El poeta W. H. Auden escribió, “ La maldad siempre es simple y siempre es humana, y comparte nuestra cama, y come en nuestra mesa.”
Escribir me ha dado muchas satisfacciones, una de ellas es tener la obligación de conversar con todo tipo de gente y escuchar toda clase de historias. Con el pasar de los años, me di cuenta que la mayoría de las personas tenían dolores que confesar atorados en el alma, y el secreto más recurrente era el del abuso sexual. Sin embargo, lejos de lo que la mayoría de las personas creen, no es el abuso de un desconocido el más frecuente, sino que el de un familiar cercano ¿Pero cómo, si los lazos de sangre son sagrados? ¿O es que acaso vivimos en la barbarie? Y de cierto modo me inclino por creer que andamos cerca de la segunda afirmación.
Es cosa de pensar, que a través de la historia, el ser humano lo menos que ha tenido es un comportamiento civilizado. No es necesario cometer canibalismo para sentir que transgredimos todos los límites, ya que los límites se viven traspasando. Las bombas nucleares, las dictaduras, la tortura, olvidar que África sufre, zoológicos humanos, el exterminio de indígenas, pensar que los blancos son superiores, asesinar niños, las guerras por la razón que sean, y tantas otras cosas que son salvajismo puro. Entonces, si estas cosas aberrantes que a muchas personas les parecen aceptables existen ¿Por qué creer que el abuso sexual entre familiares es algo que sucede aisladamente?
Los casos que siguen en aumento, de abusos a niños en colegios conocidos recientemente, me hicieron pensar en este tema, que si bien tienen la misma raíz, toca el tema desde una arista aún más dolorosa. Sin embargo, ambos ámbitos del abuso desembocan en una misma realidad: “Los niños corren peligro constantemente”
Carl Jung escribió: “El hombre saludable no tortura a otros. Generalmente, es el torturado el que se convierte en torturador”. No hablamos de tortura, pero hablamos de un abuso y tal como dice Jung, la mayor parte del tiempo abusa el abusado, daña el dañado, a través de círculos viciosos que con excesiva confianza, falta de instinto y ceguera aumentamos.
Todo radica en el sufrimiento. Si nos damos cuenta, las vidas de nuestros padres o abuelos fueron en su mayoría sufridas, llenas de violencia, carencias e injusticias. Las heridas de la infancia si no son bien sanadas, se infectan y destruyen vidas. Todos sabemos las difíciles circunstancias de nuestros ancestros, pero hemos construido una sociedad donde la carencia material dio paso a la carencia afectiva, donde la culpa es capaz de comprar mansiones, donde el egoísmo no nos permite compadecernos por el que sufre. Una sociedad enferma alberga personas enfermas; ya ni siquiera las madres se salvan de ser abusadoras sexuales y son conocidos los casos. Imaginen ¿Qué dolores padecidos en la vida de una mujer la pueden llevar a ir en contra del poderoso instinto materno?. El delincuente que asesina sin piedad y no tiene compasión, no conoció la compasión de los demás. Un narcisista, que son las personas que suelen abusar de niños, desarrollan este trastorno por el abandono materno, en la infancia no fueron protegidos por el ser que naturalmente los debe proteger y eso les destruye la autoestima, llevándolos a buscar su satisfacción sin importar como.
No es mi afán justificar a los abusadores, muy por el contrario, mi propósito es evidenciar que circunstancias convierten a un ser humano en verdugo y por lejos gana el no haber tenido una infancia sana. Los niños son el tesoro más grande que posee una sociedad, porque en ellos se deposita el futuro, es nuestra responsabilidad tratarlos con la delicadeza y el amor suficientes para que en su adultez no tengan que desquitarse con otros. Es nuestra responsabilidad protegerlos, hacerles saber lo importantes que son, escucharlos, y por sobre todo respetar su infancia, tratándolos como lo que son, niños.
No se trata de desconfiar de todo el mundo, andar viendo perversión en cualquier mirada o actitud, pero si debemos guiarnos por la naturaleza humana, que es básicamente animal, pero como es un animal de costumbres, como dije anteriormente, ayuda educar en el amor.
Si ya el daño está hecho, es bueno saber, que la mejor terapia contra estos dolores es hablarlos y enfrentarlos, aceptarlos como un hecho aislado en la vida, sin victimización, porque la victimización prolonga los estados negativos y no nos permite avanzar. Pero hay algo muy importante y lejos lo más sanador, es tener padres que se hagan cargo del problema, que busquen la justicia, que no escondan las verdades por muy dolorosas que sean a riesgo de enfrentar y perder a quien sea, padres o madres que demuestren que no hay nada más importante en su vida que defender a sus hijos y luchar por su felicidad.
Por Karin Gómez Artigas