«Mi unicornio azul ayer se me perdió,
Pastando lo deje y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar.
Las flores que dejó no me han querido hablar…”
Silvio Rodríguez. Canción homenaje a Roque Dalton.
El día 14 de mayo de 1935, nació en San Salvador, capital de la República de El Salvador, uno de los más brillantes poetas y ensayistas latinoamericanos: Roque Dalton García. Comprometido con la lucha de su pueblo, vivió las penurias, alegrías y las contradicciones de una época, que marcó igualmente su muerte, absurda, deleznable, a manos de sus propios compañeros, el día 10 de mayo de 1975. Por ello el mes de mayo trae a mi mente no sólo la lucha de pueblos como el de Palestina -y Al Nakba-, sino también la lucha de hombres como este maravilloso poeta salvadoreño, asesinado hace 48 años por quienes se consideraban sus propios compañeros de armas en la lucha por la liberación de El Salvador.
Hace unos años atrás, mi hijo mayor, que cumple años en el mes de mayo, demandó explicaciones respecto a su nombre. Por qué este nombre, de dónde provenía tal manera de llamar a alguien. Por qué se llamaba Roque y no Juan por ejemplo. No tuve que hacer mucha memoria para recordar a un poeta y su vida, que llenaron mis horas por largas jornadas y que influenció esta elección a la hora de dar un nombre significativo a este hijo que hoy interrogaba por el suyo. No hay año en que no recuerde a este poeta y mi mejor homenaje es justamente traerlo año a año a este presente, a través de estas letras.
Roque Dalton García es el nombre del ejemplo. Un hombre al cual podemos, perfectamente, asimilar la paráfrasis de su propio homenaje a la muerte del Che. Roque Dalton es:
“la encarnación de lo más puro y lo más hermoso que existe en el seno de esa actividad grandiosa que nos impone nuestra época: la lucha por la liberación de la humanidad; la profunda lección moral y política de su vida y de su muerte forma parte inapreciable del patrimonio revolucionario de todos los pueblos del mundo, y cuya desaparición física es un hecho irreparable para el cual no debemos escatimar lágrimas de revolucionarios; la actitud fundamental a que nos obliga su actual inmortalidad histórica es hacernos verdaderamente dignos de su ejemplar sacrificio”.
Un hombre como nosotros
“La poesía no se escribe con ideas, sino con palabras” declaraba, a fines del siglo XIX, el poeta francés Guillaume Mallarmé. Esta sentencia, errada en Latinoamérica, y supongo que en el resto del planeta, sobre todo para aquel que tenga como arma de combate la escritura contra las injusticias que se cometen, cae estrepitosamente ante la obra vital y literaria de poetas, narradores y todos aquellos hombres y mujeres que han hecho de la literatura el modo de expresar verdades, sentimientos, deseos, anhelos e igualmente fracasos.
Uno de esos hombres: vital, vigoroso y tenaz fue Roque Dalton García, una de las figuras cimeras de la poesía latinoamericana del siglo XX. Tan genial como desconocido, tan brillante como comprometido con las causas de justicia y libertad de su pueblo: El Salvador, país en el que nació el 14 de mayo de 1935. Hijo de un estadounidense afincado en esas tierras centroamericanas y una enfermera salvadoreña, estudió en un colegio de jesuitas, que le entregó las armas de la disciplina y la constancia. A pesar de esa formación religiosa, supo empaparse de la realidad trágica de su pueblo y abrevar su espíritu inquieto con letras de Neruda, Vallejos y los representantes de la escuela surrealista.
Los poetas franceses como Billón, Saint John Perse, Kafka, Salarrué y hasta Henry Miller allegaron agua a ese molino creativo, inquieto, pleno de un humor desbordante y de extremo rigor intelectual, como solía caracterizarlo el fallecido escritor argentino Julio Cortázar, quien admiraba la obra de Dalton:
”Roque es para mí el ejemplo muy poco frecuente de un hombre en quien la capacidad literaria, la capacidad poética, se dan desde muy joven mezcladas o conjuntamente con un profundo sentimiento de connaturalidad con su propio pueblo, con su historia y su destino”. Roque Dalton se definía como uno de nosotros, sin más ni menos: “Yo como tú, amo el amor, la vida, el dulce encanto de las cosas, el paisaje celeste de los días de enero. También mi sangre bulle y río por los ojos que han conocido el brote de las lágrimas. Creo que el mundo es bello, que la poesía es como el pan, de todos. Y que mis venas no terminan en mí, sino en la sangre unánime de los que luchan por la vida, el amor, las cosas, el paisaje y el pan, la poseía de todos”.
Poeta y revolucionario son dos conceptos que en Roque Dalton se conjugaron con perfecta armonía. Demostró, mediante su temática como escritor y en la vida práctica como intelectual comprometido con las causas justas de su pueblo y de Latinoamérica, que la verdad sí podía ser encerrada en palabras. Mediante la poesía, sostenía Dalton, era posible decirlo todo.
“… Poesía, perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras…agradecido te saludo poesía porque hoy al encontrarte (en la vida y en los libros) ya no eres sólo para el deslumbramiento, gran aderezo de la melancolía. Hoy también puedes mejorarme, ayudarme a servir, en esta larga y dura lucha del pueblo…” Para Roque Dalton el trabajo poético le permitía expresar su propia vida, su tiempo: “Camino para tal intento, desde el hecho, aparentemente simple de ser salvadoreño, parte de un pueblo latinoamericano que busca su felicidad luchando contra el imperialismo y la oligarquía criolla y que, por razones históricas bien concretas tiene una tradición cultural sumamente pobre. Tan pobre, que solamente en una debilísima medida la ha podido incorporar a esa lucha que reclama todas las armas”.
Un poeta revolucionario
Sus letras, opiniones y acciones son expresión de diversidad, riqueza en el uso del lenguaje y compromiso político. Riqueza oral y escrita demostrada verbo a verbo, poesía de rompimiento con los moldes y usanzas de la época. Sus poemas son edificios elaborados con insólitas relaciones, entre elementos disímiles en una lucha dialéctica de unión y lucha de contrarios. Viajó, al igual que su referente político y modelo de hombre: El Che, por gran parte de Latinoamérica. Vivió en Chile, donde estudió la carrera de leyes y en México, donde se empapó de periodismo y tertulias literarias. A pesar de militancias, luchas, y avatares políticos, su visión de la poesía era firme:
“El poeta debe ser fundamentalmente fiel con la poesía, con la belleza. Dentro del caudal de lo bello debe sumergir el contenido que su actitud ante la vida y los hombres le imponga como gran responsabilidad de convivencia. Y aquí no caben los subterfugios ni la inversión de los términos. El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea una obra bella. Mientras haga otra cosa será todo lo que quiera menos un poeta. Lo cual, por supuesto, no implica con respecto al poeta una privilegiada situación entre los hombres, sino tan sólo una exacta ubicación entre los mismos y una rigurosa limitación de sus actividades, que también sería eficaz en el caso de particularizar la calidad de los médicos, los carpinteros, los soldados o los criminales”.
“La ventana en el rostro” escrita en el año 1961 fue su primer libro, donde están contenidos las características de lo que sería todo su trabajo futuro: Un lenguaje fulgurante, rupturista, la voluntad conceptual y una estructura innovadora, que empieza a abrirle paso en la gran camada de poetas, cuentistas, ensayista y novelistas que ha dado Latinoamérica en el siglo XX. Le siguió “El Turno del Ofendido”, donde comienza a perfilarse con mayor nitidez su poesía plena de ironía y crítica, no sólo frente a otros poetas, sobre todo los adoradores del soneto, que para Dalton significaba, en ese momento, “una poesía conservadora, anacrónica y no sólo por el formalismo esencial que el sonetismo conlleva, sino porque los problemas de la vida actual no caben en vasos tan puros y estrechos” (Carta de Roque Dalton a los autores de la Revista “De aquí en adelante”).
En el poema “Canto a Nuestra Posición” dedicado a su amigo y compañero Otto René Castillo, expresa su crítica afilada a esos llamados de hacer florecer todo en el poema ya que el hombre parecía ser un pequeño dios:
“…¿Cómo pudisteis cantar infamemente a las abstractas rosas y a la luna bruñida, cuando se caminaba paralelamente al litoral del hambre y se sentía el alma sepultada bajo un volcán de látigos y cárceles, de patrones borrachos y gangrenas y obscuros desperdicios de vida sin estrellas?… Ay poetas que os olvidasteis del hombre, que os olvidasteis de lo que duelen los calcetines rotos, que os olvidasteis del final de los meses de los inquilinos, que os olvidasteis del proletario que se quedó en una esquina con un bostezo eterno inacabado, lleno de balas y sin sangre, lleno de hormigas y definitivamente sin pan… ay poetas, ¡como duelen vuestras estaturas inútiles!”
Estudió e investigó con rigurosidad y con originalidad la historia de El Salvador a través de la publicación de un libro de testimonio fundamental, respecto a las luchas obreras y campesinas en El Salvador: “Miguel Mármol: la insurrección en El Salvador: año 1932”, donde a través de la historia de este personaje real se da cuenta de la represión al levantamiento campesino, que ocasionó 20.000 muertos en apenas tres meses. Su quehacer literario lo colocó al servicio de su pueblo y cuando éste reclamó su presencia en esa inmensa estepa verde que son las montañas de Morazán, y ellas se convirtieron en su hogar, no dudó un minuto en convertirlas en una nueva trinchera de palabras y balas.
Morazán se convirtió en el último centro de su creación, no sólo de dardo-palabras maravillosas lanzadas al centro de la injusticia, golpes de ideas, de agudezas sustantivas, verbales y adjetivas, bofetadas de realidad, sino también de plasmar a ese hombre nuevo, que años atrás, en montañas de la sierra boliviana se empezó a visualizar en forma de pájaro de fuego llamado Ernesto. Morazán sería su escalón más alto en la vida de un revolucionario, su vida plena pero también su muerte, tan brutal como absurda a manos de una fracción de la organización guerrillera en la cual militaba (el Ejército Revolucionario del Pueblo), en el trágico 10 de mayo del año 1975.
¿Cuáles fueron los cargos, en concreto, que le formularon? Preguntó Juan José Dalton (hijo de Roque) en una entrevista realizada a uno de los responsables de la muerte de su padre, el ex líder del ERP, Joaquín Villalobos (1).
“Básicamente fueron dos, el cargo más importante que se le imputaba era el de promover la insubordinación y la deserción; el segundo fue un cargo adicional que en realidad nunca llegó a documentarse sino que fue un cargo bajo sospecha. El cargo ‘insubordinación’ para aquel entonces se podría considerar como real, pero de lo que se estaba tratando era de un problema político, o sea, parte de los problemas de la etapa fundamentalista de una organización en desarrollo. Lo que él estaba haciendo era tomando contactos con gente para convencerlas políticamente de su posición y eso a la luz de nosotros -en la otra posición- era considerado divisionismo. Había hablado con un compañero, que fue el primer explosivista, Pancho, y lo había incitado a que se insubordinara, a que se fueran juntos porque estaba planteado claramente un problema político. El segundo cargo en realidad fue formulado bajo sospecha a raíz de una historia con relación a su fuga de la cárcel de Cojutepeque (1964); hecho en el que quedó como un chisme, que su fuga la propició la CIA.
A esto, ya no a la luz de nuestra posición de aquel momento, no a la luz de aquel debate que teníamos entre nosotros, sino explicándome este fenómeno con la misma lógica que explicó la parte nuestra, el problema es que Roque estuvo con un conflicto dentro del Partido Comunista y en éste también era tradición que los que disentían se les cargaba con motes de este tipo y cualquier cosa era considerada inmediatamente peligro de agente enemigo. Todavía recuerdo, incluso, que en los años 70 a los que comenzamos a formar los primeros grupos armado se nos tachó de ser de la CIA; era parte de la lógica de la época. Pero, de ninguna manera aquello tenía ni la más mínima seriedad.
A partir de ahí se consideró que era un peligro si se le dejaba en libertad ya que eso podía afectar a la seguridad del resto; estas son las argumentaciones más fuertes que en una etapa de clandestinidad se arguyen para no atender los problemas que a veces constituyen disidencias políticas; incluso, hasta en algunos casos se llega a entender que son disidencias políticas pero por el temor a que se deriven en problemas de seguridad, entonces se incurren en faltas tan graves como el ajusticiamiento y los fusilamientos y la tendencia de eliminar a un opositor, a un adversario político”.
Terrible destino, triste realidad de aquellos que asesinaron a este hombre, en especial Joaquín Villalobos, convertido posteriormente en profesor visitante en una universidad inglesa y miembro de la fundación estadounidense Diálogo Interamericano. La historia nos ha mostrado que el acusador infame termina como escudero del imperio (2). Un Villalobos enaltecido por la prensa de las potencias occidentales, pero que jamás llegará ni siquiera al talón de un hombre como Roque, bajo en estatura pero gigante como poeta y rebelde en una conjugación práctica, y, estaba convencido que una de las vías fundamentales, posibles, de transformar al intelectual en intelectual revolucionario era la acción social.
Una práctica que le daba temor, tan presente junto al miedo y la pérdida de la inocencia en cada uno de sus poemas: “27 años: Es una cosa seria tener veintisiete años, en realidad es una de las cosas más serias. En derredor se mueren los amigos de la infancia ahogada y empieza a dudar uno de su inmortalidad”. Esa praxis social debía hacerse en el seno de la lucha de los pueblos que llevan a cabo su combate por dejar sólo de sobrevivir y llegar a conocer lo que es vivir como un verdadero ser humano. Su paso por Cuba, donde dejó a sus hijos, para dedicarse a la lucha guerrillera, le dio la formación necesaria, desde el punto de vista político, literario y de reconocimiento expresado en su Premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1969, por su poemario “Taberna y Otros Lugares”.
Este libro de poemas es la expresión de lo que fue Roque Dalton, un insurrecto permanente, un visionario, un hombre dotado de gran sutileza. En plena efervescencia pre – Primavera de Praga en el año 1968, Roque Dalton solía visitar las viejas tabernas del centro de la capital de la en ese entonces Checoslovaquia, después de su trabajo en la Revista Internacional, que reunía la crema y nata de los ideólogos comunistas de ese entonces. En esas visitas llenas de espumosos brebajes, Roque, armado de una vieja máquina grabadora, se deleitaba escuchando las conversaciones de estudiantes, obreros y soldados. De ese trabajo salió Taberna y Otros Lugares, pero también el convencimiento de que el socialismo en aquellos grises países de Europa del Este no era el modelo natural de esa visión de mundo, que tarde o temprano reventaría por sus propias contradicciones, y que Latinoamérica no debía trasladar mecánicamente las experiencias políticas allende el Atlántico.
El gran habitante del pequeño pulgarcito
Uno de sus hijos, Juan José Dalton, lo describe como un tipo genial, poseedor de sentido del humor inigualable, un hombre que sabía esconder las tristezas bajo una permanente sonrisa y con una decisión inquebrantable. Así, cuenta Juan José:
“En La Habana teníamos un vecino que se llamaba Fernando Martínez, era un experto en marxismo-leninismo. Como en su casa se había roto el refrigerador, mi papá le guardaba la carne y el pollo a cambio de clases de materialismo. Cuenta Fernando que en una de esas calurosas tardes de 1972, había salido a la verja de su casa. Bajando por la calle J. del Vedado (donde aún está nuestra casa en La Habana), venía rodando mi padre. El poste de la esquina lo detuvo. Fernando se le acercó. “¿Roque, que te pasa chico? Mira como vienes…” “No voy a seguir bebiendo Fernando, porque si no, no voy a poder ser guerrillero”, le contestó a modo de autocrítica. “Efectivamente, nunca más lo volví a ver tomado… Fue la última vez. Nunca creí que esa era la despedida”, me contó aquel cubano”.
Era la última vez pues su próximo paso era integrarse a las fuerzas guerrilleras que actuaban en El Salvador.
Roque era también un escritor del más íntimo lirismo, capaz de expresar los dolores que llegaban del testimonio práctico de las heridas de su pequeño pulgarcito, como una vez definió la poeta chilena Gabriela Mistral a El Salvador. Sus letras venían del pueblo, de la herida vallejiana que carcomía la vida de ese Salvador suplicante de ser salvado. Un poeta que legó la policromía de su estilo, la riqueza y vivacidad de su prosa refulgente y dinámica, la belleza de sus ideas y lenguaje. Nos dejó un arma defensiva a la cual recurrir, cuando los significados y significantes nos amenazan con evadir sus responsabilidades. Sus escritos no marcharon nunca al margen de la hoy tan vilipendiada lucha de clases, pero esa contradicción vital era transmitida en forma tan sugerente y pedagógica, tan finamente irónica y genial, que podía enseñar más con el corazón que con manuales.
Roque, a su manera, mostró el escalón más alto del ser humano, para llegar a tener los derechos nunca alcanzados de su pueblo: “El escritor y el artista latinoamericano promedio, lucha en distintos niveles contra el régimen que lo discrimina, lo humilla y lo persigue; y más, que el poeta y el escritor, es el subversivo, el perseguido, el preso, el torturado. Y comienza a ser el asesinado junto a miles de su pueblo, y el que combate con las armas en la mano, en consecuencia los nombres de Javier Heraud, Edgardo Tello, Otto René Castillo encabezan la lista.” Su pequeña amada patria era un tema constante en sus letras. Mezclaba en ello la rabia y la ternura, el amor y el odio más profundo. Mientras su madurez biológica avanzaba inexorable, su florecimiento intelectual, nutrido en tierras latinoamericanas y europeas, desbordaba los cauces poéticos conocidos hasta la época. Su amor por ese pedazo de tierra de 20.000 kilómetros cuadrados, no tenía los límites señalados en mapas y acuerdos políticos, pero se había transformado, con el paso de los años y el exilio, en un dolor que laceraba todo su ser…”.
Roque estaba convencido, que la libertad de su diminuta tierra era parte de la construcción de múltiples patrias dispersas por la mestiza Latinoamérica. La edificación de un verdadero Nuevo Mundo, con hombres nuevos, era considerada por Roque Dalton como un camino plagado de dificultades, una senda difícil, dura y terrible, que necesitaba de inéditos y más penetrantes dolores para lograr erradicar su enajenación: “Necesitas bofetones, electro-shocks, psicoanálisis, para que despertés a tu verdadera personalidad… habrá que meterte a la cama, a pan de dinamita y agua, lavativas de cóctel molotov cada quince minutos, y luego nos iremos a la guerra de verdad, todos juntos, novia encarnizada, mamá que parás el pelo”.
Ser fuerte sin perder la ternura
Roque fue también periodista, que desuella, enseña y no hace de la lisonja el pan de cada día. Se alejó y burló del dogmatismo: opio del deseo y práctica de cambios. Los esquemas incuestionables, hayan sido políticos o literarios, no eran su alimento. No existía disyuntiva entre su creación artística y la política, entre versos y reforma agraria, entre ensayos literarios y prácticas guerreras ¿Su máxima? La duda, siempre la duda en lugar del dogma que adormece. La crítica que construye en lugar del acatamiento incondicional. El aprendizaje de esto fue un proceso doloroso:
“Mi actitud ante el contenido ideológico y la trascendencia social de la obra poética está determinada fundamentalmente por dos hechos extremos: el de mi larga y profunda formación burguesa y el de la militancia revolucionaria que mantengo desde algunos años. La práctica en las filas del partido ha organizado mi preocupación de siempre por los problemas de la gente que me rodea, del pueblo, en último grado y ha ubicado con exactitud ante mi atención, las responsabilidades fundamentales a las cuales deberse, así como a la forma concreta de realizar esos deberes a lo largo de la vida. Pero los largos años en el Colegio Jesuita, el desarrollo de mi primera juventud en el seno de la chata burguesía salvadoreña, el apegamiento a formas de vida irresponsables, alejadas con santo horror del sacrificio o de los problemas esenciales de la época, han dejado en mí sus marcas, las cicatrices que aún ahora duelen”.
Estas palabras escritas en su Ensayo “Poesía y Militancia en América Latina” son ese ejemplo de autocrítica que animaba a Roque Dalton y que resumen esa vida plagada de contradicciones pero siempre honesta. El destino con la revolución marcó su existencia, era un indiscutible compromiso de pareja. En un mundo como el que se nos presenta en este nuevo milenio requiere de nuevos honores, de nuevas formas de enfocar los cambios necesarios para los pueblos subdesarrollados, pero igualmente se necesita de un conciencia de revolucionarios, de poetas como Roque, que si la muerte no lo tuviese en su seno, seguiría convocando a esta generación de móviles y globalización en la necesidad de ser revolucionarios hoy, en la época dura, la única que da posibilidades de ser sujeto de epopeyas: “Ser revolucionario cuando la revolución ha eliminado a sus enemigos y se ha consolidado en todos los sentidos puede ser, sin lugar a dudas, más o menos glorioso y heroico. Pero serlo, cuando la calidad de revolucionario se suele premiar con la muerte es lo verdaderamente digno de la poesía. El poeta entonces la poesía de su generación y la entrega a la historia”.
Roque Dalton García entregó su poesía a toda una generación de latinoamericanos que a 48 años de su asesinato, tan brutal como absurda, a manos de un grupo de dogmáticos que jamás conocieron al verdadero Roque, camuflado bajo el nombre de Julio Delfus Marín en las montañas de Morazán. Quienes lo asesinaron jamás le perdonaron su humor, su desparpajo ante las más insólitas situaciones, su imaginación llena de optimismo por el mejoramiento humano. Quienes lo asesinaron lo acusaron de aquello que jamás tuvo un dejo de verdad, lo asesinaron enceguecidos en su ortodoxia, en su abominación como seres humanos, en su desprecio por lo diversos, por lo que sobresale sobre lo gris.
El poeta nicaragüense Julio Valle, al saber sobre la muerte de su amigo, dijo a su hijo Juan José: “Mirá hermano, quienes mataron a Roque no tenían humor”, una ingeniosidad tan permanente y vital que hizo exclamar a Eduardo Galeano que Roque era capaz de hacer reír hasta las piedras. Capaz de sacar sonrisas, pero recordarnos sobre el sufrimiento de sus hermanos en el Poema de Amor:
“Los que ampliaron el Canal de Panamá (y fueron clasificados como “silver roll” y no como “gold roll”) los que repararon la flota del Pacífico en las bases de California, los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua, por ladrones, contrabandistas, por estafadores, por hambrientos… los sembradores de maíz en plena selva extranjera, los reyes de las páginas rojas, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla en el infierno de la bananeras, los que lloraron borrachos por el himno nacional, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta… los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos”.
Roque Dalton murió, y ahora que El Salvador luego de muchos años de guerra civil se ha consolidado una nueva y enigmática caminata por inéditos derroteros, donde impera el populismo, las bandas armadas, el desangramiento de sus hombres y mujeres que parten al norte en busca de mejor destino. En este momento de pesadumbre se hace imperativo recordar a aquellos que regaron con su fresquísima sangre el camino que hoy transitan otros nuevos hombres. Él murió, pero está encarnado en muchas vidas, que encuentran en su ejemplo, la luz que guía y alecciona. Ha resucitado en este nuevo El Salvador, tal vez un poco mejor que aquel sangrante país que conoció sus pasos terrenos.
Roque Dalton, hombre pequeñito de estatura pero gigante y feroz con la pluma y el fusil, está riendo y lo hace henchido de placer a pesar de las masacres y las lágrimas jamás recuperadas. Roque es el recuerdo de la sangre joven prodigada por salvadoreños e internacionalistas que lucharon por un Salvador más justo, que entregaron sus vidas por una causa que no importaba tener como norte la muerte si de verdad se moría entre pájaros y árboles, como decía el poeta Javier Heraud. Roque ha triunfado y pronto será: Parques infantiles, escuelas, hospitales, será nuevos poemas por venir, un continente reidor y feliz por tener en su vientre a millones de nuevos Roques por nacer.
Por Pablo Jofré Leal
Artículo Para SegundoPaso ConoSur
1.-El otrora líder de la ex-guerrilla salvadoreña, Joaquín Villalobos (profesor hoy en una universidad francesa), reconoció en exclusivo al diario mexicano Excelsior, en el año 1993, en entrevista dada al hijo de Roque, Juan José Dalton, que el asesinato del destacado escritor Roque Dalton, es el error más grande que haya cometido en su carrera política como integrante del «colectivo» que decidió tal acción. Un «tribunal», del cual Villalobos «no quisiera hablar», lo condenó a muerte bajo cargos de «sedición», de «ser agente del enemigo y de la Agencia Central de Inteligencia (ClA)». Pruebas fehacientes de los cargos que se le imputaron no se presentaron entonces, y en la actualidad las acusaciones son «totalmente devaluadas»; por lo que todo parece indicar, y confirma las denuncias de importantes sectores nacionales e internacionales, que se trató de un asesinato político sin justificación de ninguna índole. Para leer la entrevista completa puede acudir a http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/habla-joaquin-villalobos-uno-de-los-responsables-del-asesinato-de-roque-dalton
2.-Villalobos desmontó el Ejército Revolucionario del Pueblo y pasó a una misteriosa vida apolítica. Tuvo la oportunidad de ocupar una cátedra en la prestigiosa universidad inglesa de Oxford, ignoro a partir de cuáles méritos académicos. Pero a poco volvía a América Latina, escribía para el diario español El País y se convertía en asesor político de ¡¡Álvaro Uribe!!. Como última noticia –para redondear el currículum del asesino en jefe– escribe sobre la manera de enfrentar al chavismo. Lo que allí dice es lo de menos, pero el propósito del libelo responde una pregunta –no la muy compleja de cómo derrotar al pueblo venezolano– sino otra que nos hemos hecho, muchos amigos de Roque Dalton: ¿cuál fue la verdadera causa de su asesinato? Creo que está muy claro que Villalobos, el guerrillero jefe del ERP, el asesino de Roque, ha sido desde el primer momento un agente de la CIA, un ejecutor de claros y ambiciosos proyectos del imperialismo Este supuesto “hombre de izquierda”, tan de izquierda como para considerar traidor a Roque Dalton porque “llevaba una vida bohemia, escribía poesía y amaba la Revolución Cubana”, fue asesor de Álvaro Uribe, el más fiel servidor que en los últimos tiempos han tenido los Estados Unidos en América Latina; colabora en un diario que ha girado enteramente a la derecha, pero el asesinato de Roque Dalton fue su máxima colaboración con la CIA. http://www.cubadebate.cu/especiales/2014/03/09/el-curriculum-de-un-asesino/#.XrlTE2hKiM8
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