En una entrevista a Julian Assange, fundador del sitio web WikiLeaks, activista que ha permanecido -entre la embajada y cárcel-, más de diez años privado de libertad, le preguntaron cuál creía él, era su principal enemigo y respondió: “la ignorancia, es el enemigo número uno, pero también es el enemigo de todos”.
Luego, le preguntaron ¿quién la promueve? y respondió: “las grandes organizaciones que intentan mantener las cosas en secreto. Aquellas organizaciones que distorsionan la verdadera información para hacerla falsa, tergiversarla. Quizá estaríamos mejor sin esos medios”.
Cuánta razón tenía Assange, la mentira envuelta con falsos argumentos y apoyada por el predominio de quienes controlan los medios de comunicación provocan daños ilimitados que, por lo general, favorecen a esos mismos grupos u organizaciones que las promueven y que buscan mantener el estatus quo.
La práctica de tergiversar la verdad y aumentar la ignorancia para hacerla funcional a determinados intereses es de vieja data. Hace 2.400 años atrás, Sócrates combatió a quienes haciendo uso de medios ilegítimos deformaban la verdad y provocaban, especialmente en la juventud, vicios dañinos consecuencia de la ignorancia. La virtud por mantener en alto la verdad, solo sería posible con aquellos que superaran la ignorancia. Sócrates hubo de pagar con su vida el precio de mantenerse fiel a la verdad.
En la era presente, caracterizada por el colosal desarrollo de la tecnología que ha impactado radicalmente el área de las comunicaciones, las sociedades actuales, en gran medida están prisioneras de quienes construyen la realidad.
Ya Orwell, hace más de 70 años atrás alertaba del peligro que significaba que el control de la información permaneciera bajo el control de una sola organización.
El Gran Hermano que nos controlaría a través de la pantalla, en la era presente no es necesaria. Hoy, cada uno de nosotros portamos un chip que permite a quien diseñó y entrega el servicio, controlarnos a través de los dispositivos móviles. A través de ellos, somos clasificados, ordenados y recibimos, de acuerdo con la selección algorítmica, satisfacción a nuestros requerimientos que, cada vez son más segmentados, al punto que además condicionan nuestra manera de pensar.
Las grandes organizaciones como describía Julian Assange, son hoy las actuales corporaciones, que controlan las telecomunicaciones, las finanzas, el comercio exterior, el transporte aéreo y marítimo, controlan todo. Son quienes controlan las cadenas televisivas, los sellos discográficos, el arte y el cine. Ellos han decidido qué ofrecer, qué ofrecernos pues conocen a priori, nuestros deseos y demandas.
La ignorancia es la antípoda del saber.
Quien sabe, quien conoce puede interpelar, puede cuestionar, puede criticar, puede adquirir la suficiente fortaleza para liberarse de la mentira con la cual permanentemente se adormece a nuestra sociedad.
En los tiempos actuales es tal el nivel que adquiere la ignorancia, que muchos ciudadanos del mundo, pertenecientes a países que hasta ayer se mostraban como “desarrollados” se muestran indiferentes ante el genocidio que afecta a millones en Palestina y, en cambio, se manifiestan furibundos partidarios de apoyar la causa de Ucrania, llevada adelante con claros intereses de la industria armamentista.
Es el vicio de la ignorancia que opera como somnífero y hace perder una de las virtudes más importantes de los seres humanos, su voluntad, su libertad.
La libertad que pregona la derecha en todo el mundo no es más que una utopía que permite justificar la libertad para que el capital, de la mano de las grandes corporaciones, recorra el mundo buscando ganancias, aunque ello implique potenciar las fuerzas destructivas de la humanidad que se expresan en las guerras fratricidas y en la barbarie que ya comienza a asomar, no como algo futurista, sino algo del presente.
La verdadera libertad de la humanidad solo será posible alcanzarla combatiendo la ignorancia que promueven los defensores del estatus quo, de lo contrario, los presagios catastrofistas pueden materializarse.
Por Luis Mesina M.
10 de julio de 2024
Columna publicada originalmente el 12 de julio de 2024 en Le Monde Diplomatique.