranjeros que pagan poco y nada de impuestos y convierten ciudades como Aysén en gethos de esclavos.
¿De qué nos sirve el mar que tranquilo baña al que tiene para pagar 3.500 pesos por el estacionamiento media hora en una playa top?…¿O que simple y llanamente nosotros, ciudadanos de este país, no podamos orillar a causa de un enorme letrero que reza PRIVADO obstaculizando el tránsito libre y de una jauría de rabiosos canes asesinos que olvida sus modales?
¿De qué me sirve? Si Mar de Chile es una Fundación de ex marinos y del cuerpo de oficiales de reserva Naval Yatista de la Armada, que se ha gastado millones de dólares en promover el mar como orgullo patrio, como propiedad privada de barbas rojas que no entenderán jamás que es un derecho humano la posesión de mar, que no responde a uniformes ni a soberanos.
¿De que nos sirve el mar de Chile si nos separa de los vecinos buena onda, si nos recuerda una cruenta guerra que lo único que hizo fue utilizar a la gallada por la supuesta soberanía?
Entender que la enorme costa chilena,  no es más que un  territorio, en donde se explota al gana pan, al otrora roto chovinista para continuar haciendo más ricos a los ricos, es esencial para comenzar a despojarnos de ideas erradas que los falsos poderosos han puesto en nuestras distraídas cabezas, hoy por hoy con marzitis y convalecientes de la farkamanía festivalera.
Es intrigante no solo para estadistas de la talla de Fidel o para flamantes candidatas periodistas como Pamela Jiles la negativa del gobierno chileno a la petición marítima boliviana, pues hasta a mí me da vueltas la pregunta: ¿Me sirven esos 4 mil kilómetros de costa? ¿O solo son una extensión gélida y tormentosa de mi inmadura soberbia?

por Karen Hermosilla


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