La naturaleza es la madre de la ciencia. El conocimiento especializado de las disciplinas científicas es el intento del humano de reproducir la naturaleza con la psiquis, con el pensamiento, con la imaginación. Podemos decir que las disciplinas científicas son diferentes formas de interpretación adquiridas por la curiosidad humana, que va dejando en su contemplación interesada de la naturaleza una especie de fenomenología del poder. Me refiero con fenomenología del poder, al devenir o modo de presentarse de los fenómenos o hechos que ocurren en la realidad, es decir que tienen capacidad para ser, que es en el fondo lo que llamamos poder, porque poder es la capacidad de que algo ocurra.
Somos naturaleza. Por eso la persona y el orden social de las comunidades siguen las directrices del universo del que son parte, aunque su conocimiento sobre ese universo sea un fragmento mínimo. No puede ser de otro modo ya que el conocimiento es fruto de la experiencia y una vida humana tiene una cantidad insignificante de experiencias respecto a la naturaleza global de las cosas. La mayor parte de ella transcurre en dimensiones para las que el ser humano ni siquiera tiene sentidos con los cuales percibirla, aunque puede que ocurran simultáneamente a su existencia.
Lo primero es acostumbrarse a considerar nuestra vida y a la sociedad como expresiones de la naturaleza. Tenemos algo de volcán en erupción y de lago apacible, de selva, de desierto, de bestia, de arco iris. En una ostentación de ingenio la mente nos engaña envolviéndonos en burbujas de vanidad, de soberbia, que alejan nuestra voluntad de lo posible. Cuando esto ocurre nada parece estar a nuestra altura narcisista, despreciamos la realidad luciendo plumas de pavo real en medio de las más grandes miserias, o ante el amor puro y modesto que se acerca a hacernos bien. Espejismos de grandeza que perturban la vida cotidiana. Malas inspiraciones que reclutan personas y promueven cruzadas fanáticas, que terminan muchas veces en baños de sangre, o cataclismos personales, de pareja, familia o sociales.
Recordar que somos naturaleza y que por lo mismo también lo son las comunidades de las que somos miembros con sus órdenes sociales y aceptarlo no es resignarse ni sentirnos contaminados por la animalidad, como si ella fuera una carga. Es comprender que la felicidad real es suficiente y se encuentra en la existencia, aquella que conocemos parcialmente y despreciamos. Por ser una especie natural –justamente- existe la agresividad en nosotros, en el individuo y en las comunidades, y seguirá existiendo. Sin embargo, no es el ejercicio o práctica de la agresividad sino la sustitución de ella, la indispensable para una convivencia desarrollada, bienestar, paz personal y social.
La agresividad es indispensable para la vida, pero no su práctica como dije más arriba. La agresividad es potencialidad de destruir que apoya como hermano gemelo, sombra u otra cara de la misma moneda cada paso de vida. Siempre esta ahí aunque no siempre interviene, y cuando lo hace se transforma en violencia o agresión. Podemos regular la violencia o agresión aunque no podamos suprimir la agresividad. Hasta en las situaciones poco significativas y habituales, como cuando creemos ser mal interpretados en una conversación y elevamos levemente el volumen de la voz mientras nos recorre el cuerpo un pequeño calor y abrimos más los ojos, es la agresividad que esta reaccionando, ante aquella situación que amenaza nuestra identidad.
Es la agresividad la que florece como ira, para librarnos de los tiranos que arrinconan a los pueblos en la miseria y la injusticia, mostrando así cómo despeja el camino de la vida. Siempre está presente en lo histórico y en lo biográfico, varias veces al día: hasta en el niño atacado por una infección la agresividad es su sistema inmunológico luchando, ya antes que la medicina intervenga y también durante el accionar curativo.
¿Y que relación tiene la agresividad y el desarrollo? Podríamos decir que el desarrollo es paralelo a la sustitución progresiva de la violencia o agresión como medio para la subsistencia. Es así porque, si la agresividad es inalienable al ser humano y a cualquier otra especie natural por ser parte de su estructura biológica más esencial, es posible hacer innecesario su ejercicio en violencia o agresión. Especialmente en lo social, pero por supuesto también en lo individual, las dos cosas van juntas. Esto se consigue favoreciendo la satisfacción de las necesidades básicas de la existencia y sus símbolos, evitando la frustración, y por lo tanto haciendo innecesaria la traducción de la agresividad, en hechos o actos. En esas condiciones se progresa a estadios mejores de convivencia, la agresividad como potencial destructivo que defiende el estado de vida sigue existiendo, no vamos a modificar el diseño estructural de la naturaleza, pero si podemos regular la ejecución o el uso de esta agresividad como violencia o agresión.
Es probablemente falso que la agresividad sea desechable. En distintas circunstancias puede considerarse parte de la dignidad que tiene la pasión por vivir, y hasta ahora ha sido un componente constructor (y destructor) de la persona y la sociedad natural real; otra cosa distinta es lo que desearíamos o imaginamos al idealizar. Tanto es así que se le puede ver como parte del amor natural mismo, no me estoy refiriendo al amor idealizado, místico o espiritual. Si el amor no estuviera acompañado por la agresividad bastaría la oposición de un dedo para detener la maquinaria de la vida, y antes de crecer todo sucumbiría. Misterios que no comprende el pensamiento lineal del cerebro.
Enseñar el desprecio por la agresividad, negarla o reprimirla lleva a conceptos que dejaran atadas a las personas a un trato infantil con la realidad, y poco respetuoso con la esencia de los hechos de nuestro mundo, es querer imponer y no comprender, lo que finalmente también es violencia. Observemos los héroes, los próceres, que las naciones se enorgullecen en adorar, los personajes de ficción que entretienen a los niños, los superhéroes, creados por los adultos, muchos muestran ejemplos del supuesto buen uso de la agresividad. La importancia de la agresividad está demostrada en los dioses de la guerra que no faltan en las mitologías, en las religiones, todos los pueblos y naciones se forman culturalmente en torno a onomásticos bélicos que son los que les han dado origen generalmente, y todos los mapas de la historia universal no son más que la historia de los dibujos de guerra. ¿Habrá una excepción que se salva de eso o, se puede creer que será diferente alguna vez?
Es evidente que el desarrollo se consigue en la proporción en que se hace innecesario ejercer la violencia o agresión, es decir cuando no se hace necesaria la agresividad como medio para mantener la existencia; en esta situación lo que hacemos con la agresividad es regularla no eliminarla. No podemos esperar que exista desarrollo ecológico, personal o social si estamos ejerciendo la agresividad que es la potencialidad destructiva. Menos si se entiende desarrollo como capacidad de establecer nuevas relaciones entre las partes de un sistema, que mejoren la satisfacción de las necesidades de cada uno de sus miembros.
La agresividad, como potencialidad destructiva biológica no es para establecer relaciones sino para romperlas, no es la capacidad para crear relaciones en favor de otros componentes de un sistema: comunidad, familia o los diferentes aspectos que constituyen a una persona; la agresividad es la potencialidad para el dominio de una “parte sobre el todo”; aunque en el fondo al actuar por la parte -la violencia- en su esencia rescata el todo; otro misterio de nuestro mundo depredador.
El camino auténtico de la no-violencia en un ser vivo, es el equilibrio con su medio respecto a las necesidades intrínsecas a su condición biológica. El éxito en la satisfacción de las necesidades básicas es placer, bienestar y amor por las personas cosas o circunstancias involucradas. Pero cuando al contrario hay frustración, una sociedad, un matrimonio, una familia, un equipo, o los países entran en crisis, se activa la agresividad dirigida como violencia o agresión contra los vínculos que los unen recíprocamente, y se produce mutilación de diferentes grados.
Sabemos que la agresividad se enciende para defender la vida cuando no se están dando las condiciones para mantenerla, y sabemos cuando las condiciones favorables sí se están dando porque las emociones de satisfacción son diferentes a las emociones de la agresividad. Conviene recordar que con frecuencia no es la violencia o agresión la causa de las crisis, aunque las crisis cursen con violencia y agresión como es natural. Las causas de las crisis son las frustraciones, que empujan a la marginalidad, la enfermedad o la muerte. Lo que sugiere preguntar cuando las convivencias entran en crisis, y por lo mismo aumenta la violencia o agresión, ¿cuál es la frustración, las necesidades insatisfechas? ya se trate de personas, parejas, familias, grupos o comunidades.
Avelino Jiménez Domínguez
Psiquiatra