Hay mucha información circulando sobre la crisis socio-ambiental que nos está afectando a nivel planetario, pero la verdad es que basta conectarse en forma más visceral con la realidad para sentir en los huesos y en el alma que está pasando algo muy grave y que estamos en una encrucijada vital. Hoy somos alrededor de 6.700 millones de seres humanos los que habitamos el planeta Tierra. Según diversos estudios técnicos ya hemos sobrepasado con creces la capacidad de carga del planeta y para el 2050, de continuar las tendencias desarrollistas necesitaríamos varias Tierras adicionales para sustentarnos… que no tenemos.
James Lovelock, (gaia) afirma que bastante después de la aparición de la vida en la Tierra, cuando ésta alcanza un cierto nivel de complejidad y de cobertura planetaria, recién emerge la autorregulación, es decir, la cooperación entre lo físico, lo químico y lo viviente necesaria para mantener las condiciones que permiten que la biosfera del momento se mantenga. Dependemos vitalmente de la integridad biosférica: necesitamos de cuencas, ríos, humedales, ecosistemas, bosques, praderas y océanos en muy buen estado de ‘salud’. Si queremos regulación climática y de otras variables fundamentales para la supervivencia de toda la biosfera y de la humanidad, no solo tenemos que conservar y proteger, sino que restaurar ecosistemas.
La humanidad, es el “cuarto elemento” en esta danza entre lo físico, químico y lo viviente, y actualmente nuestro rol es determinante para los equilibrios biosféricos, dadas nuestras cantidades y entrópicas tecnologías. Incomprensiblemente, durante los últimos siglos nos hemos dedicado con una industriosidad sorprendente a desgarrar y erosionar de muchas formas el milagroso tejido de la vida, poniendo en riesgo la sustentabilidad de la actual biosfera de la que somos parte. Pero esto no es una novedad en la historia humana. En el pasado, tal como analiza minuciosamente Jared Diamond en su inquietante obra “Colapso”, muchos pueblos han sucumbido en forma dolorosa. Antiguos rapa nui, mayas, anazasi, pueblos polinésicos… pero estos Apocalipsis fueron locales. Según Diamond, finalmente dos factores son siempre determinantes en estas decadencias: El bio-ecológico, y, particularmente, el cultural, es decir, lo que sucede o no sucede en la mente humana.
Es un misterio y una paradoja, pero los humanos fácilmente desarrollamos puntos ciegos respecto de los imperativos ecológicos, y de su anverso, los imperativos éticos que deben regir el comportamiento entre nosotros. Ambos imperativos siempre están relacionados: en forma viciosa o virtuosa. La caída que se cierne hoy sobre la biosfera y la humanidad es planetaria por la escala de la destrucción que estamos causando.
Tenemos que darnos cuenta que los colapsos provocados por el ser humano son absolutamente evitables. Siempre hemos tenido y tenemos todas las posibilidades y todos los recursos disponibles para sumarnos al potencial homeostático natural, al equilibrio dinámico sostenible en el tiempo que logran los ecosistemas y bioregiones. Muchos pueblos en el pasado lo han logrado por largos períodos y, de hecho, muchos de ellos han sido arrasados por vecinos entrópicos, si no quizás todavía estarían con nosotros y podrían enseñarnos muchas cosas… de hecho algunos lo están, pero lejitos de la hecatombe urbana, del hoyo negro del crecimiento ad infinitum.
¿Qué necesitamos para lograr este estado sinérgico?: Comunidades en vez de sociedades anónimas; arraigo y pertenencia en ecosistemas, en regiones, en localidades ambientalmente armoniosas; autosuficiencia alimentaria en base a agricultura orgánica; descentralización, desarrollo local, comunal, regional y que el ‘buen’ poder social esté ahí en la base, diseminado. Necesitamos tecnologías apropiadas, creativas, extremadamente inteligentes, a escala humana y ecológica, que imiten las pasmosas tecnologías de la naturaleza. Todo esto es absolutamente viable y factible.
Hoy lo que se está haciendo, en el nombre de un ‘progreso’ que paradójicamente nos está destruyendo, es transformar el capital natural, el social y el humano (perdonando la terminología economicista) en capital financiero que se concentra en las manos de un 10% de la población a nivel planetario. Esto es in-sustentable social y ecológicamente. Todo el sistema está orientado a maximizar el capital, la torta, y ésta, a fin de cuentas, siempre proviene de la explotación de la naturaleza. La naturaleza no busca maximizar nada, sólo optimizar. Es imperativo disminuir la sobreproducción y el sobreconsumo, y redistribuir equitativamente. No hay otro camino al bienestar humano y biosférico. Transitar de la obsesión de lo material y lo cuantitativo, a cultivar la calidad en todos los ámbitos.
Juan Pablo Orrego
Ecólogo, Presidente de Ecosistemas
Coordinador Internacional del Consejo de Defensa de la Patagonia.