Incaica baranda humana que entibia los adoquines gigantes laterales, de una mole que sólo duerme y observa el centro de la capital.
Esperan, conversan, se sonríen y se fríen de sombra helada estival o invernal. Los señores locales pasan en sus carruajes, intentando elegir a los más fuertes y obedientes, para luego llevárselos a sus mansiones de sirvientes y obreros, donde éstos, jamás obtendrán un dinero extra por enseñarle al patrón y a su familia, a pronunciar correctamente las eses, las erres y las de.
Que inmenso perímetro, carpa gigante al aire libre y contaminado, como circo de rarezas y toda clase de criaturas extrañas se pasean y merodean desde todas las bancas.
Esta ciudad se ha convertido en un sartén de concreto que va cocinando humanos como hormigas en un horno de adoquines y de espejos que reflejan el sudor constante de ambiciones en ciernes. Pareciera que desde aquí comienza todo, pareciera que este fuese el epicentro que destila ciertas lilas y lirios que lloran o adornan los contornos.
Que claro tañe la campana gaussiana sobre los hombros y los hombres. Un repicar de historias injustas, hambrunas, y hembras de hematomas heredados, resuena.
Las mujeres valen menos. Los ricos valen más. Los hombres ganan más, cualquiera sea su condición social.
Y hay estatuas humanas disecadas al sol, pero que recuperan la vida por una moneda solidaria. Lisiados que son millonarios disfrazados y los menos, que suplican postrados en posiciones penitentes todo un día por salario.
Sujetos en Necesidad de Atención, convertidos en Objetos en Necesidad de Compasión.
Humoristas que explotan bien la vena yugular de la estupidez de los presentes y transeúntes. Bromas xenófobas, clasistas, sexistas y racistas son la delicia de la audiencia que arroja monedas, entre excitados y satisfechos, al ver sus propios complejos y trancas representados tan “graciosamente” en un escenario al aire libre.
Es decir, se aplauden a si mismos. La confirmación de la proyección sobre el objeto
O sujeto que representa su reglamento interior.
Y la imagen de la virgen erigida en un altar, mientras otro tipo de vírgenes se sientan cada noche sobre las bancas buscando pesebres transitorios y pagados, donde poder pernoctar.
Si se pone suficiente atención se puede observar claramente como florece una docena de arbustos en lo alto de la catedral, situación que es el corolario de la manera de ser de un país.
El pedir dinero por distintos motivos, es una especie de idiosincrasia central. Pedir dinero, sin más ni más, alegando únicamente ser pobre y estar en cierta desgracia, supuestamente pasajera. Una moneda para el bus, para comer algo, para ir al estadio, o a la disco, para beber algo, para pagar cierta deuda, para ir en ayuda de un supuesto alguien, etcéteras. Entre experimentados y conocedores en carne propia de la pobreza, una gran mayoría, accede y concede una dádiva que va muy de acorde al catolicismo paternalista ancestral pegado al pellejo onírico que muchos dicen poseer.
Es interesante observar que la pasajera desgracia de aquellos necesitados, no termina nunca, como así también, el nulo pudor para limosnear.
No sólo los banqueros y las grandes empresas tienen el monopolio de pedir y pedir dinero, una ayuda o una cooperación, cuando en algo les va mal.
Ciertos economistas, aduladores del sistema, deberían reunirse al aire libre algún día, y entre café y loores al modelo, contar cuántos seres humanos, les piden las sobras para comer.
Aquí el tamaño de los platos es más pequeño, si se compara con otros lares. Así se engaña a la pobreza.
Aquí a las mujeres y a los niños se les llama Carga. Probablemente, los hombres deben ser igual de agradables que un cargo fijo. Aquí las ratas caminan a sus anchas por bares y restaurantes cuando cae la noche y es territorio de nadie. Ratas de dos y cuatro patas.
Las calles son pequeñas y fueron construidas para una carreta y media. En la actualidad, sigue el mismo modelo colonial, con la pequeña diferencia que ahora hay vehículos enormes y ya no pasa la diligencia repartiendo encomiendas y cartas.
Viajar en metro, es una tortura acústica, un sauna ambulante. Vapor de sudor que empuja los carros. Viajar en bus, espaldas mojadas subvencionadas por el estado.
Religiosamente se debe pagar el permiso de circulación, pero no hay descuentos por el
El cauce de río seco que lleva el nombre de calle o avenida. No se descuenta el arreglo de la suspensión, amortiguadores o frenos, mucho menos la tensión constante de estar evadiendo obstáculo tras obstáculo. El permiso pagado sólo incluye ciertos sectores, los otros, pertenecen a la empresa privada donde corren otros gastos aduaneros.
La prueba para obtener la licencia de conducir aquí, es para personas bastante limítrofes. Digamos que el test es muy poco exigente, para no ofender a tanto buen conductor lector.
Lo de mal gusto, lo de pésimo gusto, es que esos mismos conductores al ser sancionados con alguna infracción, comentan sueltos de cuerpo: “Tengo un teniente, compadre, amigo que me saca el parte, cabo, capitán, juez de policía local, la alcaldesa, concejal, un santo trabajando en el ministerio de transportes”, etcéteras.
Bastante decidor sobre algunos que no saben perder, y que recurren a cualquier estafa, fraude o mentira para salirse con la suya. Así vemos a los mismos conductores cometiendo las mismas faltas e infracciones una y otra vez. Así mismo, lo hacen en la vida misma, siempre buscan la manera sucia de ganar en todo. Seres inferiores que piensan que la derrota no es un instante de reflexión, superación y mejorar en algo. No, aquí todos son ganadores, y si se tiene que timar al propio hermano, no lo dudan ni un segundo y después se pasean campantes y radiantes como si nada o dueños del mundo.
¿Dime cómo manejas y te diré quién eres?
Las calles son extremadamente largas, extensas, muy extensas y sólo se encuentran locales comerciales en ellas. Se puede caminar horas y horas ante el mismo escenario.
Bazares, bares, zapaterías, farmacias, carnicerías, restaurantes y supermercados. La cultura, un museo, una pinacoteca, un centro cultural, galerías, teatros, exposiciones, sabe a carie incómoda entre medio de tanto colmillo blanco del comercio.
Y si se encuentra alguna pintura, alguna muestra tierna de cultura adosada a las murallas o a las mesas, no son más que anzuelos alternativos para gente “alternativa” es decir, otra vez lo mismo. La cultura se paga, el guitarreo, el malabarismo, la pintura, el arte, no es una actividad para sacar al mundo del oscurantismo, es la otra cara del mercantilismo cultural de algunos, que cobran lo mismo o más caro, incluso, que los mismos ambiciosos capitalistas.
En esas mismas calles, las veredas han sido abandonadas a la suerte de los vecinos. Florece la maleza a sus anchas, emergen las cañerías y las raíces viejas.
El tendido eléctrico parece una vieja boa inmensa empolvada, manguera de mineros abandonada, por donde, Increíblemente, atraviesan ratas color smog por las noches, sin que nadie se espante siquiera.
Habría que demandar a la Facultad de Arquitectura por egresados tan mediocres. Sus cubos monótonos, sus cuadrados repetitivos, sus acuarios de vidrio ahumado imitando un edificio, sus gallineros de aluminio y las terminaciones que lamentablemente terminan siempre en lo mismo. Se nota a la lejanía y cercanía de que clase provienen esos originales creadores de cajas de concreto sin ninguna gracia o garbo.
Cerca de ahí, muy cerca de todo, atraviesa el Río Mapocho, acequia, urinario gigante custodiado por roedores de todos los tamaños y pelajes. Eternamente sucio, repugnantemente vivo, como gusano de vergel que se arrastra infinito y repetitivo.
Hay de gentes soberbias y petulantes que se jactan del desarrollado y desplante del país,
Donde los pobres no son pobres y menosprecian a los verdaderamente pobres, donde los ricos menosprecian todo y a todos y, prefieren navegar sus veleros en lagos artificiales o humedecerse el cutis plástico en algún caudal europeo y evitar ver como viven sus compatriotas debajo de los puentes.
En el bicentenario, deberían ahorrarse un par de monedas en fueguitos artificiales e intentar, erradicar, cambiar, mejorar, limpiar, la horrenda vergüenza de ver pasar esa acequia asquerosa por entre medio de la ciudad.
El río ése, tiene la elegancia de un baño de pozo, sin puertas, instalado en el jardín de la entrada de una casa.
Mapocho, color calco de la ciudad, estamentos y sedimentos de la sociedad.
Sin embargo, se ve difícil eso, muy difícil. Aquí todo está sucio, aquí la basura es sagrada y no se toca, se acumula del tamaño de una vaca adulta en las esquinas y rincones y ahí ya es canonizada, inmaculada. Y muy bien alimentada por todo el mundo. Donde quiera que uno mire, camine o vaya la basura está en todos lados.
El escudo nacional debería ser una mosca, una botella de plástico ó una colilla de cigarrillo abandonada, todo esto adosado sobre la delicada y fina piel de una bolsa de basura arrojada a la calle.
Los pobres, obviamente, maltratados por la injusta distribución de los medios de producción y las ganancias, es que se comportan de tal forma, así la capa media, así los ricos que pagan a los pobres para que limpien sólo sus hermosas calles.
El sabor a hollín en la boca es algo habitual, los problemas respiratorios, son descuidos netamente personales y no colectivos. Camisas, blusas, cuellos y manos cenicientas son meros impuestos del desarrollo.
El color gris lo domina todo, grises son las hojas de los árboles, grises son las paredes, las calles, los rostros. Una sensación de suciedad se palpa fácilmente en el ambiente.
Hay algo de oráculo envenenado y ahumado en todo esto, y al parecer, el único suspenso, en esta historia de polución de urnas concluida, son los puntos suspensivos
Que flotan en el aire. Certeza y corteza de objetos tirados en un devenir undívago, como de olas muertas y contaminadas a la orilla de la playa.
Quizás aquí no hay cultura del reclamo, quizás esa es la causa de todos nuestros males. Porque aquí se es valiente cuando se está alcoholizado, contra las mujeres y niños, en grupos o patotas, sean de derecha, izquierda o los once neuronas por lado y también, y quizás la más característica, es cuando se es una rata anónima que esconde la pezuña cuando se tira la piedra envuelta en acusaciones, mentiras, invenciones, añagazas, críticas, cotilleos o cuentos y se sienten a resguardo en el anonimato.
Pero, Sí se está solo… “No importa, déjelo así, ya fue, ya me estafaron, no es para tanto. “Es lo que hay”. El vaso no está tan roto. Para qué nos vamos a poner a pelear o a discutir. No es tan malo y peor es nada. Me saltaron en la fila de llamados, el servicio es pésimo, pero por lo menos hay. Me cobraron de más, me atendieron horrible. Nadie avanza en la escalera mecánica”
Policías, doctores, diputados, concejales, profesores, alcaldes, senadores, son servidores públicos que se comportan como reyes ante sus tribunos.
Ratafustanes que creen portar armiño en vez de pedigrí de quiltro trasquilado de complejos y arreglos varios.
Algunos hace poco que conocen los beneficios de un alcantarillado o les han pavimentado las calles y ya son otros. Una soberbia que cuesta bastante entender, los posee vertiginosamente. Ya son parte del futuro de la humanidad, y contra el prójimo son valientes, pero contra las compañías ahí son comprensivos y tolerantes.
Titiriteros, tarotistas, tramposos y trotamundos. El tráfago aúlla en cada esquina, su encierro de metros cuadrados.
Aquí la gente se compra colonias caras para enmascarar el hedor interno. Se compra gafas onerosamente oscuras para que nadie sepa bien cuando están mintiendo.
Los pantalones en lo posible de tela y estilo banquero. La camisa lisa, azul, blanca o rosada y estrictamente alisada indica ser superior a la gran masa de civil y poleras que camina.
Si se tiene el cabello largo, sé es poco serio y elegante. Si el cabello es corto, indica formalismo de mojigato adaptado al sistema. Si se usa pantalón planchado se es un mentecato, si se viste de mezclilla y zapatillas, obviamente se prepara un asalto.
Da lo mismo la vestimenta, formal o informal, dama o bataclana. Aquí se discriminan, de una forma brutal, todos entre sí.
Pobres, ricos, acomodados o misérrimos. Gordos, delgados, educados, iletrados, altos, chaparros. Indios o blancos, da igual a la hora de burlarse y discriminar a los demás.
Al parecer, la burla como mecanismo de defensa en contra de tanta adversidad bajo dictadura, funcionaba como válvula de escape y se quedó definitivamente en el exquisito sádico sentido del humor y bilis de nuestro pueblo. Hipótesis tirada al voleo, pero, menos inicua que consentir aquello de “la raza es la mala”
¿Humano?, ¡Sí!. Pero, ¿de qué marca?
Es un gran país de payasos, actores, farsantes, poseros, y arribistas de todos los colores y posiciones.
El compadrazgo o nepotismo, es una institución. Los acomodos, los tíos, los amigos precisos y correctos, el primo, sobrino, novio, esposo en la institución, es carta fija de algún beneficio “extra” para la familia y los cercanos. Funcionando las cosas así, no cuesta mucho entender la mediocridad de todo un país.
Raído el ambiente todo. Aquí son casi todos microparticulares del tráfico de influencias, son todos o casi todos calcetines percudidos del lavado de dinero ó de las influencias ó amigos bien posicionados.
Después, en las calles o en sus casas o plazas posan de capaces e influyentes.
Y la gran plaza de la farsa ofrece sus actos ininterrumpidamente.
Perros abandonados, vendedores, palomas, evangelistas, prostitutas, ajedrecistas, pedófilos y proxenetas.
Predicadores histéricos sermoneando en trance. Filas de indigentes (eufemismo que usan los tecnócratas por no decir Indecentes) apilándose por un plato de comida y un mendrugo de pan que devoran con fruición.
Sin olvidar, el elegante y refinado gusto de este país por las Palmeras, reivindicando que no somos más que un país bananero.
Y como para agregarle más pimienta a la salsa, aparece un regimiento de alelos que han invernado un par de años dentro de los genes y ahora salen en pleno auge y apogeo.
Sentados en la banca recesiva de la herencia, salen en masa a ubicarse dentro de las masas.
Ha ganado altura la nueva generación, es más fácil mirar para abajo a los demás. Los ojos verdosos, azules, pardos y cabelleras claras o rubias naturales, florecen por doquier, otorgándolo obviamente al portador, sendas ventajas de ciertos paradigmas foráneos, entre tanta aceituna negra o tanta canela común y silvestre.
Quizás mis lentes tienen demasiado aumento o ¿los pechos de incontables damiselas, últimamente se ha vuelto un tanto difícil de obviar? El vulgo insiste que son los pollos con hormonas los responsables de este calvario mamario.
Las farmacias lucen cada vez más saludables. Los adictos a la codeína jamás tienen problemas en conseguir su porción diaria, aún sin receta. Lo genérico, sigue siendo otro producto alternativo. Boticas que son una verdadera cruz sobre los consumidores.
En la calle los menores de edad venden películas pornográficas y todo el mundo se sobresalta y espanta, pero por los precios, por la calidad de la película pirata que se les vende, que no los vayan a estafar como es costumbre entremedio de estas cumbres.
Taxistas ojos de halcón, porteros de remoliendas sofisticadas y modernas.
El único país donde se estila un tipo de geisha que sirve el café con leche siempre tibia.
Aquí los arreglos momentáneos son sagradamente por años. Poco orden y mucho al lote de jotes que gobiernan las instituciones.
Los parques son verde-blanco. Verde de hierbas, blanco de papeles tirados.
La gente aún cree que los álamos, sauces y pinos son productos nacionales.
El medio lingüístico de comunicación aquí, es un engendro metamorfoseado del castellano. De cosecha desconocida, y de cierto buqué auditivo que avinagra los oídos.
Orgullosamente hecho en casa.
En otro idioma de imágenes hirientes, juegan de noche docenas de niños esperando a sus padres, tutores o captores. Juegan a la ronda en un campo minado de hombres, donde la gente prefiere mirar para otro lado.
Porque la solidaridad fue amputada de cuajo hace rato. Primero uno, segundo uno y así sucesivamente. ¿Un país de salvajes Hunos que blanden sus hachas y sierras en contra de cualquiera? Amputado el interés social, en sus mejores ratos sólo renguea zigzagueante. Es de esperar que las condiciones den a luz, contra lo que se nos da de oscuridad y nazca o brote una nueva pierna, brazo o cadera a la Salamandra social decapitada.
Mientras tanto, el hombre elefante del forestal, el de pestañas albinas, recorre las esquinas estirando su mano descomunal por las ventanas de los autos, pidiendo una moneda para paliar su tratamiento olvidado. Sólo los valientes, dejan caer una moneda sobre su mano deformada.
Dúctil columna vertebral del pensamiento que todo lo tolera, que todo lo soporta en esta normalización de la pobreza y las necesidades. Mientras el coletazo de gárgolas agiotistas asquea el ambiente y pareciera que sólo unos pocos lo sienten.
Aroma de sombras camina pujante por entre los ojos de millones de espectadores, que esperan cierto eclipse de sufrimientos, a razón de este crepúsculo electo intencionalmente a puño y letra expectante, dibujada sobre cierta esperanza que, bien sabíamos, se diluiría más rápido de lo que “accidentalmente” apareció.
Una sociedad primitiva que hace poco conoce el tibio fuego de los celulares, pero es soberbia como sólo los imbéciles pueden serlo, como sólo los ignorantes se atreven. Una sociedad que no estaba preparada para recibir tanto avance tecnológico, especialmente, cuando el desarrollo interno, no pasa de andar todavía en cuatro patas.
Porque aquí son todos vivos, no hay lerdos, ni ineptos. Los tontos son siempre otros. Aquí hay sólo zorros, astutos y ladinos, no importa de que lado salga o se esconda el sol.
Estamos como estamos, porque son otros los responsables. De noche, babean por igual, los dos extremos del pensamiento, especialmente, porque sólo a los débiles, e inseguros, les atraen las luces y la fama, y en eso, los dos polos ideológicos se parecen bastante.
Pactos, votos, compromisos, promesas y juramentos, son siempre negociables.
Esto, más que país, es un gran teatro-rotisería, con actores y actrices de todas las layas y tallas.
(Fragmento)
Por Andrés Bianque