La pasada elección es el cierre de un ciclo: presenciamos el fin de la política del siglo pasado y nos lanzamos de lleno al siglo XXI. Hemos entrado a una etapa en que las ideologías tradicionales han sido reemplazadas por un claro sentimiento antipartidista, de discurso simple, cercano, utilitario, certero en su diagnóstico y claro en las soluciones. Ese que supuestamente se ocupa de los “problemas reales” de la gente.
Hoy un político exitoso debe ser capaz de mensurar adecuadamente la incertidumbre, el miedo al desempleo y, sobre todo, el pavor a la pobreza que posee su electorado. No pasa solo en Chile, ocurre en el mundo entero. Y la pandemia ha agudizado ese escenario.
Son muchas las razones del desprestigio de la clase política, pero quizás uno de sus mayores pecados ha sido su incapacidad de leer a un votante que valora que le expliquen los problemas de forma sencilla. Y así lo revelan las últimas elecciones chilenas, donde se “premió” a los que utilizaron discursos simplistas, ya fuera en entrevistas, virales o posteos en redes sociales.
En ese contexto, hoy la pregunta clave es ¿Por qué los votantes creen en los “cantos de sirena”?
Una respuesta posible es la necesidad urgente de reducir la complejidad. El mundo que navegamos no tiene nada de simple, cercano ni empático. No existe una solución mágica para sortear los dilemas que nos plantean el cambio climático, la pandemia, las crisis económicas, la violencia urbana, la brecha de género y las migraciones. No es cosa de buscarla de forma voluntarista, no está frente a nuestras narices, no pasa por dividir al mundo entre buenos y malos, héroes o villanos. Dicotomizar el discurso -usando un término difícil-, es un truco fácil, pero no basta aplicar este simplismo para resolver problemas complejos.
Las propuestas simplistas son tan inviables desde el punto de vista legislativo como desde el económico, político, ambiental y ético. Estas dimensiones responden a reglas y leyes definidas por legislaturas, tratados internacionales y la propia ciencia, y son parte de una estructura compleja.
Las propuestas simplistas tal vez sean una gran fórmula de marketing político, pero son pésimas en términos de gobernabilidad y democracia. Crean bonitas ilusiones, pero suelen convertirse en una pesadilla.
Andrea Gartenlaub
Investigadora de la Facultad de Comunicaciones y Artes
Universidad de Las Américas