Por Carolina Olmedo Carrasco
Una trayectoria vital y creativa cargada de compromisos, antagonismos y luchas sociales que inició en los años sesenta, y que no se detuvo en la riqueza de sus reflexiones hasta sus últimos años de vida.
Sin duda sus años más recientes estuvieron marcados por una ética de clase inquebrantable: resulta imposible olvidar su presencia activa en el Persa Biobío vendiendo su obra a precios populares muchos fines de semana en la galería-taller de Alejandro “Mono” González; su participación en actividades en apoyo a las víctimas de la dictadura y la instalación del Museo de la Memoria; así como su generosa iniciativa de difundir en vida su archivo personal, un legado abierto al pueblo de Chile construido en base a rifas, bingos y otras formas de solidaridad popular. Estas facetas continuaban las formas colaborativas y solidarias de producción artística aprendidas por Núñez en los años sesenta y durante la dictadura, cuando la creación artística visual fue su principal sustento y lenguaje de arraigo en los diversos países en que residió. Los encuentros abiertos y distendidos propuestos por este artista en sus años más recientes distaban mucho de las habituales jerarquías existentes en la academia del arte respecto de los “maestros consagrados” y sus “discípulos”, asemejándose más en sus modos de enseñanza a la transmisión de un oficio entre pares. Un momento práctico y ético compartido en el taller por compañeros o “cómplices”, como llamó a quienes colaboraron con su archivo. En estos encuentros, convocados en razón de una exposición, una actividad de recaudación o un hecho político, el arte florecía como el oficio de los que recuerdan, de los que a pesar de todo aún quieren organizarse.
La formación artística y trayectoria de Guillermo Núñez son brillantemente heterogéneas, irreductibles al modesto espacio de un escrito. Reflejan sobre todo la historia de un artista “parcial”, o, dicho de otro modo, un artista que concibió a la creación artística y la acción política en toda su amplitud, pero a partir de un solo prisma: la identidad de una clase social determinada, los sectores populares del siglo XX chileno, así como su historia y devenir en el tiempo. Del mismo modo, Núñez planteó a lo largo de su extensa trayectoria diversos ejemplos de cómo es posible ejercer el arte como un trabajo digno, aún en las condiciones más adversas. Propuso con fuerza una idea del “trabajador del arte” en la Unidad Popular, cuando este pensamiento se volvió hegemónico en el campo artístico chileno, y lo siguió haciendo por décadas, incluso cuando el discurso exitista extinguió casi por completo esta noción durante los años noventa. Asimismo, participó de un sinnúmero de actividades culturales durante el exilio, en las cuales se sumaba al trabajo colectivo de las brigadas muralistas al mismo tiempo que vendía sus tarjetas, láminas y otros impresos que le permitían “parar la olla”, utilizando sus propias palabras.
Si tuviéramos que hacer un diagrama sencillo, es posible hablar de Guillermo Núñez antes y después del golpe de Estado de 1973. En primer lugar, el joven que se formó en fotografía, estudió teatro y mantuvo siempre un vínculo casi filial con los artistas visuales de su generación, junto a quienes se embarcó en el impulso modernizador del Grupo de Estudiantes Plásticos (1946-1954). Un pintor que se formó en la cosmopolita Academie de la Grande Chaumiére en París y se involucró en distintos eventos internacionales de actividad política juvenil, en paralelo a su trabajo como un destacado diseñador escénico local. En el lapso de una década, entre 1952 y 1962, Núñez conoce en profundidad la academia del arte en sus viajes por Europa, pero también se encuentra con la vivacidad y espontaneidad del carnaval en Brasil y la profundidad del lenguaje universal que reside en las estelas de piedra mayas, que estudia a inicios de los años sesenta mientras vive en Praga. En paralelo a su trabajo como docente de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile y diseñador escénico en teatro, desde 1958 experimentó con la serigrafía y el comercio de tarjetas de felicitación realizadas artesanalmente, esfuerzo que vio sus frutos más evidentes en la inauguración de Poster Shop, tienda de afiches y suvenires gráficos abierta por Núñez junto a Patricia Israel en 1968.
Su obra toma un giro definitorio en 1963, cuando comienza a exponer piezas que aluden a hechos políticos contemporáneos, como las masacres en la historia del continente y la matanza de la población José María Caro en Chile (1963); la realidad de presos políticos internacionales de izquierda como Djamila Boupacha (1962); la celebración de la revolución cubana (1963); el horror de las víctimas del franquismo en España (1964) y la intervención norteamericana en la guerra de Vietnam (1965), por nombrar algunos de los temas que aborda en su obra por esos años. En 1964 Núñez viaja a Nueva York e instala un pequeño taller gracias al apoyo de los artistas Nemesio Antúnez y Carlos Ortúzar, que también se encuentran en la ciudad, aunque en mejor situación económica. De estos años, el breve documental The World of Guillermo Núñez de Maurice Amar (1965) da cuenta de su rápida incorporación de los lenguajes contemporáneos del arte neoyorkino, la honda reflexión intelectual tras su pintura en plena transformación, y la noción de trabajo asociativo implicada en las formas adoptadas por su trabajo que aspiraban a la masividad.
Esta última experiencia marcó su vuelco a la gráfica hacia fines de los años sesenta, y sobre todo en los años del gobierno de la Unidad Popular, en los que buscó promover un comercio artístico basado en la serigrafía que pudiera ser accesible a cualquier persona. En 1971 fue nombrado director del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile, y bajo su visión artística se llevaron a cabo las míticas exposiciones Las 40 medidas del Gobierno Popular, Los grabadores de la Granja, Las Brigadas Muralistas, Museo de la Solidaridad, No a la Bienal Gorila en Brasil y el Encuentro Chile – Cuba. También creó desde su posición institucional el premio Artista del Pueblo en homenaje a los creadores de origen popular Pedro Lobos y Carlos Hermosilla Álvarez. Todas estas políticas promovieron la apertura total del artista a las mayorías, y la instalación de las y los artistas como trabajadores esenciales dentro de la nueva sociedad impulsada por el gobierno popular.
De la vida de Guillermo Núñez luego del golpe de Estado podemos recordar muchas cosas, pero es debido partir sin duda por la visibilización de su presidio político en dos ocasiones, de mayo a octubre de 1974 en la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, y de marzo a julio de 1975 en los campos de concentración de Cuatro Álamos, Villa Grimaldi y Puchuncaví; esta última en reacción de los órganos represores a la exposición Printuras y Exculturas, que incluía objetos enjaulados y amarrados. Tras 20 días desaparecido y cuatro meses en estos campos de tortura y exterminio, Núñez fue exiliado y se arraigó en Francia junto a su compañera Soledad Bianchi. Su pintura y gráfica viajaron con ellos, pero el color de sus obras psicodélicas de los años sesenta se quedó en el Chile de Allende que se extinguía poco a poco por efecto de la cotidiana violencia dictatorial. Su obra personal, monocroma y frenética, se volvió desde esos años un testimonio indiscutible del terrorismo de Estado de la dictadura chilena; mientras que su pintura, en el marco de las brigadas muralistas Luis Corvalán y Pablo Neruda, se tornó un grito abierto al mundo en denuncia de los ejecutados políticos, detenidos desaparecidos y quienes seguían apresados en Chile.
Dedicado con entusiasmo en las últimas décadas al grabado, la pintura, el diseño gráfico y el libro de artista, el trabajo de Guillermo Núñez destaca por dos elementos clave. En primer lugar, una libertad absoluta que le permitió transitar entre diversas formas de expresión artística sin amilanarse frente a las diversas críticas que encontró en su camino. Una libertad que encontraba un contrapeso en un segundo aspecto: el irrestricto compromiso político y estético de un artista con su pueblo, un pacto mantenido por Núñez por más de setenta años de trabajo intelectual y creativo. El ensamble de esta diversidad de experiencias en primera persona a lo largo de su trayectoria, así como su propia voluntad de negarse a un rol tutelar sobre nadie, convirtieron a Núñez en un “anti-maestro”. Un artista consagrado cuya cercanía provocaba entusiasmo, unas ganas de “meter las manos en la masa” nacidas de la urgencia de expresar a través del arte las ideas compartidas en la complicidad de los comunes. Fue quizás por esta sencillez en su forma de ser que el reconocimiento de Guillermo con el Premio Nacional de Artes 2007 fue un acontecimiento importante, alegre para las centenas de personas comunes que acompañaron sus andadas como artista y como sobreviviente, a lo largo de toda una vida.
Queda tras la partida de Guillermo, como tras el fallecimiento de otras y otros artistas galardonados con el Premio Nacional de Arte, abierto el debate acerca de las responsabilidades del Estado chileno en el cuidado de su memoria y legado artístico. ¿Cómo preservar bienes culturales generados en la urgencia de luchas políticas y hechos históricos en constante debate público? ¿Hasta dónde debería llegar el Estado en materia de difusión de la obra de intelectuales y artistas reconocidos con el Premio Nacional luego de su partida? La lejanía del Estado de la ceremonia de despedida de Guillermo Núñez en el MAC, acusada por un grupo de artistas a través de una carta pública, nos obliga a preguntarnos como sociedad qué expectativas tenemos frente a la consagración de artistas que no pertenecen a las élites económicas que pueblan frecuentemente las colecciones de arte público más ilustres, y cómo podemos -como ciudadanía y trabajadores del arte- defender este tipo de legados de las pesadas amarras tradicionales.
Por Carolina Olmedo Carrasco
Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.
Columna publicada originalmente el 3 de junio de 2024 en la Revista Rosa.
Fotografía principal: ¡Y Tú Tan Solo, Ezra Pound!”, Instalación de Guillermo Núñez (2011). Museo Nacional de Bellas Artes, Chile. Fuente: Surdoc